El matrimonio Loving
El sureño Jeff Nichols (Little Rock,
Arkansas, 1978) se ha convertido en el más importante cronista fílmico del sur
americano. En sus cinco largometrajes dirigidos hasta el momento -todos, en
mayor o en menor medida, filmes logrados-, Nichols se ha preocupado por mostrar
las costumbres, las tensiones, las formas de vida de los habitantes del sur
gringo, alejándose tanto de la caricaturización ofensiva como de la
condescendencia que, a veces, puede ser incluso más ofensiva.
En sus primeros dos filmes, las notables Shotgun Stories (2007) y Atormentado (2011), Nichols se movió en los
escenarios del cine indie de bajo presupuesto, casi minimalista;
en sus siguientes dos cintas, El
niño y el fugitivo (2013) y Midnight Special (2016), el cineasta se ha movido hacia
espacios más cercanos al mainstream,
con estrellas reconocidas y mayores presupuestos. Su quinto largometraje, El matrimonio Loving (Loving, EU-GB, 2016), es su
filme más convencional en la forma y en el fondo, su primera cinta hecha por
encargo -los productores llegaron con él para proponerle la historia- y su
primer trabajo "oscareable".
La historia, escrita por el propio
cineasta, está ubicada en el Virginia de 1958. El filme inicia cuando Mildred
(la nominada al Oscar Ruth Negga) le informa a su novio, el silencioso Richard
Loving (Joel Edgerton) que está embarazada. "Bien", es lo único que
alcanza a murmurar, sonriente, Richard. El tipo compra un terreno, planea
construirle una casa a Mildred y finalmente la feliz pareja se casa... pero
lejecitos, en Washington, D.C.
El "problemita" es que Mildred
es negra y Richard es blanco y, por supuesto, en la Virginia segregacionista de
los 50's el matrimonio interracial está prohibido so pena de prisión para quien
desafíe la ley. Y, claro, como están en un condado pequeñito, no falta quien le
avise a la autoridad que por ahí hay una nigger y un redneck que violaron la
ley. A mitad de la noche, Richard y Mildred son detenidos, condenados a un año
de cárcel pero como su abogado no es tan inepto, logra un arreglo salomónico:
condena suspendida con la condición de que los dos no vuelvan a entrar a
Virginia, juntos, en 25 años. El chiste es que no den mal ejemplo a los demás
con su sola presencia.
La historia está basada en un hecho real
-hay por ahí un documental y un telefilme anteriores a esta cinta- y terminó
bien: el caso terminó llegando a la Suprema Corte nueve años después gracias a
la heroica y siempre bienvenida ACLU (la Unión Americana de Libertades Civiles,
que le está dando lata a Trump). Así, en Loving vs. Virginia, la Suprema Corte
falló a favor de los Loving -que gran apellido para esta historia- y, de paso,
declaró inconstitucional toda prohibición de matrimonio interracial.
La paradoja de la historia -y de la
película, de hecho- es que este crucial momento en la historia de Estados
Unidos fue protagonizada por una pareja completamente apolítica. Richard es
presentado aquí como un hombrón noble y silencioso, que no quiere broncas con
nadie. Ruth es una encantadora mujer que lo único que desea es vivir su vida en
el pueblo en el que nació. Los Loving no son militantes de nada, no desean
cambiar el mundo, no tienen claro por qué alguien se molesta por su amor. Es
ella, en su exilio en Washington, y solo porque deseaba criar a sus tres hijos
en los campos de Virginia, quien inicia la demanda, vía la ACLU, sin pensar un
solo momento en las consecuencias de lo que iba a provocar. No estaba en su
sangre la confrontación sino el más simple, puro y cotidiano amor, como la
legendaria fotografía de ellos que apareció en la portada de la revista
Life.
La película es, por todo ello,
genuinamente conmovedora aunque, dramáticamente hablando, nunca termina de
despegar por completo. En gran medida esto se debe, sospecho, a la decisión de
Nichols de centrarse en ellos como pareja y rechazar la estructura tradicional
del drama liberal de juzgado, como, acaso, demandaba la historia. De hecho,
nunca vemos la discusión que se dio en la Suprema Corte de Justicia, los Loving
no asisten a ella y la única declaración que los abogados de la ACLU le sacan
con tirabuzón a Richard es: "Díganles a los jueces que la amo". Eso
nos queda muy claro, Richard. Muy claro.
Comentarios
Órale qué loco...