Star Trek: sin límites
Al
inicio de Star Trek: sin límítes
(Star Trek Beyond, EU, 2016), tercer filme del reboot trekkie iniciado con StarTrek (Abrams, 2009) y décimo tercer largometraje sobre la tripulación del
USS Enterprise desde la ya lejana Viaje
a las Estrella: la Película (Wise, 1979), el otrora ingobernable Capitán
James Tiberius Kirk (Chris Pine) graba en su bitácora que, la verdad, está
medio aburrido. Tiene 966 días en el espacio, le quedan más o menos 600 más para que
su misión termine y empieza a sentir que lo que hace –que lo que es- no tiene
mucho sentido.
Interesante la premisa planteada en
el guion escrito por el actor y comediante Simon Pegg en colaboración con Doug
Joung: si tomamos en cuenta las doce cintas anteriores y las decenas de
episodios de las series televisivas, ¿no será tiempo de jubilar al USS
Enterprise y a toda su tripulación?
Por supuesto, a pesar de las dudas
de Kirk –y también del Comandante Spock (Zachary Quinto), que tiene sus propias
razones para querer colgar los bártulos-, el logro de Star Trek: sin límites radica en que, al final, uno queda
convencido, al igual que los protagonistas, que hay USS Enterprise y tripulación
para rato.
El McGuffin es elemental, como suele
suceder en este tipo cintas. Sucede que hay un pequeño chunche llamado Abronath
que el malvado de este episodio –un Idris Elba escondido detrás de kilos de
maquillaje- desea con el único y cansino fin de destruir el mundo. ¿La razón?:
quesque hay mucha paz en el Universo desde que la Federación es la mandona y
él, un antiguo militar, se ha quedado sin chamba. Nomás por eso.
El nuevo realizador Justin Lin
–mejor conocido por dirigir cuatro episodios de la exitosa saga Pelones y Homoeróticos
(2006-2009-2011-2013)- le imprime su estilo visual a la cinta, que puede
resumirse con dos adjetivos: vistosa pero confusa. Es decir, sin duda la puesta
en imágenes es atractiva –en especial, el diseño de la ciudad espacial
Yorktown-, pero basta que se suelten la acción para que Lin demuestre que lo
suyo no es el manejo adecuado de los espacios cinematográficos. De hecho,
cuando se da el ataque al USS Enterprise –sí, otra vez vuelven a destruir la
nave- es difícil mantener la claridad de lo que está pasando en pantalla, quién
está disparando a quién, qué se está destruyendo, para dónde está corriendo
aquél, qué está pasando allá…
Por fortuna, la película se sostiene más bien por la química existente entre la tripulación del Enterprise y, por supuesto, entre
los actores que la encarnan. La mano del Pegg guionista –que además, interpreta
al ingeniero Scotty- se nota en un constante y consistente sentido del humor.
De hecho, los mejores momentos del filme no están marcados por la solemnidad de
las reflexiones iniciales de Kirk o Spock, sino por la eterna rivalidad entre
el perpetuamente exasperado Dr. McCoy (excelente Karl Urban) y el siempre
imperturbable Mr. Spock, quienes están obligados a convivir –y discutir-
durante buena parte de la película.
¿No habrá manera de que hagan un spin-off trekkie protagonizado por ellos
dos? Conste que a mí se me ocurrió primero.
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