Morelia 2016/II
"¡Pseudo-cineasta!"... El grito se escuchó en cuanto terminó la película. Pero ahí no terminó: cuando el director pasó a discutir la cinta con el público, el "espontáneo" siguió con los reclamos: que por eso la gente no ve cine mexicano, que por películas como esa la gente le hace fuchi al cine nacional, que los que hicieron la cinta eran responsables de eso y mucho más. El equipo del filme -el director, uno de los actores- trató de conversar con el indignado espectador -incluso alguien le ofreció, de plano, unos boletos para que fuera a otra función, ya que esa película le había molestado de tal manera-, pero todo fue inútil. El tipo salió del cine diciendo que no quería nada de los que habían hecho esa película.
Debo confesar que yo no estuve presente en ese zipizape, pero lo que acabo de escribir me lo contaron, por separado, dos personas que estuvieron en esa función. La pregunta, en todo caso, es: ¿de verdad esa película ameritaba tal berrinche? Digamos que sí. Especialmente si uno ha pagado por ver la cinta en cuestión.
El filme del escándalo se llama Minezota (México, 2016), segundo largometraje de Carlos Enderle (Crónicas chilangas/2009), que vi no en esa ya legendaria función con público -y un espontáneo en ristre-, sino en una corrida matutina dirigida a la crítica y a la prensa.
No comparto la indignación del espectador, pero sí la entiendo. Aunque, a decir verdad, el filme de Enderle es una de esas películas tan, pero tan malas, que termina siendo hilarante. Como apunté en twitter cuando terminé de verla: se trata de la comedia mexicana del año... aunque se supone que no es comedia.
Estamos en la Neza del título -o sea, en "Mi Nezota". Ismael (Pablo Abitia) es un músico mediocre que tiene una banda "inspirada" por Depeche Mode. Su mujer, Violeta (Guillermina Campuzano), maestra de pre-escolar, quiere que el tipo ya se estabilice y, de pasada, le haga un hijo. Como Ismael no da color, Guillermina lo corre de la casa, le rompe sus discos, le tira el disco duro en donde guarda la música de "Shambala" -así se llama la banda- y, para acabarla de gozar, seduce a un gringuito mormón "vende quesos" (Evan Lamagna) para que le haga el hijo que ella desea.
¿Por dónde empezar? Minezota es una película amateur en el peor sentido del término aunque, como ya anoté antes, llega a ser genuinamente hilarante por la cantidad de sinsentidos: diálogos sacados directamente de las canciones de Depeche Mode, narración paralela griffithiana que muestra una pelea al mismo tiempo que cierta Marcha Zombie que fue organizada en Neza en el 2013 (es en serio), un efecto Kuleshov de risa loca con un perro callejero y una corretiza, unas vuelta de tuerca ridículas a más no poder y un desenlace que aspira, acaso, a una suerte de azar kieslowskiano.
La función de crítica y prensa a la que asistí fue una delicia: todo mundo carcajeándose, comentando en voz alta y expresando su asombro cada vez que Enderle y su equipo hacían otro despropósito. Por supuesto, si hubiéramos pagado por ver la película, a lo mejor habríamos reclamado de mala manera, como el susodicho "espontáneo".
En todo caso, el misterio es cómo una película de este nivel llegó a la competencia. Aunque al revisar los créditos, descubro que Minezota ganó el premio "Impulso Morelia" del 2015, destinado a apoyar los proyectos o la postproducción de cine en México. Y, bueno, si Minezota había ganado ese premio otorgado por el propio festival el año pasado, es obvio que tenía que ser exhibido en el propio festival. Ahora el misterio es: ¿cómo ganó Minezota "Impulso Morelia"? The plot thickens!
En realidad, el primer día de competencia en Morelia 2016 no fue tan malo. Si bien es cierto que las funciones para crítica cerraron con Minezota, lo bueno es que abrieron con El Vigilante (México, 2016), opera prima de Diego Ros.
El vigilante del título (Leonardo Alonso) trabaja en una obra en construcción y no quiere otra cosa que terminar su turno para ir a su casa, pues su mujer está a punto de parir. El problema es que, cual pesadilla buñueliana, el tipo no puede ir a su casa, por más que lo desee, por más que prometa que ya mero llega, que ahí va, que ya va en camino.
Muy cerca de la obra se ha encontrado una camioneta y, en el interior, aparentemente, un niño muerto, asfixiado. Salvador, el vigilante, había visto la camioneta estacionada en la noche, por lo que tiene que hacer la declaración correspondiente con el policía responsable (espléndido Héctor Holten). Una serie de pequeños detalles empiezan a complicar la noche de Salvador: su compañero en la caseta de vigilancia da una declaración que contradice sus dichos a la autoridad, aparentemente alguien ha robado unos anillos de cobre de la bodega, una jovencita -dizque sobrina de su compañero de trabajo- aparece de la nada para pasar la noche en la obra y así sucesivamente.
Ros es buen director de actores -los diálogos entre el policía y Salvador son espléndidos-, sabe crear suspenso y usa sus referencias cinéfilas de manera eficaz -por ejemplo, la importancia de los objetos en el filme, al estilo de Hitchcock. Una opera prima más que meritoria, por más que algunas decisiones de los personajes no me terminaron de convencer.
En la forma, es bastante mejor Tiempo sin pulso (México, 2016), opera prima de la egresada del CCC Bárbara Ochoa Castañeda. Pos desgracia, el fondo termina por hundir a una película que no es más que un discreto melodrama de crecimiento juvenil.
Bruno (Andrés Lupone) es un adolescente triste que se la lleva tristeando. Está a punto de cumplir 19 años y no sabe qué hacer con su vida: se da de baja en la universidad, su vida en familia es tirante pues su mamá (Carmen Beato) vive en perpetua depresión desde la muerte del hijo mayor Esteban, es hora que no pierde la virginidad y, peor tantito, su antigua novia ha regresado a México y él no se anima a pasar de la primera base. El asunto es que Bruno tiene un complejo de culpa que viene arrastrando desde hace dos años, cuando murió Esteban, y es hora que no puede solucionarlo.
La película está impecablemente realizada -hay que hacer notar la fotografía de Sebastián Hiriart- pero la historia escrita por la propia cineasta es, en el mejor de los casos, estéril. Al final de cuentas, resulta que lo que necesitaba Bruno para que se le quitara lo triste es coger. Una buena lección de vida, sin duda alguna.
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