En línea: Barry
Una línea recurrente en Barry (EU, 2016), segundo largometraje –primero de ficción- de
Vikram Gandhi (opera prima documental
Kumaré/2011, no vista por mí) es la
pregunta que le hacen una y otra vez al Barry del título (Devon Terrell), un
joven veinteañero afroamericano que acaba de llegar, vía transferencia
académica, a la prestigiosa y neoyorkina Universidad de Columbia en agosto de
1981.
El muchacho no tiene un acento discernible y su
comportamiento es serio, reflexivo, aunque no exento de chispazos de un filoso
buen humor. Tiene la tez negra y el cabello suficientemente afro pero no se
comporta como un negro neoyorkino. O angelino. O gringo, para acabar pronto. Por eso, la
primera pregunta que le hacen todos en cuanto lo conocen es: “¿de dónde eres?”.
Barry, ya acostumbrado, siempre responde más o menos lo mismo: “De Hawái,
Indonesia, Kenia, Kansas… Tú elige”.
Barry es la historia de crecimiento y maduración de
un confundido estudiante universitario que, hacia el final de un obligado periplo
existencial, que será tanto exterior -por las aulas, calles, restaurantes y
barrios neoyorkinos- como interior –por su propia conciencia conflictuada-,
sabrá finalmente quién es y cuál es su verdadera identidad. No lo vemos en la
cinta, por supuesto, pero años después, este muchacho se volverá famoso sin
necesidad de usar su apodo americanizado (“Barry”) sino llevando su nombre
completo, Barack, y su apellido, Obama.
Ya lo adivinó usted: estamos en los terrenos de
temáticos de El joven Lincoln (Ford,
1939), es decir, en la biopic centrada
en los orígenes del futuro e intachable líder de la nación más poderosa del
orbe. Y aunque, por supuesto, Gandhi está años luz de alcanzar la maestría
cinematográfica de Ford (pero, ¿quién está cerca de él?) y Barry es un pálido reflejo de esa emblemática obra mayor fordiana, Gandhi,
bien apoyado por el inteligente guion de Adam Mansbach y una espléndida
interpretación del joven actor australiano Terrell (impresionante la forma en
la que se apropió de los manierismos vocales de Obama), logra construir un
espacio biográfico/dramático bastante verosímil.
Barry inicia como un turista en su propia sociedad y
en ese entorno cultural/racial de inicios de los años 80: es testigo asombrado
del break-dance neoyorkino en una
noche de antro, reacciona con escepticismo racional ante los desfiguros de
algunos supremacistas negros, se reconoce como casi el único negro en cada una
de sus clases, se siente incómodo ante las miradas de otros negros cuando pasea
con su blanquísima novia liberal (Anya Taylor-Joy) y es humillado lo mismo en
alguna zona brava afroamericana –en donde un negro lo ataca a puñetazos y otro
lo amenaza con un arma- que en cierta elegante fiesta de blancos –en donde alguien
lo confunde con un empleado y hasta le da una buena propina.
Cada uno de estos encuentros y desencuentros, se
entiende, terminaron forjando la maleable identidad de este Barry que, décadas
después, ganaría la presidencia de Estados Unidos: la de un
brillante político, tan racional como carismático, que podía moverse entre
blancos y negros con toda tranquilidad, sin dejar de estar consciente de las inevitables
tensiones racionales que lo rodean.
Por eso, el desenlace, con todo y su carga
excesivamente didáctica (“Eso te convierte en americano”, le dice alguien a
Barry sobre su origen bi-racial y multicultural) termina apuntando hacia el
brillante futuro de nuestro protagonista. Cuando alguien le vuelve a preguntar
de dónde es, Barry responde: “De muchas partes... pero ahora estoy aquí”.
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Barry se encuentra disponible en Netflix.
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