La Princesa y el Sapo


Como dice la canción, ahora resulta que “Everything Old Is New Again”. Es decir, cuando Disney parecía haber renunciado a la animación clásica de celdas para entrar de lleno al mundo creado por la casa Pixar de John Lasseter, he aquí que la más reciente cinta de la compañía del criogenizado tío Walt ha dado “la vuelta en U” para entregarnos un encantador filme orgullosamente anacrónico.
En efecto, La Princesa y el Sapo (The Princess and the Frog, EU, 2009), de los especialistas Ron Clements y John Musker –la pareja que revitalizara la casa Disney en los noventa con La Sirenita/1989, Aladino/1992 y Hércules/1997- es una suerte de cinta-summa disneyana no sólo por la clásica animación tradicional –que nos remonta, a ratos, al estilo de los años 50/60-, sino por la convencional trama y hasta por los personajes emblemáticos –incluyendo los animalitos antropomorfos- que son similares a los que aparecían en Blanca Nieves y los Siete Enanos (Hand, 1937).
Con todo, las variaciones en la historia escrita en parte por los propios cineastas no son intrascendentes: esta vez el príncipe no es más que un junior simpático y desobligado que quiere dar el braguetazo, mientras que la heroína es una working-girl educada en la ética protestante del trabajo duro y, para rizar el rizo, afroamericana.
En sentido estricto, la Tiana de La Princesa y el Sapo no es, ni de lejos, la primera heroína no WASP en el cine animado de Disney –Jazmín en Aladino era árabe, Pocahontas en la cinta homónima de Gabriel y Goldberg (2005) es indígena, y Lilo en Lilo y Stitch (DeBlois y Sanders, 2002) es una niña hawaiana y morena-, pero sí la primera protagonista negra que, además, por lo menos al inicio, no necesita bules para nadar. Al final, es cierto, resultará que siempre sí –o sea, que sí necesita el bule respectivo- pero será bajos sus propias condiciones.
Algunos han apuntado en el país del norte que la película es racista. Sin duda, hay estereotipos inocultables –en especial, la luciérnaga sureña y el trío de hillbillies bobalicones- pero, ¿hay otra forma de construir el humor visual en una cinta animada si no es a través de la caricaturización de los propios personajes? Si a esas vamos, ¿por qué nadie se queja del estereotipo de la niña blanca, chiqueada y caprichosa, Charlotte, la mejor amiga de la luchona, trabajadora y negra Tiana? Es cierto, la película está ambientada en el Nueva Orleans de los años 20, en plena época de segregación racial, y la cinta no hace alusión en ningún momento a ese “pequeño” detalle pero, ¿de verdad era necesario señalar ese hecho histórico en un filme en donde hay un cocodrilo que toca la trompeta y sueña en alternar con Louis Armstrong?
Por lo demás, en cuanto a la música se refiere, no hay mucho que anotar. A diferencia de las grandes canciones de muchas cintas anteriores de Disney, que tuvieron vida propia más allá del filme de origen –pienso en la banda sonora de La Sirenita, El Rey León (Allers y Minkoff, 1994) e incluso Hércules-, la realidad es que las melodías de La Princesa y el Sapo, escritas por el veterano Randy Newman, no se quedan en la memoria –por lo menos, no en la mía.
Eso sí, en cuanto a la animación se refiere, no desmerece nada de lo realizado por Musker y Clements en este filme, especialmente en algún par de imaginativas secuencias, como en la presentación del villano Dr. Facilier (“Friends of the Other Side”) o en la de la bondadosa sacerdotisa Mama Odie (“Dig a Little Deeper”), que termina en una explosión de color que inunda la pantalla.
Al final de cuentas, la cinta se deja ver sin dificultad alguna, resulta más que disfrutable y el mensaje sobre las bondades del trabajo duro no está nunca de más. Es decir, está muy bien pedirle milagros al cielo. Pero es mejor levantarse temprano e ir a corretear la chuleta. Ah, y algo más: hay que sacarles la vuelta a esos pretendientes güevones que nunca faltan. A menos, claro, que se pongan a trabajar.
Vamos: no son malos consejos para todas esas jovencitas luchonas e inteligentes que hay por ahí. Es más: dejen los anoto para cuando me hagan falta.

Comentarios

Joel Meza dijo…
Ernesto, pero cuando Lasseter tomó las riendas de Disney animación anunció que no sólo continuaría con la animación a mano sino que volverían las grandes producciones, ¿no?
Sí, de hecho, hasta donde entiendo, fue idea de Lasseter el hacer la cinta con animación tradicional, pues originalmente no estaba definido este elemento. Por eso el incipit de la reseña.
Joel Meza dijo…
Al menos ya aprendí la palabra del día. ¡Ajúa!
La voy a ver hasta el domingo, a ver qué tal. Le tengo mucha fe.
Joel Meza dijo…
"Le tengo mucha fe"... chin, nomás me faltó cantar la de la Trevi: "Con los ojos cerrados iré tras de él..."
Chiguaguas... Quisiera que me hubiera gustado tanto como a ustedes, pero no.

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