Grandes Maestros del Cine Japonés/IV


Más allá de la Santísima Trinidad Fílmica japonesa de siempre (Ozu-Mizoguchi-Kurosawa), hay otros cineastas contemporáneos de esos tres maestros nipones que, por angas o por mangas, no han recibido el mismo interés cinéfilo. Uno de ellos es Masaki Kobayashi (1916-1996), realizador de una de las épicas cinematográficas más apasionantes de toda la historia: la trilogia de diez horas de duración La Condición Humana, estrenada en Japón, en su momento, en tres segmentos de más de tres horas de duración cada uno, de enero de 1959 a enero de 1961.

Filmada a lo largo de cuatro años, La Condición Humana es vista no sólo como la obra mayor de Kobayashi sino, de hecho, como uno de los más importantes filmes del Japón de la postguerra. Y aunque la cinta, adaptada por el guionista de cabecera de Kobayashi, Zenzo Matsuyama, está basada en un best-seller de seis volúmenes de Jumpei Gonikawa, uno puede intuir que la película también tiene mucho de la experiencia personal del propio cineasta, pues las venturas y desventuras de su idealista héroe Kaji se cruzan en más de una ocasión con la vida del propio Kobayashi, quien estuvo en Manchuria en la Segunda Guerra, se horrorizó por las crueldades e injusticias del ejército imperial y fue él mismo prisionero de guerra durante un año, tal como y le sucede al protagonista de esta estremecedora épica humana.

La primera parte de La Condición Humana (Ningen no jôken I, Japón, 1959) inicia en 1943. El burócrata de 28 años de ideas "izquierdistas" Kaji (Tatsuya Nakadai, el sempiterno alter-ego de Kobayashi y súper-estrella del cine japonés en las siguientes décadas) es relevado de sus obligaciones militares y, en lugar de ser enviado al frente, la compañía minera para quien él trabaja lo manda a mejorar la producción a la Manchuria tomada por el ejército japonés. Kaji tiene ideas revolucionarias: si se trata a los hombres con dignidad y con respeto, si se mejora sus condiciones de vida, de alojamiento, de alimentación, ellos mismos trabajarán más. "Los seres humanos no deben ser tratados como metales", repite en más de una ocasión, convencido de que no hay otra forma de vivir la vida que siendo humano y tratando a los demás como lo que son: seres humanos.

Kaji llega al pueblo minero de Loh Hu Liang, en la Manchuria ocupada por Japón, con su joven esposa Michiko (Michimo Aratama). De inmediato, se gana el respeto de su rudo compañero de trabajo Okishima (Sô Yamamura) pero también la desconfianza o la franca animadversión de prácticamente todos los demás. Sus "exóticos" métodos humanitarios chocarán con las costumbres de hambrear a los trabajadores, pagarles a través de tiendas de raya y latigarlos cuando el capataz considera que están de holgazanes. Las teorías humanistas de Kaji enfrentarán el mayor desafío cuando el ejército imperal japonés le envíe a la compañía minera 600 chinos prisioneros de guerra, en calidad de trabajadores-esclavos.

Esta segunda parte del filme tiene una intensidad creciente, rampante: el momento en el que los prisioneros llegan a la minera, encerrados como animales en unos vagones de ferrocarril, duele a la vista. Las puertas corredizas de los vagones se abren y los esqueléticos chinos caen cual fardos: varios centenares de guiñapos humanos se mueven en el suelo, caen unos sobre otros, avanzan abriendo los ojos con dificultad ante la luz del Sol. Cuando, a lo lejos, ven una carreta con sacos de harina o frijol, la multitud hambrienta, cual torpes zombies de George A. Romero, la rodea como si se tratara de un tesoro. Okishima y Kaji apenas pueden detener ese oceáno de hambre, de hombres: toman el látigo y golpean a la muchedumbre. Imposible: por abajo de la carreta varias decenas de chinos están abriendo los costales y masticando los alimentos crudos, tragando a puños la harina...

La llegada de estos 600 prisioneros representará un reto logístico descomunal para Kaji pero un imperativo humano aún superior: apiñados en varias barracas, rodeados de alambres de púas electrificados, con vigilancia armada y órdenes de tirar a matar, ¿qué espacio puede haber para el amor, para la libertad? Incluso así, uno de los prisioneros, el más rebelde, el más desconfiado, se enamorará de una de las prostitutas contratadas por la compañía minera para darles algo de solaz a los 600 confinados. "¿Qué otra cosa no es el hombre más que un pezado de carne lleno de lujuria y avaricia?", le dice su jefe a Kaji antes de ordenarle que funja como una especie de Pantaleón avant-la-lettre y organice un lupanar oficial para los prisioneros. El jefe, por supuesto, tendrá razón (y no la tendrá): cuando los centenares de deshauciados chinos esclavizados vean a 30 prostitutas entrar a su campo de detención, la sonrisa se dibujará en sus escoriados rostros. Sin embargo, más tarde, esa misma multitud amorfa demostrará que puede organizarse, defenderse, respirar, en otra de las escenas claves de la cinta: la rebelión vocal ante la ejecución de tres de sus compañeros.

"Kaji soy yo", dijo en más de una ocasión Kobayashi con respecto al protagonista de esta saga antibélica. La identificación del cineasta con el personaje (y el actor que lo encarna) es completa pero también compleja: Kaji es un idealista pero no un ingenuo; puede dudar en algunas ocasiones, pero también es obecado y tozudo hasta extremos suicidas; sabe que puede haber un mundo mejor, pero él es el primero en darse cuenta de las dificultades que enfrenta; es un crítico implacable de todo lo que ve, pero esa recta mirada moralista siempre la dirige, antes que nadie, a sí mismo. Por su condición de japonés en tierra china ocupada, Kaji es un opresor, por más que no quiera jugar ese papel. Antes los ojos de los demás -por ejemplo, de la prostituta china que le reclama no haber salvado a su amante-, sus buenas intenciones son peligrosas o de pena ajena (así lo ven sus compañeros) o, en su defecto, son una máscara hipócrita que esconde a un "demonio japonés" aún peor que los demás (así lo ven mucho chinos), pues este maléfico nipón se hace pasar por gente buena. "Kaji es tan opresor como oprimido", comentó alguna vez Kobayashi con respecto a su personaje, y esta dualidad indisoluble es lo que provocará la caída en desgracia de Kaji hacia el desenlace de esta agotadora primera parte.

Y si la historia es absorbente de principio a fin, la forma lo es en igual medida: a la maestría de la ya descrita secuencia de la llegada de los prisioneros a la mina (épicos travellings todo-abarcadores, cortes precisos de la multitud arrolladora), habría que agregar la del arribo de las prostitutas a las barracas (las delgadas figuras femeninas aparecen entre la noche y la niebla, como alegres fantasmas que han llegado del más allá) o la de la sádica decapitación de tres prisioneros en manos de un desalmado sargento nipón...

Más allá de estos emblemáticos momentos de gran cine social/épico, la cámara en blanco y negro de Yoshio Miyajima está siempre colocada en la mejor posición posible en los interiores y en reposo. Por ejemplo, cuando está en interiores, no falta el plano general a la Ozu con la infaltable profundidad de campo, que nos muestra la oficina o la casa japonesa típica en toda su dimensión. Realizada en el amplísimo formato Shochiku Grandscope (2.35:1), Kobayashi y Miyajima prefieren siempre los planos de conjunto y el plano general sobre el primer plano, que es más bien escaso. El director y su fotógrafo eligen, pues, ver a los personajes como parte del entorno social/natural/laboral que les rodea. Kaji aparece en el 90% del tiempo de pantalla -acaso incluso más- pero casi nunca está solo, ni siquiera en el encuadre: siempre hay alguien más que está con él discutiendo, hablando, intercambiando miradas. La puesta en imágenes se conecta, así, con la trama de la cinta: ser humano es estar con el otro, con los otros.

Hasta donde entiendo, la traducción correcta de las palabras japonesas "Ningen no jôken" no es La Condición Humana sino, más bien, "Lo que se necesita para ser humano". Este último título, aunque más ambiguo y mucho más largo que con el que se conoce mundialmente al filme, resulta, al final de cuentas, más pertinente. Después de todo, ¿qué es un ser humano? El inicio de la respuesta a esta pregunta está contenida en estas primeras tres horas y media de La Condición Humana. Ya daremos cuenta aquí del resto de la respuesta.


La Condición Humana se está exhibiendo, dividida en seis partes, en la Cineteca Nacional.

Comentarios

Joel Meza dijo…
Como dijo Memín:
What a piece of work is a man, how noble in reason, how
infinite in faculties, in form and moving how express and
admirable, in action how like an angel, in apprehension how like
a god!
Oh, Kobayashi. El director de la mejor película de fantasmas de la historia y un film de belleza delirante: "Kwaidan". Un grande, ya lo creo.

Un saludote.
Ah, Pobresor... A ver si luego me doy tiempo para volverla a ver y reseñarla como se debe.
Unknown dijo…
Gracias, primero que nada por el trabajo de ilustración, caligráfica sobre el maestro Kobauashi y por decirnos, recordarnos que hay Nakadai más allá de Mifune. Voy a hacer un esfuerzo supremo por alcanzar que mi conocimiento de este inigualable fresco llegue a las 4/6partes. Sería casi criminal no hacerlo, considerando que ya me perdí, inevitablemente, las dos primeras partes...
Un humilde saludo
http://cinemanchas.blogspot.com/2009/09/programas-dobles.html

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