Revisando a Chaplin/XV


Triple Lío (Triple Trouble, EU, 1918) ocupa un lugar especial en la extendida filmografía chaplinesca. En primer lugar, estamos ante una incoherente cinta -no desprovista de algunos momentos genuinamente graciosos, eso sí- que se estrenó apenas un par de meses antes de que Chaplin presentara su primera obra mayor, Armas al Hombro, que se exhibió en octubre de 1918. Así que, a bote pronto, parece inexplicable que un cineasta con los recursos del Chaplin de octubre hiciera una película tan elemental como la que apareció en agosto de ese mismo año.
Y en segundo lugar, también parece raro, conociendo el cuidado de Chaplin al dirigir sus películas -véase el extraordinario documental Chaplin Desconocido (Brownlow y Gil, 1983) para mayor información- que en Triple Lío el maniático y controlador cineasta descuidara personajes, acción, narrativa, sólo para echar un relajo digno del primer Sennet.
El misterio queda resuelto cuando uno hace la tarea y se dedica a abrir libros: sucede que Triple Lío fue realizado tomando un pietaje que Chaplin había dirigido para la Essanay -compañía para la cual el director había trabajado en 1915- y que él mismo había descartado (entre los fragmentos usados, por cierto, están los de un filme ya reseñado aquí, Charlot Empapelador/1915). De ahí viene, pues, la incoherencia de tres líneas argumentales que apenas si se rozan: en la primera, Charlot es un afanador que llega a trabajar a la casa de un científico loco que ha inventado un poderoso explosivo que quiere obtener el embajador (Leo White) de una potencia extranjera (se entiende que Alemania); en la segunda -y la mejor- Charlot llega a dormir a un hostal de a diez centavos la noche y tiene que enfrentarse a un alevoso ladrón nocturno; en la tercera, un conocido de Charlot lo convence para que le ayude a robar la fórmula del citado explosivo, provocando el previsible desastre cuando andan por ahí, además, unos primos hermanos de los Keystone Cops de Sennet.
En los mejores momentos de Triple Lío, Charlot es el mismo cábula de su primera época: trabajando en la casa popoff, se limpia las manos en el frac del estirado mayordomo y baña de basura a la infaltable Edna Purviance; en la notable secuencia del hostal, prende el cigarrillo en la palma de los pies de un huésped y duerme de un botellazo a un borrachales que le da por cantar a media noche. Pero, para ser francos, se trata de pequeños destellos dentro de una película "hechiza" que no tenía mayor utilidad que la de ganar dinero.
Hasta donde se sabe, el montaje de esta cinta -realizada con las sobras de otras más, insisto, y con nuevas secuencias dirigidas por Leo White, quien se disfrazó de Charlot en alguna que otra escena- fue hecho sin el consentimiento de Chaplin, pues el cineasta en ese momento estaba trabajando para la First National y ya no tenía mayor poder sobre ese pietaje que había dirigido años atrás. En todo caso, Chaplin nunca renegó públicamente de la película e, incluso, la enlistó canónicamente en su filmografía: se trata de su obra número 63.

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