Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCXLII
Las letras (México, 2015), de Pablo Chavarría Gutiérrez. El activista indígena chiapaneco Alberto Patishtan, acusado de la muerte de unos policías, fue condenado a (casi) prisión perpetua hasta que fue indultado en 2013. Como homenaje a Patishtan y a su lucha, debo decir que esta película es demasiado opaca; si alguien no lee las notas de producción no se entera de gran cosa.
Ahora bien, como experimento visual y auditivo, la cinta sí es notable. Y aunque al final de cuentas esta mezcla no me convenció, hay que echarle ojo -y oído- a la interpretación de Milo Tamez en la batería (aparece por ahí, de la nada, en medio de la selva, reventándose "Sneeuwstorm" como si estuviera en Birdman/González Iñárritu/2014) y no se le pueden negar puntos extras a la cámara lubezkiana/malickiana de Diego Armando Moreno, con todo y su extendido plano secuencia de varios minutos de duración mediante el cual seguimos a un grupo de chamacos subiendo montes, escaleras, caseríos. (-)
Vive por mí (México-España, 2016), de Chema de la Peña. Tres Vidas cruzadas (Altman, 1993) se encuentran en la Ciudad de México por la misma necesidad: el trasplante de un riñón. Un melodrama telenovelero que se redime a ratos porque una de las historias centrales está protagonizada por Tiaré Scanda y Juan Manuel Bernal, que son capaces de dotar de honestidad a sus clichés ambulantes. Mi crítica en la sección Primera Fila de Reforma del viernes pasado. (-)
Viva (Ídem, Irlanda, 2015), de Paddy Breathnach. Jesús (Héctor Medina) es un joven peluquero gay que sobrevive las duras condiciones económicas en Cuba -podría ser en el cualquier época, pero el filme es contemporáneo- trabajando para Mama (Luis Alberto García), el carismático y energético dueño de un bar travesti que se encuentra en el centro de La Habana.
Jesús arregla con todo cuidado las pelucas de las drag-queens de Mama pero su sueño es salir al escenario y actuar como lo hacen ellas. Finalmente el sueño se cumple y Jesús puede salir vestida "como Rosita Fornés" (brincos diera), pero el día de su debut un fornido tipo sale del público, le da un puñetazo y le anuncia que es su padre. Se trata de Ángel (Jorge Perugorría, botijón), un otrora prometedor boxeador que terminó en la cárcel por matar a alguien. Salido del tambo, el viejo borracho, desobligado y violento ha buscado a su hijo, porque es lo único que le queda... ¡pero tenía que salirle maricón y cantarín!
La elección de Perugorría como el atrabiliario padre del delicado gay que encarna muy bien el joven Medina fue inspirada. Además de que el veterano actor convence en cuanto aparece en pantalla, es inevitable recordar al personaje con el que fue reconocido fuera de Cuba: como el sofisticado homosexual protagonista de Fresa y chocolate (Gutiérrez Alea y Tabío, 1993), aquel hipócrita pero efectivo y exitosísimo mea culpa dirigido por Gutiérrez Alea y producido por el gobierno cubano cuya rampante homofobia fue, durante mucho tiempo, política de Estado.
Viva es un curioso híbrido melodramático: filmado en La Habana con actores cubanos, la cinta fue escrita y realizada por irlandeses. Esta mirada benévolamente turística beneficia la puesta en imágenes, pues aunque la cámara de Cathal Watters no tiene empacho en mostrar las precarias condiciones de vida de los habaneros, sus calles en mal estado, sus edificio derruidos, la verdad es que La Habana se ve, si no preciosa, sí atractiva, tanto en los exteriores nocturnas en esas noches lluviosas, como en los interiores coloridos en el bar gay en el que sucede buena parte de la acción.
La historia es todo lo convencional que usted se imagina: al final de cuentas, el padre bruto y el hijo delicado tendrán que aprender a convivir; el viejo, a aceptar a su hijo; el joven, a perdonar a su padre. En el fondo, Viva no es más que un efectivo melodrama familiar que se vuelve más que visible por sus actores, por el escenario habanero y, claro, por sus canciones. (* 1/2)
Comentarios
Ricardo: Es la primera vez que veo a este muchacho. Un descubrimiento.
Ambas van de libertad, de la capacidad de elegir, del albedrío usado como te sale de por allá.
Mientras que David y Diego en Fresa y Chocolate son pares y polos, ambos aman a Cuba, su olor su color y su sonido, son separados por la incapacidad de la Revolución (en ese momento) de aceptar y tolerar a un revolucionario de gustos refinados.
Ahora, Viva y su padre se reencuentran 15 años después, la Revolución a cambiado, y con ello los Derechos Humanos de las minorías otro poco, ya no se ven forzados ni ansían salir de la Isla, y los que están afuera, se mueren por volver.
La Revolución Cubana agoniza? No sé, lo que si sé es que ahora acepta y se enorgullece no solo de su olor y de su color, también de su diversidad.
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