Morelia 2013/VI



Al salir de ver Europa Report (EU, 2013), del ecuatoriano internacionalizado Sebastián Cordero, alguien me aseguró que esta cinta de ciencia ficción era el perfecto antídoto en contra de Gravedad (Cuarón, 2013). Yo diría, más bien, que se puede ver como una modesta pieza de acompañamiento.
En un futuro cercano, Europa Ventures, una compañía privada aeroespacial, reúne a media docena de sus mejores astronautas europeos y los envía a una importantísima misión: explorar Europa, una de las lunas de Júpiter, pues se ha demostrado que hay agua bajo su superficie, lo que puede indicar la presencia de vida.
El filme, con el diseño de producción del talentoso y ubicuo Eugenio Caballero, y la cámara (más bien, cámaras) de Enrique Chediak, echa mano del formato tan de moda del “found footage”, pues se supone que lo que estamos viendo es una edición de todas las horas del trágico viaje espacial, a través de las ocho cámaras situadas dentro de la nave.
Cordero sostiene muy bien la tensión de principio a fin, el reparto multinacional –la rumana Anamaria Marinca, el sueco Michael Nyqvist, el sudafricano Sharlto Copley, et al- hace bien su trabajo y la película, al final de cuentas, resulta una efectiva B-movie de horror espacial.
Mis últimas tres películas en Morelia fueron de competencia: dos de largometrajes de ficción y una de documental. Lejanía (México, 2013), opera prima documental del egresado del CCC Pablo Tamez Sierra, explora cierta desgracia familiar que ocurrió hace casi medio siglo, cuando la mamá del cineasta era apenas una niña.
Echando mando películas caseras en 8 mm, videos recientes, fotografías de todo tipo y testimonios claves con cabezas parlantes de por lo menos tres generaciones de la familia Sierra entre Ensenada y la Ciudad de México, Tamez y su editor Javier Campos nos entregan un complejo tejido emocional/familiar que aún muestra cicatrices que no han sanado por completo. Una suerte de exploración y exorcismo familiar en pantalla grande.
Somos Mari Pepa (México, 2013), también opera prima, pero de ficción, de Samuel Kishi Leopo, surgió a partir de Mari Pepa (2011), un cortometraje con el que el joven cineasta jaliciense ganó el Ariel 2012 a Mejor Cortometraje. Debo confesar que no he visto el citado corto pero sospecho que la historia de Somos Mari Pepa se acomodaba mucho mejor a una duración más breve.
Alex (Alejandro Gallardo) es un adolescente mechudo que, junto con otros tres amigos de la prepa, tiene una banda de “punk-rock” –la "Mari Pepa" del título- en la que cantan –es un decir- rolas con letras tan sutiles como “I wanna cum in your face” o “No te vuelvo a acompañar a misa si no me las vas a dar”.
El sueño de Alex es ganar cierta “guerra de bandas” que se llevará a cabo en la ciudad, pero todo parece conspirar en contra. Sus tres camaradas están en otro rollo –uno tiene una novia que le gusta "One Direction", otro empieza a trabajar en una paletería después de que no pudo entrar a la Universidad y el otro parece estar atraído por cierto tío buchón que toca pura música de banda en su chica camionetota-, su abuela con la que vive empieza a mostrar signos de demencia senil, es hora que no puede llegar ni a primera base con una muchacha y, para acabarla de gozar, unos malandrines le bajan su guitarra eléctrica.
La película tiene sus virtudes y defectos en la misma área: la frescura e inexperiencia de sus jóvenes actores y la reproducción exacta de su vocabulario, su ethos, su ecosistema vital. Dicho de otra manera: pasamos 90 minutos con una bola de plebes malhablados, desmadrosos, huevones, indolentes pero, también, simpáticos, generosos y hasta tiernos. ¿Qué tanta paciencia tiene usted con este tipo de muchachos y la horrenda música que tocan? Conste: es pregunta. 
Creo que Somos Mari Pepa fue la película más floja dentro de la competencia en Morelia 2013 pero, de cualquier manera, no deja de tener sus virtudes. 
González (México, 2013) también tiene lo suyo, aunque creo que su director, Christian Díaz Pardo, muestra su influencia scorsesiana de forma demasiado obvia.
En un cuarto de un multifamiliar de la Ciudad de México vive el González González del título (Harold Torres), un silencioso pobre diablo que, sin empleo, busca chamba de lo que haya y donde haya. Siempre de saco, siempre de corbata, González consigue trabajo en un Call Center de una tal Iglesia de la Luz Universal, regenteada por el carismático pastor brasileiro Elías (Carlos Bardem excelente). González aprende rápido a ofrecer consuelo a todos los desesperados que llaman por algún problema (que si una enfermedad, que si el trabajo, que la falta de dinero, que si unos pensamientos incestuosos), para luego mandarlos a escuchar una grabación en la que les pide una lana para “el Señor”.
González encuentra su vocación: quiere convertirse en pastor como Elías y hasta se imagina alternando con él en su programa de televisión. Muy pronto González se hace llamar pastor y hasta conquista a una compañera de trabajo (Olga Segura) con un cuento o con otro. A su mamá, que le llama desde algún punto de la provincia mexicana –y a la que nunca escuchamos ni vemos- le promete que ya merito le manda ese dinero que le hace falta. Por supuesto, estas fantasías tendrán que chocar en algún momento con la realidad… ¿o no?
González es una re-elaboración de El Rey de la Comedia (Scorsese, 1982) en la que un patético pobre-diablo se rebela ante su propia mediocridad, tratando de convertirse, por las buenas o por las malas, en aquello que sueña ser. Como ejercicio de estilo no es malo y tanto Torres como Bardem ofrecen interpretaciones excelentes. De cualquier forma, no creo que esté al nivel de lo mejor de Morelia 2013: Los Insólitos Peces GatoWorkers y La Jaula de Oro

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