Los increíbles 2




El más reciente largometraje de la casa Pixar, Los increíbles 2 (Incredibles 2, EU, 2018), vuelve a demostrar que a la compañía fundada por el ahora apestado John Lasseter no se le dan las secuelas –con excepción, claro está, de la trilogía Toy Story (1995-1999-2010).
Aclaro: no es que la tardía continuación de Los increíbles (Bird, 2004) sea fallida, sino que como ha sucedido con las anteriores secuelas de Pixar, la extensión de la historia y los personajes originales no logran trascender lo planteado en el primer filme.
Estamos poco después del momento en el que terminó la primera cinta: las actividades de la familia súper-heroica que ya conocemos –el Señor Increíble, su esposa Elastigirl y sus hijos, la adolescente Violet, el ingobernable chamaco Dash y el bebé Jack Jack- están prohibidas por el gobierno debido a los destrozos causados cuando los increíbles, como equipo, salvaron a la ciudad entera del villano que nunca falta.
Obligados a renunciar a su calidad de súper-héroes, los Parr afrontan la perspectiva de vivir en la sombra como simples ciudadanos comunes y corrientes, cuando aparece en escena cierto joven empresario de la comunicación, Winston Deavor (voz de Bob Odenkirk) quien, junto a su hermana inventora Evelyn (voz de Catherine Keener), les presenta el plan perfecto para que los increíbles salgan de nuevo a la luz, derrotando de pasada a oooootro villano más, autonombrado “el raptapantallas”.
La estrategia de Winston es que Elastigirl (voz de Helen Hunt) sea el rostro visible de todos los súper-héroes (es mujer, carismática y menos destructiva que el marido), mientras el señor Increíble (voz de Craig T. Nelson) se queda en casa con la sencillísima tarea de lidiar con la adolescente hormonal Violet (voz de Sarah Vowell), de ayudar en la tarea de matemáticas al hiperactivo Dash (voz de Huck Milner) y de dormir y cambiarle los pañales al bebé Jack-Jack, que resulta que también tiene súper-poderes –como media docena de ellos, de hecho. La idea es que Elastigirl venza al “raptapantallas” –que se echa unos rollos tipo Unabomber sobre las sociedades idiotizadas por los medios de comunicación- y, al no hacer tantos destrozos, convenza al gobierno de que levante la prohibición anti-súper-heroica.
Ya dije antes que esta secuela, dirigida nuevamente por el infalible Brad Bird, no es exactamente fallida. La cinta tiene buenos momentos cómicos -las dificultades que enfrenta Mr. Increíble en sus tareas de papá soltero, cierta delirante escena en la que Jack Jack pelea contra un correoso mapache ladrón- y, para variar, presume varias secuencias de acción impecablemente ideadas y creadas por Bird. El problema es que nada de esto es particularmente notable, tomando en cuenta que si algo abunda en la obra acumulada de Pixar es inspiración en la comedia y virtuosismo en la acción.
Un último detalle argumental que, viéndolo bien, no deja de ser una vuelta de tuerca inesperada: la identidad del villano “raptapantallas”, quien resulta ser el personaje más creativo de todos, mientras que el simple vendedor, el que sabe “lo que quiere la gente”, es visto con simpatía, prácticamente como otro héroe más. ¿Confesión de parte de los ejecutivos de Pixar? ¿De plano ya están más interesados en vender que en ser creativos?

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