Paradas Continuas


Tomando prestado los alburescos títulos de un par de cintas justamente olvidadas –Peligro, Paradas Continuas (Bautista, 1989) y Las Paradas de los Choferes (Rodríguez, 1991)-, Gustavo Loza ha dirigido en Paradas Continuas (México, 2009), su tercer largometraje, un fallido ensayo de sexycomedia juvenil a la mexicana que se queda en poco más que eso: un mero intento de abrevar en la tradición populachera nacional que le ha quedado muy grande –enorme, más bien- al muy pobre guión escrito por Juan Meyer y a la muy apenitas realización de Loza.

Extraña que Loza, que ha demostrado antes una mínima competencia artesanal (Atlético San Pancho/2001, Al Otro Lado/2004, segmento “Por Amor” de Sexo, Amor y otras Perversiones/2006) haya tropezado de esta manera en una película que, por lo menos en el papel, tenía todo para merecer el palomazo de fin de semana. Por desgracia, si exceptuamos la bienvenida presencia de Cassandra Ciangherotti y la vivacidad de algunos de los diálogos, el asunto termina convertido en una retahíla de oportunidades perdidas a la que le sobran unos 30 minutos de sus casi dos horas de duración.

El preparatoriano virgen “Perico” (Ramón Valdés, nieto de Tin Tan) trata de dejar de ser “quintito” con su adorada novia Lisa (la señorita Ciangherotti, hija de Fernando Luján) en la combi acondicionada para tal efecto que le prestó su papá (Daniel Martín). Sin embargo, a la hora de la verdad, Lisa dice que su mamá dijo que siempre no, que no está preparada, que mejor otro día, así que el pobre “Perico” se queda con todas las ganas de “deshogarse”. Su mejor amigo, el ricachón cinicazo Emilio (Luis Arrieta), tiene una inspiración: ¿por qué no convertir la combi acolchonada en un motel de paso de cuatro ruedas para el servicio de toda la comunidad preparatoriana? ¿Por qué no entrarle, pues, a unos Negocios Riesgosos (Brickman, 1983) pero redituables?

En su primera media hora, la película promete ser una comedia desenfadada, desfachatada, abierta y hasta orgullosamente sexosa. No hay moralina por ninguna parte, la banda sonora –con todo y homenaje al abuelito Tin Tan- es atractiva y los cameos de Silverio Palacios (“¡ya llegó la pizza!”), la reaparecida Wanda Seux y el cantante Javier Gurruchaga le dan más sabor al caldo. Sólo que muy pronto nos damos cuenta que el susodicho caldo está muy chirris: la comedia juvenil y amoral se diluye entre subtramas inútiles (el enamoramiento de “Perico” de una cotizada prostituta, el acercamiento de Lisa con su compañera lesbiana), personajes que de plano sobran (el profesor chantajista encarnado por Alejandro Calvo) y la inconsistente dirección de Loza, que puede montar decentemente un numerito musical de Gurruchaga pero no sabe cómo dotar de emoción a la climática persecución automovilística del final.

Para acabarla, en el desenlace, el filme se instala en una súbita gravedad en el que “Perico” y sus camaradas recibirán la inevitable lección de vida –accidente casi fatal y prisión de por medio- que suena y se ve falso en el desmadroso contexto en el que se ha desarrollado el resto de la película. Ni hablar: no a todos les sale el humor lépero y vulgar. Debe ser más difícil de lo que uno supone. Que le digan al "Güero" Castro.

Comentarios

Joel Meza dijo…
Cuando Gullermo del Toro andaba promocionando El Espinazo del Diablo, lo oí decir en una entrevista de radio que tenía ganas de hacer una película de luchadores tipo del Santo, así como había hecho Cronos o Mimic o Blade y la propia El Espinazo; es decir, qué es lo que lleva a un tipo a ponerse una máscara y una capa y convertirse en justiciero. Ahorita que estaba leyendo tu reseña pensé que dada toda esa "tradición" de películas de albures, sería interesante ver lo que un director como Del Toro haría con ese material. Después de todo, en Cronos hay algunos momentos con ese tipo de humor, por ejemplo la escena de Giménez Cacho embalsamando al vampiro.

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