Cuéntamela otra vez.../VII
Memorándum para los que se atrevan a hacer un remake de una película de Alfred Hitchcock: para no hacer el ridículo, elijan alguna que sea de las cintas más flojas y/o escasamente conocidas del Mago del Suspenso y consíganse un reparto a toda prueba. No les tiene que ir tan mal.
Por lo menos eso fue lo que hizo el reaparecido cineasta australiano Stephan Elliott con Buenas Costumbres (Easy Virtue, GB-Canadá, 2008), nueva versión del casi desconocido melodrama Easy Virtue (GB, 1927), realizado por Hitchcock para el famoso productor Michael Balcon.
A esas alturas, en 1927, Hitchcock ya empezaba a ser reconocido por el público y la crítica de su tiempo (ya había realizado su primera obra mayor, El Enemigo de las Rubias/1926 e inmediatamente después de Easy Virtue dirigiría la magistral El Ring/1927), pero es obvio que al entonces joven cineasta le faltaba todavía unos cuantos años, con la llegada del cine sonoro, para que su nombre se impusiera en el imaginario popular como el maestro del thriller. De hecho, basta revisar la obra silente hitchcockiana para darse cuenta de la variedad de géneros en los que trabajó el director británico antes de especializarse en el .manejo del suspenso y en el thriller mismo.
Easy Virtue no tiene buena fama. De todos los libros que tengo de Hitchcock -el canónico del recientemente fallecido Robin Wood, el de Donad Spoto, el de Sterrit, el de Harris y Lasky, el de Philip Kemp y hasta en el de Guillermo de Toro- en ninguno se le dedica más que unas cuantas líneas al filme y algunos, de hecho, ni siquiera lo mencionan. El mismo Hitchcock, aparentemente, tampoco lo tenía en buena estima.Por lo menos eso fue lo que hizo el reaparecido cineasta australiano Stephan Elliott con Buenas Costumbres (Easy Virtue, GB-Canadá, 2008), nueva versión del casi desconocido melodrama Easy Virtue (GB, 1927), realizado por Hitchcock para el famoso productor Michael Balcon.
A esas alturas, en 1927, Hitchcock ya empezaba a ser reconocido por el público y la crítica de su tiempo (ya había realizado su primera obra mayor, El Enemigo de las Rubias/1926 e inmediatamente después de Easy Virtue dirigiría la magistral El Ring/1927), pero es obvio que al entonces joven cineasta le faltaba todavía unos cuantos años, con la llegada del cine sonoro, para que su nombre se impusiera en el imaginario popular como el maestro del thriller. De hecho, basta revisar la obra silente hitchcockiana para darse cuenta de la variedad de géneros en los que trabajó el director británico antes de especializarse en el .manejo del suspenso y en el thriller mismo.
Sin embargo, una revisión cuidadosa y desprejuiciada del quinto largometraje hitchcockiano -disponible en DVD de Región 1 y legalmente en la red- desmiente todas las objeciones antes descritas: estamos ante un melodrama muy convencional, sin duda alguna, pero visualmente fascinante y hasta sofisticado, como bien lo señala Spoto, uno de los pocos historiadores y críticos que le han dedicado aunque sea un párrafo a esta cinta.
La trama, basada en una obra teatral de Noel Coward, está centrada en Larita Filton (la guapa rubia Isabel Jeans), una joven mujer divorciada que arrastra un pasado de escándalo: un pintor enamorado de ella, después de herir a su alcohólico marido con un arma de fuego, termina suicidándose. Ella es llevada a juicio, pero es encontrada inocente de todos los cargos. Para huir de la bataola mediática, Larita se va de vacaciones al sur de Francia, donde conoce al joven millonario John Whittaker (Robin Irvine), de quien genuinamente se enamora y con quien accede a casarse. De regreso a Londres, a la estirada mansión de los Whittaker, el pasado tormentoso de Larita saldrá a colación, lo que le hará la vida imposible entre esa aristocrática familia. Y más aún porque su joven marido no tiene el mínimo carácter para enfrentarse a su dominante madre (imponente Violet Farebrother).
Aunque se trata de un melodrama femenino típico -de alguna manera, un precursor de lo que muchos años después Molly Haskell llamaría el woman's film-, algunos de los elementos asociados al cine de Hitchcok hacen su aparición: el personaje central acusado injustamente de algo que no cometió y que es, en este caso, la emblemática mujer rubia hitchcockiana; la castrante madre dominadora que vuelve inútiles o enfermos a sus hijos; y, especialmente, un estilo visual y narrativo ágil, tan elegante como funcional, que sería la indeleble marca de fábrica del cineasta.
Habría que mencionar, por ejemplo, la manera en la que inicia y termina la cinta -con la imagen de la blanca peluca del juez-, el audaz uso de las elipsis, el papel que juegan ciertos objetos -una botella, una carta- en las transiciones narrativas y, por supuesto, la graciosa escena de la telefonista que escucha la declaración de amor de John a Larita. Como lo haría posteriormente en innumerables ocasiones -este detalle lo menciona acertadamente Guillermo Del Toro en las líneas que le dedica al filme en su muy meritorio libro-, este recurso de enterarnos de lo que sucede a través de los gestos de los personajes y hasta los de una tercera persona, sin sonido de ninguna especie -o, en este caso, sin ningún intertítulo- es uno de los elementos visuales/preferidos del Mago del Suspenso, que siempre que podía eliminaba los diálogos para que las imágenes hablaran por sí solas.
La versión de Easy Virtue de 2008 -estrenada hace un par de semanas en nuestro país con el título de Buenas Costumbres- retoma la trama central, pero el tono usado por el director Elliott no podría haber sido más diferente. Y que bueno que así sea.
En esta ocasión, la cinta inicia con el amor a primera vista de John Whittaker (el adecuadamente blando Ben Barnes) por Larita (suculenta Jessica Biel), una audaz americana viuda que gusta de correr autos. Estamos también en la riviera francesa, en los rugientes años veinte, en la inmediata postguerra y antes de la Gran Depresión, así que todo mundo ríe, baila, bebe y canta... menos en la casa familiar de los Whittaker, por supuesto, regida por la histérica mano de hierro de Kristin Scott-Thomas, perfecta como la dominadora señora de la casa. El marido es el coronel retirado Colin Firth -otra inspirada elección: pocos actores como él para transmitir la tolerancia apenas embozada ante la estupidez-, quien será -como en la versión de Hitchcock- el único apoyo que encontrará Larita en el hogar venido a menos de los Whittaker.
Aunque hay algunos cambios en la trama -Larita no es divorciada, sino viuda y sospechosa de haber asesinado a su marido-, el corazón de la historia es básicamente el mismo: una recién llegada es vista como una amenaza arribista por una familia de snobs, incapaces de ver más allá de sus prejuicios. Lo que resulta notable en esta adaptación de Elliott es el ligero tono que le imprime a todo el asunto, casi como si tratara de una comedia de enredos con vocación de cine musical. De hecho, además del impecable trabajo de todo el reparto y de la inventiva puesta en imágenes dirigida por Elliott, resulta igual de atractivo la banda sonora, conformada por una serie de canciones que van comentando de manera gozosa/irónica/mordaz lo que vemos en pantalla. Se trata de un grupo de canciones orgullosamente anacrónicas -las piezas provienen de una época posterior a la mostrada en la cinta, como la clásica Let's Misbehave, de Cole Porter- pero elegidas con buen gusto y, algunas de ellas, interpretadas por el propio reparto o el equipo de producción, incluyendo al propio director Elliott (de hecho, el magnífico album de la película se puede escuchar -bueno, fragmentos de él- en este mismo sitio, en la columna derecha de este blog).
Pero ya alabé antes la dirección de Elliott, a la que califiqué de inventiva. En efecto, con la ayuda de la cámara de Martin Kenzie y la edición de Sue Blainey, el cineasta autraliano logra no sólo algunas extraordinarias secuencias -por ejemplo, el prólogo, que pasa del newsreel silente al estilizado cartel de época- sinto, también, innumerables encuadres ingeniosos que nos dicen más de los personajes que los propios diálogos escritos por el propio director Elliott y Sheridan Jobbins.
Acaso el único reproche que creo necesario hacerle a este buen filme del reaparecido Elliott -responsable de la comedia Las Aventuras de Priscilla, la Reina del Desierto (1994) y el subvalorado thriller de espionaje Obsesión/Eye of Beholder (1999)- es el incongruente desenlace, que traiciona no la obra de Coward ni la adaptación de Hitchcock, sino el carácter de Larita y del coronel Whittaker. Ese derrape final impide que Buenas Costumbres sea la obra mayor que pudo ser... aunque sigue siendo, de todas maneras, muy disfrutable.
Comentarios
Saludos.
Ah, Feliz Navidad retrasada para tí y los visitantes; me dí un descanso sin cine ni nada por el estilo. Así que sigo pendiente con Avatar, La Princesa y el Sapo, Planeta 51 y otras cosas.
A darle.