Guadalajara 2012/Día tres
Lo mejor del cine mexicano está y sigue estando en el documental. Y a las pruebas me remito con los tres documentales a continuación: Buscando a Larisa (México, 2011), Félix, Autoficciones de un Traficante (México, 2011) y ¿Qué Sueñan las Cabras? (México, 2011). Empezemos por el último que, en mi opinión, es el mejor, y un serio contendiente para el premio a Mejor Documental junto con Cuates de Australia (González, 2011).
¿Qué Sueñan las Cabras? es el sexto largometraje de Jorge Prior, tercero documental. Filmado en varios pueblos de la mixteca oaxaqueña y en la sierra de Puebla, he aquí la vida, la muerte, la fiesta, la tradición, el trabajo, la cultura, que varias comunidades indígenas y mestizas de Oaxaca y Puebla han construido alrededor de la cabra.
La cinta está dividida en seis "trozos" (o sea, hatos de cabra) que cubren todo el territorio y todas las actividades -en el monte con los pastores y arrieros, en el "hijadero" con los criadores, rumbo a la matanza de cabras, en pleno sacrificio con los matanceros, en la fiesta del día de muertos y, para cerrar el ciclo, con las cabras apareándose-, con cada segmento marcado por los versos muy bien dichos del "versador" Alfonso Jiménez y el leit-motiv visual de la fiesta en la que se celebra el rito del sacrificio de todos estos animalitos que, dice un arriero, "ah, cómo son sentidos".
El acercamiento a esta forma de vida casi anacrónica -la mayoría de la gente que trabajaba en esto ya se fue para otras partes, el enorme rancho que antes sacrificaba miles de cabras ahora lo hace con unos cuantos cientos- nos recuerda algo del notable documental ovejero Sweetgrass (Barbash y Castaing-Taylor, 2009), aunque en un tono más lúdico y empático, menos antropológico. Además, después de haber visto Cuatro Estaciones (Frammartino, 2010) y, ahora, ¿Qué Sueñan las Cabras?, no tengo más remedio que aceptar que esos animalejos son realmente fotogénicos.
Fotogénica es, también, la Larisa del título del documental dirigido por el uruguayo mexicanizado Andrés Pardo. En Buscando a Larisa, el joven cineasta Pardo, coleccionista de películas caseras y quien acostumbra ir a los mercados de pulga chilangos a comprar cintas familiares en Súper 8 ó 16 mm., se topa un buen día con varios carretes fechados de 1972 a 1978 en los que aparece, de manera consistente, una niñita rubia, bonita, carismática, identificada solamente como Larisa.
Buscando a Larisa es, al final de cuentas, un capricho de Pardo (aunque, ¿no toda película es precisamente un capricho de quienes la hicieron?), pues no queda muy claro por qué elige encontrar a esa niña y no a otra persona de otra familia de otra película. Lo cierto es que ha elegido a esa niña que aparece, en cierto momento, saludando a la cámara haciendo con su mano una señal de "cuernos". La investigación de Pardo y su fotógrafo Santiago Cassarino los lleva a buscar quién hacía trabajos de modificación de "combis" en los años 70 -en la película casera figura precisamente una combi que ha sido rediseñada-, a identificar algunos de los sitios que se muestran en esos filmes familiares -resulta que es Tabasco y, específicamente, Macuspana- y, en el camino, Pardo se permite varias digresiones con especialistas en distintos campos -archivistas, restauradores, antropólogos- que reflexionan sobre las cintas caseras, su valor para entender una sociedad en determinado momento, qué lleva a alguien a tomar esas imágenes y qué pasa con ellas cuando esa persona -el cineasta amateur, que generalmente es el padre de familia- llega a morir. Es notable todo el jugo que le saca Pardo a este pretexto -insisto: a este capricho- cinematográfico aparentemente tan banal. No resulta así: la memoria, los recuerdos, la familia, nunca son banales.
A propósito de recuerdos o, más bien, de confesiones, ¿qué tanto de lo que vemos en Félix: Autoficciones de un Traficante es verdadero? ¿Cuanto de eso es falso? El subtítulo -"autoficciones de un traficante"- nos indica que no deberíamos tomarnos tan en serio el asunto. Y, sin embargo...
La opera prima de Adriana Trujillo tiene en su centro al Félix del título, un gordito adecuadamente apodado "el Panda", quien además de ser "muy famoso" en Tijuana como actor secundario/protagónico de chafísimos videohomes fronterizos, tiene varias décadas trabajando como "pollero". Así, mientras vemos algunos extractos de sus películas -que se ven fatales pero apuesto a que resultan más entretenidas que algunas ficciones mexicanas que he visto en el Festival-, acompañamos a la novel cineasta y a sus fotógrafos Iván Díaz y Fernando Ortega, quienes siguen a Félix en toda su logística para pasar a tres compatriotas, de contrabando, por la meritita línea de Tijuana.
El tal Félix, como todo buen pícaro -y delincuente, habrá que decir, porque el tráfico de personas, hasta donde recuerdo, es ilegal-, resulta carismático, articulado, auto-indulgente. Se ve a sí mismo como un héroe y da innumerables justificaciones para hacer lo que hace. Él no es malo: sólo ayuda a que sus compatriotas cumplan su "sueño americano" que él mismo sabe, por cierto, que es falso. La cinta nunca deja de ser interesante, pero me da la impresión que ni la misma cineasta sabe qué hacer con su personaje central.
Quien no sabe ya tampoco qué hacer con su anciano padre que empieza a tener lagunas de memoria es la terminalmente cansada María (Roxana Blanco), una mujer de mediana edad acaso divorciada (¿o viuda?) que tiene tres hijos -una adolescente y dos niños- y un trabajo mal pagado y sin prestaciones de ninguna especie. La mujer no halla la puerta y toma una decisión dificil de justificar pero no tan dificil de entender.
Se trata, por supuesto, de La Demora (México-Uruguay, 2011), tercer largometraje del uruguayo mexicanizado -otro más- Rodrigo Plá. Creo que no debo escribir más de la historia, porque creo que el chiste es ir descubriendo el tipo de decisiones que toma María y, luego, acompañarla en las consecuencias de sus decisiones. Baste decir que Plá le saca la vuelta a todo sentimentalismo barato y que su puesta en imágenes es funcional, sencilla, pero siempre eficaz. A la salida del cine, de regreso al hotel, escuché una animada conversación sobre la cinta, sus personajes, sus decisiones. Espero volver a esta cinta cuando se estrene comercialmente. Ojalá no sea en el 2014.
Y un detalle: si La Demora gana el Mayahuel a Mejor Película -como es posible que suceda: no he visto aún nada mejor- sería la segunda vez consecutiva que una película filmada en el Cono Sur de un director nacido allá pero que vive y trabaja aquí, gana el máximo premio del Festival de Guadalajara. El año pasado fue, claro está, El Premio (Markovitch, 2011). Ahora puede ser La Demora. Que conste: no me quejo, nomás apunto.
Comentarios
Creo que a mi también se me van las cabras, usted disculpe don.