El cine que no vimos/XLII
Elegida por la estimada colega Fernanda Solórzano como su cinta preferida de 2008, Tiro en la Cabeza (España-Francia, 2008), el más reciente largometraje del catalán Jaime Rosales, nunca fue exhibida comercialmente en nuestro país, aunque se ha podido ver en el circuito cultural mexicano, incluyendo la Cineteca Nacional. Más por desidia que por cualquier otra cosa, había pasado de revisar este filme del siempre interesante Rosales (Las Horas del Día/2003, La Soledad/2007) hasta que, en estos días de cartelera comercial deprimente, encontré el pretexto para echarle un ojo.
Tiro en la Cabeza es un audaz experimento formalista que exige mucho -acaso demasiado- del espectador desprevenido. Aunque tiene los elementos de un thriller convencional, Rosales -autor él mismo del guión, basado en una nota leída en un periódico- elimina todas las características estilísticas/dramáticas que son necesarias para el género. Sí, es cierto, hay suspenso, crimen y hasta algo de emoción pero, en contraste, no hay contexto alguno, no hay diálogos explicativos, no hay información de ninguna especie. Lo que vemos es lo que vemos y nada más.
Pero, ¿qué vemos? Durante la primera parte de la película, seguimos a través de planos generales abiertos -podría jurar que no hay un solo primer plano en todo el filme- a un tipo de mediana edad, robusto, barbado, que sigue actividades rutinarias, comunes. El hombre (Ion Arretxe), del cual nunca sabremos su nombre, entra a una oficina, pasa a un bar a platicar con alguien, habla por teléfono en una cabina, se toma una cerveza con otro tipo barbado, pasa la tarde con una mujer y un niño (¿su hijo, su sobrino?) en un parque, va a una fiesta, seduce a una mujer a la que despoja de su ropa...
La puesta en imágenes de Rosales y su cinefotógrafo Óscar Durán exaspera, pero ése es el punto: el aburrimiento empieza a ganar la partida lenta e ineluctablemente. El filme, gran ejemplo de manejo del encuadre, no trata de nada en específico sino de la vida de un tipo común y corriente. Y, sin embargo, en la segunda parte, vemos que nuestro anónimo hombre cruza hacia Francia -por los letreros intuímos que estamos en el País Vasco- y ahí sucede algo que vuelve más radical la apuesta estilística de Rosales. El filme no cambia sino que, por el contrario, subraya aún más lo cuestionable/pertinente de las elecciones creativas de Rosales y su equipo.
Insisto: vemos lo que hace un hombre desde lejos, sabemos que está hablando pero nunca entendemos qué es lo que dice. A excepción de un par de gritos -que, además, yo no entendí-, los diálogos son inaudibles y/o ininteligibles porque los personajes son vistos por la cámara a gran distancia: tras ventanas, en balcones, dentro de automóviles... Tan cercanos y tan lejanos a la vez. Este es el sentido de un filme que se niega tercamente a dar explicaciones. Por eso -¿con razón?- ha provocado tantas molestias.
Comentarios
Por cierto, ¿no tendrá guardado entre sus textos, alguno en el que hable o reseñe “La Batalla de Argel”? Llevo tiempo queriendo ver este filme pero, por una u otra, no me he dado la oportunidad. Capaz que después de leer alguna opinión suya me pongo más las pilas.