Morelia 2016/III




La competencia mexicana no mejoró el segundo día. Esa era Dania (México, 2016), segundo largometraje -primero de (más o menos) ficción- de Dariela Ludlow Deloya (Un día menos, 2010) es más un concepto que una buena película.
La cámara de la propia directora sigue de cerca las tribulaciones de la madre adolescente Dania Deloya (¿prima de la cineasta?) que, por lo menos en las imágenes que vemos, resulta ser una ni-ni buena para nada y, por añadidura, pésima madre. 
Dania vive con su mamá, sus hermanos pequeños y una abuela que le cuida a su hijita Ximena cada vez que ella quiere darle vuelo a la hilacha, irse a probar ropa en algún centro comercial o echar la platicada con alguna amiga. ¿El papá de Ximena?: lo vemos en un par de escenas y es un muchacho apenas mayor que la adolescente Dania. Para acabar de rizar el rizo, la protagonista no tiene la prepa terminada, no tiene trabajo, no busca ninguno y ni siquiera ayuda con las tareas de la casa. Para acabar pronto: una güevona con todas las de la ley. 
"Esa era Dania", dice la propia muchacha cuando ve fragmentos de esa misma película que nosotros estamos viendo. Se entiende que ya no es así -que ya maduró, que ya entró a estudiar pedagogía, que ya es mejor madre de Ximena- pero el retrato que aparece en pantalla es no solo deprimente sino, podría alegarse, explotador y abusivo. De hecho, en algún momento, Dania y el padre de Ximena empiezan a hacer el amor enfrente de la chiquilla lloriqueante.
Por supuesto, estamos ante una docu-ficción que mezcla los obvios elementos documentales -Dania está actuando una versión de ella misma, Ximena es su verdadera hija, sus problemas personales/escolares/laborales/existenciales son reales- con otros de  ficción -en un celular ¿robado? que tiene Dania, ella atisba la vida de una muchacha de su misma edad (Cassandra Ludlow, supongo que hermana de la cineasta) que tiene una vida relajada y muy diferente-, con resultados más interesantes si pensamos en el concepto mismo del filme que en la propia ejecución o el resultado final.
Todo lo demás (México, 2016), cuarto largometraje -primero de ficción- de Natalia Almada, presume una puesta en imágenes más acabada, aunque el resultado final no sea, acaso, particularmente mejor.
Doña Flor (Adriana Barraza, espléndida) es una burócrata que trabaja en el INE (en la película es el IME) tramitando la credencial para votar con fotografía. Seguimos la vida rutinaria de Doña Flor durante varios días, casi de forma inalterable: se levanta, se va al metro a su trabajo, se pinta los labios, se quita el exceso de carmín con un klínex, le hace las mismas preguntas a todos los ciudadanos, rechaza o no los papeles que le llevan, regresa a su casa en metro, le hace cariños a su única compañía -su gato Manuelito-, anota los nombres de las personas que atendió en algún libro por alguna razón desconocida, va a una alberca a ver a la gente nadar -ella, al parecer, le tiene fobia al agua-, cena alguna concha y se duerme... para levantarse al día siguiente y empezar todo de nuevo.
El catálogo del festival dice que la cinta está inspirada en Hannah Arendt y su idea de que la burocracia es la peor forma de violencia. No dudo de esa inspiración -cada quien se inspira en lo que quiere-, pero es obvio que estamos ante una especie de versión nacional de la obra maestra de Chantal Akerman Jeanne Dielmann... (1975), solo que sin la contundencia de su desenlace. Es evidente que Almada quiere aburrir al respetable -como en su momento lo hizo Akerman- representando la vida vacía de esa mujer a la que no le pasa nada de nada, a no ser la muerte de su gato.
La fotografía de Lorenzo Hagerman es exquisita, Barraza está extraordinaria en un personaje que le demanda la mayor sutileza posible y el objetivo de Almada se cumple: uno se siente exasperado y aburrido hacia la primera parte del filme. El problema es que la cinta no pasa de ser un ejercicio de estilo que bien podría haber durado tres horas o cuarenta minutos: el loop vacío de la vida de Doña Flor seguramente se prolongará hasta el día que ella se jubile y, luego, muera. Un ejercicio estético notable, sin duda, pero francamente estéril. (Por cierto, ¿y esa obsesión con los pies de la señora Barraza?: si no hay una decena de tomas de ellos, no hay ninguna).
Después de las dos cintas en competencia, pude ver dos estrenos internacionales extraordinarios de los que ya escribiré más extensamente cuando se estrenen: en primer sitio, está Bacalaureat (Rumania-Francia-Bélgica, 2016), de Cristian Mungiu -Mejor Director en Cannes 2016 por esta cinta-, sobre las tribulaciones de un médico que busca por todos los medios posibles -los buenos y los malos- que su hija no pierda la beca que le han dado en Cambridge. 
Sucede que la muchacha sufre un ataque sexual un día antes de presentar un examen clave para conseguir la beca y el papá trata de resolverle la vida a la hija de la única forma que un padre rumano -o cualquier padre mexicano, la verdad- podría hacerlo. No agregaré nada más pero el retrato que hace Mungiu de la sociedad rumana contemporánea es la de una maraña de intereses, amistades y corruptelas difícil de evitar. La cinta podría haber sido una gran película mexicana.
Terminé el día con Nocturnal Animals (GB-EU, 2016), de Tom Ford, otro filme más centrado en un tema recurrente en este año (véase Café Society/Allen/2016 y La la land/Chazelle/2016): esa vida decidida y asumida que termina convertida en un vida frustraa.
La dueña de una reputada galería de arte (Amy Adams) recibe la novela de su exmarido (Jake Gyllenhaal), de quien se había divorciado hace 20 años. Lo que vemos a continuación es un fascinante juego narrativo entre la historia de la novela, el complicado pasado matrimonial de la protagonista con su exesposo escritor y el presente de ella que, al parecer, también va destinado al fracaso.
Las transiciones plásticas creadas por Ford y su editora Joan Sobel son magistrales, Amy Adams lleva toda la película sobre sus hombros y el extenso reparto secundario es intachable -ojo a la única escena en donde aparece Laura Linney: está impresionante. 

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