Zootopia
A
bote pronto, Zootopia (Ídem, EU,
2015), el más reciente largometraje animado de la Casa Disney, parece una
apuesta segura para crear una sección más en sus parques de diversiones y, por
supuesto, para vender una nueva serie de peluches de todo tipo y tamaño.
Después de todo, una historia centrada en un utópico mundo animal
antropomórfico en el que viven, codo con codo –o pata con pata, pues-,
depredadores y víctimas, no parece la más audaz ni la más original de las cintas.
En efecto, el guion firmado por
Jared Bush y Phil Johnston no tiene empacho de saquear fórmulas y formatos bien
conocidos –la comedia de pareja/dispareja y el film noir ubicado en una luminosa ciudad muy parecida a Los
Ángeles- ni en regar por ahí y por allá los guiños cinefílicos de rigor –uno
espléndido dedicado a El Padrino
(Coppola, 1972)-, pero algunos de los chistes son realmente graciosos –hay un
rolling gag en una oficina burocrática que provocó la hilaridad de todos los
adultos en la función a la que asistí- y el discurso político, dirigido a
combatir los prejuicios y los miedos sociales, por más obvio que resulte, es
más que bienvenido en una sociedad como la gringa que está a punto de encumbrar
como candidato presidencial a un racista y xenófobo como Donald Trump.
Dicho de otra manera: Zootopia no es la gran cinta animada de
este año –ni de cualquier año-, pero funciona muy bien las más de las veces. Es
un palomazo de lujo que, además, derrocha imaginación visual con ese diseño de
la ciudad del título con sus muchos barrios –que corresponden a los ecosistemas
de los distintos animales- de distintos tamaños –los roedores viven en una
miniciudad- y accesorios -los hipopótamos llegan a un centro comercial saliendo
debajo del agua.
La historia, decía, está articulada
entre la comedia y el whodunit: la
voluntariosa conejita Judy Hopps logra ser el primer animal pequeño y no depredador
en la fuerza policial de Zootopia y, a pesar de que su jefe, el charrascaloso
búfalo negro Bogo, no le asigna ningún caso importante, logra de todas formas
hacerse cargo de la misteriosa desaparición de una comadreja. Como ayudante, Judy
recluta al zorro transa y vividor Nick Wilde, quien no tiene más remedio que
ayudar a la cuica orejona, si no quiere ser acusado con el SAT gringo… O,
bueno, de Zootopia.
La investigación llevará a esta
peculiar pareja/dispareja a recorrer toda Zootopia, desde guaridas gansteriles
en las que domina una corleonesca musaraña hasta grisáceas oficinas
gubernamentales, desde el infaltable barrio bajo delincuencial hasta alguna locochona
comuna de las que había en Vicio Propio
(Anderson, 2014).
Por
supuesto, la solución al misterio de la desaparición de la comadreja –y de
otros depredadores más- es bastante previsible porque en las tramas hard-boiled clásicas ya sabe usted de
qué y de quién se debe desconfiar. Al parecer, en Zootopia y en nuestro mundo, abundan
las mismas alimañas.
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