En línea: Tower
Con una cartelera comercial hollywoodense invadida por
pitufos, jefes en pañales y reboots
de olvidadas series televisivas (además, próximamente, del octavo episodio de los pelones y homoeróticos), no hay más remedio que refugiarse en el buen
cine disponible a un par de clics. Es el caso del multipremiado filme
documental Tower (Ídem, EU, 2016),
segundo largometraje de Keith Maitland (opera
prima también documental The Eyes of
Me/2009, no vista por mí), que acaba de aparecer en Netflix.
Estamos
en la explanada de la Universidad de Texas en Austin, la mañana del lunes 1 de
agosto de 1966. A través de la voz testimonial en off de la entonces jovencita
embarazada de 8 meses Claire, empezamos a enterarnos del infierno que se desató
en esa universidad tejana cuando, desde la enorme torre del título original,
alguien empezó a disparar hacia estudiantes, maestros, empleados, transeúntes. Cuando
el ataque terminó 90 minutos después –el primer asesinato masivo de ese tipo en
Estados Unidos-, la cuenta de víctimas llegó a 49: 16 muertos, 33 heridos.
Maitland
echa mano de los recursos más convencionales posibles del cine documental
–imágenes televisivas de archivo, transmisiones radiofónicas de la época,
fotografías periodísticas, muy articuladas y memoriosas cabezas parlantes,
testimonios de sobrevivientes- en un formato nada convencional, pues estamos
ante una suerte de documental animado que, además, echa mano de la recreación
semificcional de los acontecimientos ocurridos en esa fatídica mañana. Así
pues, la decena de testimoniales que escuchamos en off –de estudiantes, de
policías, de un periodista, de un heroico empleado de una librería- los vemos
re-creados por actores cuyas imágenes han sido transformadas a través de la
animación rotoscópica dirigida por Craig Matthew Staggs.
Formalmente hablando, Tower es un híbrido notable: un documental animado, en parte
actuado/recreado y con intervenciones claves de algunos sobrevivientes que, 50
años después, lloran frente a la cámara, confiesan su vergonzosa pero muy
humana cobardía, comparten humildemente sus gestos heroicos o se quiebran al
rememorar esa tragedia que se ha vuelto tan común en los Estados Unidos del
siglo XXI.
Tower termina convertido en un emotivo y
emocionado homenaje a las víctimas –a las que sobrevivieron, a las que no- y a
los héroes –a ese joven estudiante de 17 años que cargó con una muchacha
embarazada, a ese policía latino que se presentó voluntariamente fuera de turno
a ver en qué podía ayudar, a ese oficinista nombrado oficial por un solo día-,
por lo que, en este escenario, el victimario es un personaje menor. De hecho, hasta
el final sabemos cómo se llama y muy poco más.
Como en el documental hermano Newtown (Snyder, 2016) –también disponible en Netflix, por cierto,
y en el que no se menciona para nada al autor de la masacre en un jardín de
niños en Connecticut-, hay un imperativo ético detrás de esta decisión: no se
trata de borrar de la memoria al que disparó, sino de conmemorar a las víctimas
indefensas, recuperar su humanidad y, a través de sus rostros, sus sonrisas y
sus llantos, vernos reflejados en ellas.
¿Y el
diagnóstico? El legendario Walter Cronkite, desde su noticiero de hace medio siglo, pone los
puntos sobre las íes. Son los mismos puntos y las mismas íes desde entonces.
Por lo mismo, el idílico epílogo animado en el que termina Tower resulta genuinamente devastador: Claire y su novio empiezan a
caminar por la explanada, frente a la torre, segundos antes de que ella sea
herida y él asesinado. Sabemos que eso está por suceder. Como sabemos que, en
otro lado, en otra parte, en otra explanada, en otra torre, en otra
universidad, pasará algo por el estilo en cualquier momento. Porque lo hemos
visto en las noticias una y otra vez. Porque vivimos en el horror normalizado. Allá y aquí, aunque sea por razones diferentes.
Comentarios
Qué loco todo.