Guadalajara 2017: La reconquista/III
Por elección -le he dado preferencia al cine mexicano en competencia o fuera de ella- no he visto tantas películas de la competencia iberoamericana, pero de lo poco que he visto, sin duda alguna lo mejor ha sido La
reconquista (España, 2016), cuarto largometraje del joven cineasta español desconocido en México
Jonas Trueba (magnífica Los exiliados
románticos/2015).
La reconquista tiene una premisa harto convencional:
dos antiguos novios adolescentes, Olmo y Manuela (Francesco Carril e Itsaso
Arana), se encuentran quince años después de su rompimiento en cierta larga
noche madrileña. Él se ha convertido en escritor –mejor dicho, en traductor
“que es como si fuera escritor”- y vive con una guapa psiquiatra; ella es
actriz y desde hace nueve años vive en Buenos Aires.
La primera parte de la cinta está centrada en el
reencuentro de los dos antiguos enamorados: ella le enseña una carta de amor
que él le escribió cuando era un adolescente, él la invita a tomar un trago,
ella le confiesa su promiscua vida amorosa, él desliza algún asomo de reproche
(“Tú no crees en la pareja”), ella lo lleva a un concierto de su papá cantante
(el cantautor Rafael Berrio, mucho gusto) que entona alguna canción (“Todos
somos principiantes”) que parece haber sido escrita para ellos, los dos vuelven a
compartir otra copa, luego terminan bailando swing
en algún antro escondido y así hasta que el alba los encuentra.
Entre el Linklater de su soberbia trilogía romántica (Antes de amanecer/1995, Antes del atardecer/2004, Antes de la medianoche/2013) y el Hong
de sus encuentros/desencuentros amorosos pasados por alcohol, Trueba nos
permite ser testigos de la efervescencia sentimental que apenas pueden reprimir
Olmo y Manuela. La reconquista del título no es tanto la búsqueda de un amor
adolescente olvidado (aunque, ¿realmente olvidamos el primer amor?) sino la
exploración de un pasado que pudo haber construido un presente distinto, acaso
mejor. O acaso no.
En la segunda parte del filme, cuando Olmo ha llegado
al desordenado departamento que comparte con su pareja Clara (Aura Garrido),
inicia un flash-back objetivo -¿o no será más bien un sueño subjetivo del
propio Olmo?- en el que vemos a los dos protagonistas adolescentes (Pablo Hoyos
y Candela Recio, espléndidos) conocerse y enamorarse, es decir, intercambiar
gustos –que si esta canción, que si aquella novela de Patricia Highsmith-,
tener su primer beso, gozar los primeros escarceos, sufrir cuando el amor,
caprichosamente, no da para más.
Cierta línea que él le escribe a ella (“No se me
ocurre un futuro sin ti”) contrasta aviesamente con el epígrafe con el que
inicia la cinta, salido de un poema de González Iglesias: “Pongo mi corazón en
el futuro/Y espero, nada más”.
El futuro parece tan claro en la adolescencia; luego,
solo nos queda la esperanza. Pero eso debe ser suficiente para vivir.
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