Justo ahora, mal entonces



Justo ahora, mal entonces (Ji-geum-eun-mat-go-geu-ddae-neun-teul-li-da, Corea del Sur, 2015), décimo-séptimo largometraje de Sang-soo Hong -y, según mis cuentas, apenas el tercero en ser estrenado comercialmente en México, después de Hahaha (2010) y En otro país (2012), aunque otras cintas de él se han podido ver en la Cineteca Nacional o en el FICUNAM- es, para variar, otro ejercicio -narrativo y filosófico- sobre el arte de la repetición que, tratándose de Hong, es sobre el arte de vivir.
El cineasta Cheon-soo Ham (Jae-yeong Jeong) está de visita en la ciudad norteña de Suwon, en un festival de cine, en donde presentará su película más reciente y tendrá una sesión de preguntas y respuestas con el público. Como el tipo llega un día antes, se distrae baboseando por ahí, luego de resistir la tentación de coquetear con la guapa asistente Bo-ra (Ah-sung Ko, la niña secuestrada de El Huésped/Bong/2006, ya crecidita). Al final de cuentas, termina turisteando por el interior de un templo en donde se encuentra con Hee-jeong (Min-hee Kim), una joven pintora con quien terminará haciendo migas. La muchacha ha escuchado hablar de él -Ham es un director famoso- y está emocionada de pasar la tarde con una celebridad de ese calibre. Los dos terminan en un café con un grupo de amigos de ella chupando, como es costumbre en el cine de Hong, cantidades industriales de soju, por lo que no es de extrañar que las cosas no terminan bien para nadie. 
Esta primera sección que ha durado casi 60 minutos y que ha sido narrada por el mismo cineasta vía voz en off, se ha llamado "Justo entonces, mal ahora" -aunque tengo la sensación que la traducción debió haber sido "Bien entonces, mal ahora"- y, sin preámbulos de ninguna especie, inicia la segunda parte, titulada "Justo ahora, mal entonces" -mejor sería: "Bien ahora, mal entonces".
Como ya se imaginará si ha visto alguna que otra película de Hong, lo que veremos en esta segunda parte -ahora, sin voz en off de Ham de por medio- es más o menos la misma historia, con algunas variaciones claves. Como dice el título "Justo ahora, mal entonces", Ham vuelve a encontrarse con Hee-jeong pero hace todo lo "justo" -lo correcto, pues- en esta ocasión. O, mejor dicho, más o menos, porque como suele suceder en la obra de este autor tan repetitivo -y benditas sean sus repeticiones-, la suerte de las criaturas de Hong no es siempre la mejor, especialmente si son hombres, pues una y otra vez enseñan (o enseñamos, pues) el cobre para mostrar realmente lo que son (o somos): una bola de borrachos, machistas, ególatras, cobardes, indecisos y, a veces, qué caray, hasta patéticamente conmovedores.
El estilo de Hong es, como siempre, funcional, a veces casi perezosamente alleniano en su puesta en imágenes: un paneo por aquí, un dolly-back por allá, un abrupto zoom que mueve el tapete -marca estilística del cine de Hong si las hay- y personajes que hablan y contestan fuera de cuadro, sin que veamos, a veces, cuáles son sus reacciones. 
Los personajes de Hong toman, toman y toman y, también, hablan, hablan y hablan, del amor, del desamor, de la vida, del cine y del arte, cual versiones neuróticas y alcoholizadas de las criaturas rohmerianas con quienes, a veces, se les ha comparado y con toda razón. Porque a estas alturas del juego, ya no puede haber dudas: Hong merece la comparación con Rohmer, con Allen y con cualquier autor a quien se le reprocha que vuelve a hacer siempre la misma película. Por mí, que la siga haciendo. 

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