Hoy en el 29 Foro.../II
La Dulce Vida (Happy-Go-Lucky, GB, 2008), de Mike Leigh. Poppy (Sally Hawkins extraordinaria) ríe. Ríe cuando atraviesa las calles de Londres en su bicicleta. Ríe cuando entra a una librería y el dependiente cara-de-pedo no le dirige ya no digo una sonrisa: ni siquiera le habla. Ríe con incredulidad cuando descubre que le han robado su bici ("¡Ni siquiera me dieron oportunidad de despedirme de ella!"). Ríe cuando baila desaforada con sus amigas. Ríe al día siguiente con todo y una monumental cruda que arrastra. Ríe frente a su variopinto y multicultural salón de clases de pre-escolar. Ríe cuando un negrazo le acomoda una vértebra que se le ha dislocado por ir a saltar a una cama elástica. Ríe ante los gritoneos de una sobreactuada profesora de baile flamenco. Ríe cuando su hermana menor embarazada la cuestiona porque ella, Poppy, aún no ha sentado cabeza a sus cumplidos 30 años de edad. Y, sobre todo, ríe cuando se enfrenta por vez primera a su amargado/paranoico/racista/vulnerable/patético/peligroso instructor de manejo, el chaparrín de espantosa dentadura y furibundas miradas Scott (Eddie Marsan).
Para quien conozca la infalible trayectoria del gran Mike Leigh (La Vida es Dulce/1991, Al Desnudo/1993, Secretos y Mentiras/1996, Topsy-Turvy/1999, Todo o Nada/2002, El Secreto de Vera Drake/2004), su décimo largometraje podría parecer un insólito viraje tonal y hasta temático: ¿una protagonista feliz, optimista, generosa, que ama la vida, que está dispuesta a escuchar, que quiere ayudar a todos? ¿Pero qué le pasa a Mike Leigh? ¿Está drogado, poseído, se hizo budista?
Es cierto: Leigh se deja llevar por la alegría (esa mirada payasesca, esas medias indescriptibles, esas muecas de niña traviesa, esas manos que no dejan de moverse, esas pulseras que suenan a todo momento) de la Poppy encarnada por la londinense Sally Hawkins. Pero Leigh no puede dejar de ser Leigh, incluso cuando el Sol brilla: a lo largo de Happy-Go-Lucky, incluyendo su climático enfrentamiento final con un histérico Scott, nunca estará en duda que Poppy no se esconde detrás de una máscara ni es una simplona que ríe ante todo porque en el fondo es una imbécil.
Nada de eso: ella es feliz no porque niegue la realidad sino porque ser feliz ha sido su elección de vida. Poppy no cierra los ojos ante lo feo que sucede en su salón de clases (si ve que un niño golpea, inmisericorde, a otro niño, habla con el abusón, conferencia con la directora de la escuela, manda llamar a un amable y altote trabajador social), ni ante lo feo que pasa a su alrededor (la escena de ella con el delirante vagabundo), pero sí trata de cambiar las cosas que puede. Y las que no puede, lo intenta.
Pero aquí está la clave, la dolorosa y realista clave de todo: Poppy tiene sus límites. Y más aún: ella sabe cuáles son. La profesora de kínder podrá reír en todo momento, hacer caras y gestos ridículos, saltar como una niña en un cama elástica, pero no se engaña a sí misma en ningún momento. Es demasiado inteligente para hacerlo. Y Mike Leigh, además, no se lo permitiría.
Comentarios
Como dices,"la felicidad es una elección" y Leigh sigue este mantra hasta sus últimas consecuencias...aún en los momentos más oscuros de la película.
El mayor acierto de la película, creo yo: volver a Poppy un auténtico ser humano ante nuestros ojos. Que el Oscar se lamente por siempre haber ignorado a la Hawkins.
He escuchado mucho criticismo sobre el hecho de que Poppy es un personaje sumamente odioso (o tal vez demasiado optimista y lleno de vida para una sociedad tan cinica y nihilista como la de hoy en dia, que bien se puede representar en Scott a la perfeccion: intolerancia, falta de comunicación, mentira...). A mi en lo personal Poppy me hizo recordar que una sonrisa te puede cambiar el dia.
P.d. me sumo al clamor: maldita academia por ignorar a Hawkins y Marsan.