Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCXXXV




Money monster: el maestro del dinero (Money Monster, EU, 2016), de Jodie Foster. El cuarto largometraje de Foster como cineasta muestra su gran fortaleza -una muy segura dirección de actores- pero también sus enormes limitaciones: su incapacidad de trascender la fórmula de la sátira de los mass-media al estilo  de la inalcanzable Network: poder que mata (Lumet, 1976). Así, lo que inicia como una filosa comedia del estado de cosas financiero, termina como otro vehículo de lucimiento más de sus estrellas, George Clooney y Julia Roberts. Mi crítica en el Primera Fila del viernes pasado de Reforma. (*1/2)

Flamenco, flamenco (España, 2010), de Carlos Saura. El más reciente largometraje estrenado en México del maestro aragonés Carlos Saura -¡con seis años de retraso!- es una continuación/extensión de Flamenco (1995), aquel notable documental musical en el que presentó a las máximas figuras de ese estilo de canto y baile andaluz. 
Ubicado ahora en el Pabellón del Futuro de la Expo Sevilla -el escenario de Flamenco fue la vieja estación del tren-, Saura y sus colaboradores -el fotógrafo Vittorio Storaro más los cantaores, bailaores, palmistas y guitarristas que aparecen en la veintena de números musicales del filme- parecen querer demostrar que el futuro de España radica en sus raíces culturales y artísticas. El pasado no es nostalgia: es el presente revivido y recreado por las obras de Doré, Goya y otros pintores que rodean, en ese vasto escenario, a los músicos y bailarines.
Como es de esperarse en este tipo de filmes en los que Saura se ha estacionado desde hace ya varias décadas, hay números que pueden gustar más que otros (yo me quedo con "Rumba" y su joven cantaora María de los Ángeles Fernández; "Alegría", bailado por la coreógrafa y bailaora Sara Baras; "El tiempo", interpretado por seis bellas bailaoras con coreografía de Javier Latorre; "Guajira", interpretada por el cantaor Aracángel; y "Canción de cuna", con Eva "Yerbabuena" bailando y Miguel Poveda cantando bajo la lluvia), pero ninguno de ellos parece estar de más. Ninguno defrauda.
Por un lado, Storaro nunca fotografía un número igual que otro: su vitalidad en la puesta en imágenes -el uso de colores cálidos y el experto manejo de las luces, las sombras y los reflejos- atrapa desde el inicio. Por el otro, la galería de artistas es impecable: aunque falta Joaquín Cortés -que sí apareció en Flamenco-, en esta secuela/extensión regresan figuras de la talla de Paco de Lucía ("Bulería por soleá") o Ferruquito, que si en Flamenco era una joven promesa, ahora, convertido en una realidad, le da la alternativa a su hermanito El Carpeta ("Bulería"). 
El filme de Saura está desprovisto de todo contexto -a excepción de los títulos de cada número, no hay más información entre los fundidos en negro que separan cada segmento-, pues Flamenco, flamenco no es un documental didáctico sino uno puramente musical. No se ve para aprender. Se ve para gozar. El oído, claro, pero también la mirada: esas mujeres andaluzas bailando, qué caray... (** 1/2)

Las montañas deben partir (Shan he gu ren, China-Francia-Japón, 2015), de Zhangke Jia. El más reciente largometraje de Jia es el más convencional en su carrera -Jonathan Romney ha escrito en Film Comment que se trata del Gigante (Stevens, 1956) de Jia- y, por desgracia, también el menos satisfactorio de todos. 
Ubicada en tres épocas -1999, 2014 y 2025- y presentada en tres formatos distintos -1.33:1, 1.85:1 y 2.35:1, respectivamente-, Las montañas deben partir nos muestra lo que sucede con un grupo de personajes a través de los años, cuando las transformaciones sociales y económicas de la China contemporánea dirigen a todos los miembros de una sociedad en una dirección desconocida y, por lo menos en el planteamiento de Jia, equivocada.
Fengyang, Shanxi, 1999. La bella veinteañera Tao Shen (Tao Zhao, la musa/esposa de Jia) es cortejada por el ambicioso capitalista Jingsheng Zhang (Yi Zhang) y por el modesto empleado minero Liangzi (Jing Dong Liang). A pesar de que este último es más agradable, Tao elige como marido al "Jefe Zhang", que termina apropiándose de la mina en donde trabaja Liangzi, quien es despedido por su rival en amores.
En 2014, Tao y Jingsheng están divorciados, el hijo de ellos, Dólar, vive en Shanghai con su papá, y Liangzi regresa a Fengyang a atenderse por una afección terminal causada por sus años de trabajar en las minas. En esos días muere el padre de Tao y, por lo tanto, Dólar (Zhisan Rong) vuela a Fengyang al funeral de su abuelo. Dólar es un niño tímido que no sabe cómo dirigirse a su mamá ni cómo comportarse en el funeral de un abuelo al que no conoció.
En 2025, el joven Dólar (ahora Zijian Dong) vive en Melbourne con su ricachón papá amargado. El muchacho no entiende ni habla chino, no se lleva bien con su padre -que, aunque parezca mentira, añora la falta de libertad de China- y tiene recuerdos fugaces de la última vez que vio a su mamá por lo que, complejo de Edipo obliga, se involucra sentimentalmente con su cuarentona maestra de chino, Mia (Sylvia Chang).
La primera parte, la mejor del filme, es, como lo dijo Romney, una suerte de re-elaboración a la Jia de algún melodrama hollywoodense clásico: el triángulo amoroso en el que la bella y alegre Tao es el vértice deseado por dos hombres muy diferentes en carácter y personalidad. La segunda parte, un desencantado woman's film, nos presenta la vida de la exitosa -económicamente hablando- Tao, quien apenas si tiene contacto con su occidentalizado hijo. Tao ve su pasado desmoronarse: un hijo pequeño que ni siquiera la llama "Ma", un antiguo pretendiente pobre y agonizante, y un padre que muere dejándolo en la más completa soledad.
Si bien ninguno de estos dos segmentos es de lo mejor en la filmografía de Jia, el tercero es muy menor y hasta con elementos muy fallidos: no solo debemos creer que Zhang y Dólar viven desde el 2014 hasta el 2025 en Melbourne, sin aprender Zhang inglés y después de haber olvidado por completo el chino el rebelde Dólar, sino que, además, debemos aceptar la obvia jeremiada de este último episodio, centrada en lamentar la pérdida de identidad de Dólar que, al llamarse así y al olvidar a su santa madre -casi casi la Madre Patria-, está condenado a vivir en la confusión constante. ¡Pobre niño (chino) rico!
Eso sí, por lo menos la escena final es de lo mejor del filme: Tao Zhao, sola y su alma, baila en medio de un páramo semi-nevado en Fengyang, la irónicamente optimista "Go West" de los Pet Shop Boys. Una imagen final tristísima que, con Tao, es un poco menos triste. (* 3/4)

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