El cine que no vimos/XII
Nunca exhibida comercialmente en México, Wandâfuru Raifu (Japón, 1998), segundo largometraje de ficción de Hirokazu Koreeda (opera prima programada en la televisión cultural mexicana Maborosi/1995, obra maestra recién revisada en el FICCO 2009 Caminando Aún/2008), fue distribuida en Occidente con el título en inglés de After Life. Con ese nombre se encuentra en un modesto DVD de Región 1 (sonido estéreo, widescreen) que no ofrece mayores extras a no ser el trailer original y una interesante "declaración del director", que puede ser leída a través del menú del disco. Con ese nombre, After Life, también ha sido programada en la televisión cultural mexicana, en concreto, en el Canal 22 de CONACULTA.
En la citada "declaración del director" que puede leerse en el DVD, Koreeda confiesa que el origen de esta película surgió de dos vías encontradas: el recuerdo de su abuelo, que sufrió de Alzheimer en la última etapa de su vida; y del clásico de Lubitsch Heaven Can Wait (1943), en el que un recién fallecido Don Ameche tiene que convencer al mismísimo Satanás (Laird Cregar) de que merece entrar al infierno, un lugar que, le han dicho, es más recomendable que el aburrido cielo.
En Wandâfuru Raifu el escenario no es el infierno, sino el limbo. Y para Koreeda -autor también del guión- el limbo japonés está en un viejo edificio que pudo haber sido una escuela pública. Ahí, todas las semanas, llegan varias decenas de personas que han perdido la vida, van a una ventanilla, dicen su nombre y las mandan a una sala de espera. Unos minutos después, cada uno de ellos será asignado a un(a) entrevistador(a), cuya responsabilidad es que el recién llegado/fallecido elija un recuerdo con el que pueda irse de ahí. Cuando finalmente lo hacen -y tienen sólo una semana para hacerlo-, un equipo de entusiastas cineastas amateurs se encargará de plasmar ese recuerdo en celuloide. Después del rodaje, toda la memoria de los muertos se borrará. Y lo único que podrán llevarse a ese otro sitio -nunca se dice qué sitio es- será ese recuerdo convertido en película íntima, personal, pero confesada a estos pacientes y chambeadores burócratas.
Koreeda centra la trama en uno de estos trabajadores del limbo, Takashi Mochizuki (Arata), que tiene dificultades con un viejo ejecutivo, Ichiro Watanabe (Takethoshi Naito), que no puede elegir ningún recuerdo importante de su vida porque, afirma, su existencia no tuvo nada de extraordinario. Mochizuki es ayudado por una joven asistente, Shiori (Erika Oda), quien es obvio que siente algo más que admiración por su concentrado jefe inmediato.
Koreeda -un competente documentalista televisivo antes de pasar a la ficción- alterna capciosamente varios tipos de entrevistas con los "recién fallecidos": algunos de ellos son actores que interpretan profesionalmente sus respectivos personajes; otros son, en contraste, gente común y corriente que aceptó participar en la película con la premisa de contar frente a cámara qué recuerdo les gustaría guardar para toda la eternidad. Así, la ficción pensada por Koreeda -especialmente la referente a la "aburrida" vida de Watanabe y su matrimonio- se intercala con los deseos, pensamientos y recuerdos de personas "normales", que hablan de su infancia, de su vida matrimonial o de las hojas amarillentas de algún bosque perdido en la memoria.
Los recuerdos re-construidos por esta troupe de burócratas y cineastas son, en el mejor sentido del término, francamente naïves: exentas de sofisticación y esnobismos, las mini-películas en la que se recrean la realidad recordada son pequeños filmes hechos con tres pesos (bueno: tres yenes), llenos de ingenuidad, humor y amor. En el limbo japonés siempre falta presupuesto, pero la falta de recursos se suple con talento y entrega.
Por supuesto, Wandâfuru Raifu es, antes que nada y después de todo, una gozosa metáfora de la magia del cine y sus posibilidades. Por eso, al final, cuando el propio entrevistador Mochizuki elija su recuerdo -el castigo por no decidirse es trabajar de burócrata-, retomará no sólo una experiencia clave vivida en la tierra sino, también, la experiencia de cinco décadas en ese grisáceo limbo japonés. Sólo ahí, recogiendo y recreando los recuerdos de los demás, Mochizuki pudo saber que su vida no fue en vano. Que su vida fue valiosa. Como lo es, nos dice Koreeda, la de todos nosotros.
Comentarios
Leo
Y hablando de similitudes, por ahí anda una película y un libro que en algo le deberán a esta película de Koreeda:
La película es esa cosa con Robin Williams, Final Cut de Omar Naim (con tono de ciencia ficción en lugar de metafísico), y esa novela corta algo famosa de un tiempo a la fecha: Pizzería Kamikaze del israelí Etgar Keret (versión casi punk de esta película).
Bella recomendación mi estimado.