Violines en el Cielo
Violines en el Cielo (Okubirito, Japón, 20o8), ganó sorpresivamente el Oscar 2009 a Mejor Película en Idioma Extranjero, derrotando a las favoritas Vals con Bashir (Folman, 2008) y La Clase (Cantet, 2008) que, en la opinión de quien esto escribe, sí son filmes superiores. Aunque, para ser francos, no hay por qué llamarse a sorpresa: en esa categoría la Academia de Ciencias y Artes hollywoodenses nunca ha sido muy consistente que digamos. Por cada Oscar a las películas de Fellini (8 1/2 /1963) o de Buñuel (El Discreto Encanto de la Burguesía/1972) hay otro para La Vida es Bella (Benigni/1997).
Pero tampoco exageremos. Violines en el Cielo no estará a la altura de sus competidoras, pero tampoco es un filme desechable. Dirigida por el veterano cineasta desconocido en México Yôjirô Takita -cuya carrera inició en el llamado en Japón "cine rosa", el equivalente al soft core o "pornografía suave" en Occidente-, estamos ante un sólido melodrama masculino acerca de un violonchelista fracasado, Daigo Kobayashi (Masahiro Motoki), quien regresa a vivir a su poblado natal, Yamagata, en el norte de Japón, pues la orquesta en donde tocaba en Tokio fue disuelta. Daigo vuelve, pues, a la casa que heredó de su madre ya fallecida y con su siempre sonriente mujer, Mika (Ryoko Hirosue), trata de iniciar una nueva vida. Al ir en busca de un trabajo que tiene que ver "con ayudar a la gente a irse", Daigo termina aceptando la tarea de ser asistente en la ceremonia funeraria del "nôkan", que consiste en lavar, vestir y maquillar el cuerpo antes de proceder a la cremación. El trabajo es bien pagado, pero Daigo es incapaz de decirle la naturaleza de su trabajo a su mujer, quien cree que trabaja primero en una agencia de viajes y después en una empresa que organiza bodas.
La película no carece de buen humor, especialmente en su primera parte, y sobre todo en la hilarante entrevista de trabajo de Daigo frente a su serio jefe, el señor Sasaki (Tsutomu Yamasaki), o en la graciosa escena de la grabación de un vídeo instruccional acerca de cómo realizar el "nôkan" profesionalmente. En su segundo segmento, el filme se encamina hacia una resolución melodramática más convencional, con los consabidos obstáculos para que Daigo se dé cuenta de la importancia emocional de su trabajo y la reconciliación de él mismo con su pasado infantil traumático.
Takita es un cineasta de recursos. Su ritmo de montaje es funcional, sus encuadres imaginativos y variados, y usa de una forma muy ingeniosa la cámara subjetiva y el fuera de foco para transmitir el estado emocional de su personaje protagónico en cierta escena clave. Algo más: para un cineasta que, como ya comenté, inició su carrera en el subgénero del cine semi-pornográfico, Violines en el Cielo es una película casi casta: nada se muestra del cuerpo humano, ni de los vivos ni, mucho menos, de los muertos. A los dos hay que respetarlos.
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