Distrital 2014/III
Hace unos días, el cinecrítico de Variety, Jay Weissberg, lanzó una encendida filípica contra la "democratización" que ha traído consigo la tecnología digital. Palabras más, palabras menos, Weissberg apuntó que si bien es cierto que el cine digital ha hecho posible que filmar -más bien, grabar- resulte ahora significativamente más barato que antes, también es cierto que, por eso mismo, ahora cualquiera puede llamarse a sí mismo "cineasta". Lapidario, Weissberg lanzó un apotegma que bien pudo haber escrito el admirado James Agee: "solo por el hecho de que cualquiera pueda hacer una película, eso no quiere decir que deba hacerla".
Recordé los dichos de Weissberg al revisar la programación de "Estrenos Mexicanos" de Distrital 2014. En todos los casos, estamos ante un cine nacional marginal, marginado y, además, realizado en los márgenes. En todos los casos, es indudable que la "democratización" tecnológica facilitó que cada una de las películas se realizara. ¿Los resultados?
No he visto Rebeldía y Pornografía (México, 2013), de Mauricio Parra -aunque las referencias que he leído sobre ella son consternantes-; ni el corto de 11 minutos Brii (Camino a Cad Goddeau) (México, 2014), de Gustavo Hernández Dávila; pero sí pude revisar el resto de la programación: Nosotros, Lucifer (México, 2014), de Diego Armando Moreno Garza; Tránsito (México, 2014), de Antonio Hernández; el sólido mediometraje documental Oasis (México-Finlandia, 2013), de Alejandro Cárdenas; y la mejor cinta mexicana que he visto en el año, Los Hámsters (México, 2014), de Gilberto González Penilla.
Nosotros, Lucifer, inicia con una cita de Deleuze, para destantear al enemigo. El apenas largometraje en blanco y negro de Moreno Garza se anuncia como una pieza en seis episodios que, más que narrativos, resultan ser confesionales: un joven platica con otro sobre su primer coito, una muchacha habla con alguien sobre un rompimiento amoroso y sus tendencias suicidas. La fotografía, entre la oscuridad casi total y los claroscuros, se detiene la carne, en el cuerpo, en los rostros de sus protagonistas. En algún momento alguien vomita en primer plano después de fumar un buen churro de motita (¿no qué no hace daño?). El sitio de Distrital habla con respecto a esta cinta de "la incoherencia más inusitada". Exacto: I rest my case, your honor.
Tránsito, de Antonio Hernández, es un diario de viaje disfrazado de choro harto reflexivo. O al revés. A través de un texto en pantalla en forma de subtítulos, se nos explica que, ya que México se está derrumbando, el joven cineasta -al que vemos en algún momento sosteniendo la cámara frente a un espejo- se va del país, acaso por "cobardía". Toma un crucero -una ciudad flotante "de falsedad y hedonismo"- y luego recala en Barcelona, en donde descubre que en el primer mundo la gente no se la pasa tan bien, pues hay por ahí un inarticulado indocumentado que se suelta contando sus cuitas, un cocinero dominicano que dice "lo que ganas aquí lo dejas aquí", una colombiana -ya con acento baturro- que confiesa sus propias broncas y así va avanzando la cinta, entre testimonios y cambio de locaciones -Marruecos, Rusia-, en las cuales Hernández se dará cuenta que no sólo México se está derrumbando, sino el mundo entero. Y él, enamorado.
Hay dos cintas valiosas entre los estrenos mexicanos que he visto. En primer lugar, está Oasis, un mediometraje documental de 52 minutos que nos muestra la vida de tres homosexuales de origen indígena maya -Reynaldo López, Gerardo Chan Chan y el travesti "Deborah" Sansorez- que, portadores del VIH, han luchado contra su padecimiento físico, al mismo tiempo que han soportado discriminación y rechazo, incluso dentro de sus familias. El documental es bastante convencional en la forma -testimonios frente a cámara, a veces en off, uso de fotos fijas preciosistas- y hay por ahí una montaje shocking completamente innecesario -el deseo de uno de los protagonistas de "morir joven, bella y hermosa" se contrasta con la imagen del estragado cadáver de una víctima del SIDA-, pero de todas formas este filme de Alejandro Cárdenas logra con creces el objetivo de cualquier documental: que nos interesemos por la vida de las personas a las que estamos siguiendo y que conozcamos el éthos que les rodea.
La mejor de las cintas mexicanas en Distrital es, sin duda, Los Hámsters, opera prima de Gilberto González Penilla, realizada en Tijuana. La película está centrada en la vida cotidiana de una familia cualquiera, Una Familia de Tantas (Galindo, 1949), que permanece unida a toda costa, a pesar de (¿o gracias a?) las mentiras que se dicen uno al otro y a sí mismos.
Rodolfo (Ángel Norzagaray) sale de su casa todos los días a trabajar, aunque está desempleado desde hace rato. La esposa, Beatriz (Gisela Madrigal), se encarga de la casa, de ver la tele y de ir a un club deportivo a dejarse pastelear por el maestro de natación. El hijo preparatoriano Juan (Hoze Meléndez) no da pie con bola en la escuela pero, eso sí, ya salió con su Domingo Siete con su noviecita, pues se entera que muy pronto será papá. Y la hija menor, Jessica (Monserrat Minor), mantiene un triángulo amoroso con su novio y su mejor amiga, con la que terminará en la cama.
El poder de observación de González es notable: su mirada es curiosa, descubre el humor (negro, patético) en la vida de sus personajes, pero no hay nunca una señal que muestre desprecio hacia sus criaturas dramáticas. Al contrario, hay reconocimiento y empatía, sin que dejemos de ver sus defectos, sus mentiras, sus engaños. La música elegida para acompañar el filme funciona a veces como eficaz contrapunto socarrón -"Melodía de Amor", con Los Rebeldes del Rock- y, en otras ocasiones, como el desnudamiento emocional de un personaje -"Verónica", interpretada por "El Pirulí".
Realizada en los márgenes de un cine industrial capitalino, allá en el extremo norte del país, Los Hámsters es la mejor prueba de que no está del todo mal que cada día se pueda hacer cine de manera más barata. A veces, los resultados son como esta opera prima de González Penilla.
Comentarios
Por cierto, en tu antiguo sitio cinevértigo tenías a Angel Norzagaray entre los actores de cine nacidos en Sinaloa. El bato es de Guasave, eventualmente se hizo alumno de Oscar Liera y naturalmente dramaturgo, director de teatro, actor y cachanilla.
Su trabajo siempre me ha gustado, a ver pa´ cuándo me toca Los Hámsters.