Ella



Ante la sorpresa de propios y extraños, Spike Jonze ganó hace unas semanas el premio del Sindicato de Guionistas por su primer trabajo individual al escribir el guión de Ella (Her, EU, 2013), su cuarto largometraje. Después de haber visto la película, no puedo entender en dónde estuvo la sorpresa: la historia escrita por Jonze equilibra a la perfección una historia clásica contada una y otra vez con una aviesa envoltura (dizque) futurista que tiene mucho de contemporánea.
Estamos en Los Ángeles, en un futuro indeterminado, no muy lejos de nuestra realidad. Theodore Twombly (Joaquin Phoenix recuperándose de los excesos de The Master/Anderson/2012) es un solitario escritor de cartas familiares/personales/amorosas en una especie de Plaza de Santo Domingo cibernética. A pesar de su talento natural para escribir sobre sentimientos, Twombly -qué apellido: como de cuento de P. G. Wodehouse- es un oficinista cualquiera que, como todos los seres humanos que le rodean, vive conectado a su smartphone. A través de él se entera de las noticias, revisa su correo electrónico, ve fotos de alguna celebridad en cueros, escucha música: el chunche ese es su único "compañero de vida", para decirlo con la siniestra pero exacta frase publicitaria que aparece en la pantalla del Samsung que tengo a mi lado. 
Para un tipo que vive solo a través de ese aparato, la aparición de un nuevo sistema operativo inteligente no es una opción de compra: es una obligación. Así pues, Twombly adquiere el OS1 respectivo, lo instala en todo sus sistemas, elige la opción de voz femenina con la que se comunicará con ella y de inmediato escucharemos a Scarlett Johansson hacerle un par de preguntas -¿se considera Theodore social o antisocial?, ¿qué tal era su relación con su madre?- con las cuales sabrá qué tipo de personalidad tiene él, de tal forma de amoldarse a sus necesidades. 
Y en efecto, Samantha -pues ella ha elegido su propio nombre- se amolda a la perfección y de forma inmediata a Theodore. Limpia su bandeja de entrada de correo basura, ordena sus prioridades, le reserva una mesa para cierta cita a ciegas que saldrá mal y, como es muy intuitiva y evoluciona constantemente, ella sabrá muy pronto si él tiene un problema o si no se siente bien. Con tal nivel de intimidad cotidiana y constante, pasa lo que es obvio que tiene que pasar: Theodore termina enamorándose de Samantha y Ella de él. 
Jonze plantea esta historia de amor entre un hombre y su software/secretaria sin que el previsible tono satírico se imponga en la narración, por más que el filo tragicómico de la premisa dramática no deja de hincar el diente una y otra vez en su patético personaje central. Rafael Aviña ha mencionado, con razón, los vasos comunicantes de Ella con cierto episodio de La Dimensión Desconocida ("El Solitario"/1959), en el que un hombre desterrado en un asteroide entabla una relación amorosa con una mujer robot que no es más que una mera extensión de él, mientras que Carlos Bonfil me hizo revisar un Ferreri que no conocía, I Love You (1986), en el que Christopher Lambert se obsesiona con un llavero que, al aplastarlo, musita "I love you", para deleite de su narcisista dueño. Sin embargo, creo que hay referencias más directas y clásicas: al final de cuentas, estamos ante la típica historia pigmalionesca en la que un hombre se enamora de la mujer que ha "creado" para sí mismo, solo que con un final infeliz, pues esta Galatea cibernética que es Samantha tiene un innato deseo de "ser complicada" y, por lo tanto, llegado el momento, Theodore resultará muy poquita cosa para ella. 
Twombly, en realidad, pertenece a ese largo linaje de personajes masculinos narcisistas, asfixiantes, inseguros, que pueblan el cine de Woody Allen. El Theodore de Phoenix es una versión pasiva y melancólica de ese cuarentón que ve escapar a la jovencita que ha educado intelectualmente en Manhattan (1979), del misántropo pintor anciano Max von Sydow que es abandonado por su exalumna Barbara Hershey en Hannah y sus Hermanas (1986), del oftalmólogo Martin Landau que cuando se siente acorralado por su amante-demandante a la que prometió culturizar decide matarla (Crímenes y Pecados/1989). Un retrato masculino más bien patético. ¿O es el retrato de los seres humanos en general como especie fallida y hasta lamentable? 
Ha dicho Jonze, en el Sight and Sound de enero, que todas sus películas tienen, de una u otra manera, elementos autobiográficos. No resisto hacer la pregunta, ya planteada por David Edelstein: ¿no será Ella la tardía respuesta y mea-culpa a la obra maestra de su exesposa Sofia Coppola, Perdidos en Tokio (1999), en la que él es retratado como un sangronazo y egocéntrico cineasta incapaz de atender/entender a su mujer? ¿No será que nos está contando la otra parte de la historia, de cómo Sof..., digo Samantha, tuvo que dejarlo porque Ella creció y él ya no era suficiente? ¿O no será, simple y sencillamente, que estamos ante la misma triste historia de siempre, en la que dos enamorados piensan que están hechos el uno para el otro, solo para darse cuenta, tarde que temprano, que no es así?
Feliz 14 de febrero, por cierto.  

Comentarios

Anónimo dijo…
Excelente critica. Respecto al paralelismo autobiografico, especificamente en el apartado de su relacion con Mrs Coppola, me parece que el personaje que le corresponde es el de Catherine (Rooney Mara. Si no mal recuerdo hace tambien referencia hacia el stress y la presion que de la familia sobre la ex esposa.
Mr. Wolf dijo…
Muy buena crítica. Sólo para aclarar un detalle, la voz que le pregunta sobre si es social o antisocial y sobre su relación con su madre es una voz masculina y Samantha aparece después de eso.
Anónimo: Sí, en efecto, hay algo de ello también. Puede verse como una suerte de confesión personal por parte de Jonze de haberla regado tanto.

Mr. Wolf: ¿Sí? Yo tengo en mis apuntes que es ella quien le pregunta eso. Pero, igual, me equivoqué.
adayin dijo…
Excelente crítica. Y mucho mejor remate. Feliz 14 de febrero, indeed
Aarón Avilés dijo…
Me gusta este tipo de críticas que hacen crecer mi to-watch-list.

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