Riviera Maya 2012/Día cinco

 
Hace poco, en el Sight and Sound de enero, leí una entrevista con Pablo Giorgelli, director de la encantadora cinta minimalista Las Acacias (2011), en la que confiesa que buscó durante mucho tiempo a un verdadero chofer para el papel protagónico de Rubén, pues no quería usar actores profesionales. El problema es que no encontró a nadie que lo convenciera y terminó eligiendo a Germán de Silva, un actor con una larga trayectoria teatral. Giorgelli dice que no se arrepiente de ello y tiene razón en no arrepentirse: de Silva logra una convincente interpretación como ese hombre solitario y reservado que ve poco a poco la posibilidad de cambiar su vida. Dudo que un actor no entrenado pudiera haber hecho algo así.
Recordé esta entrevista de Giorgelli cuando estaba viendo Paraísos Artificiales (México, 2011), primer largometraje de ficción de Yulene Olaizola (multipremiada cinta documental Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo/2008). Luisa Pardo -la única actriz profesional del filme- es Luisa, una joven con adicción a la "chiva" -heroína, pues- que pasa unos días en algún rústico hotel de Las Tuxtlas, en Veracruz. Ahí, hace migas con un trabajador, Salomón (Salomón Hernández), un hombre de mediana edad, viudo, más o menos articulado, que dice que no tiene muchos vicios, aunque luego vemos que le entra con fruición a la motita -quesque no hace daño- y se pega unas borracheras monumentales.
Slow-movie autoconciente a todo lo que da: el primer diálogo -más bien, un rezo- se escucha en el minuto nueve, la señorita Pardo interactúa con niños y adultos que se interpretan a sí mismos, y aunque el personaje -¿o será la persona real?- de Don Salomón no deja de resultar interesante a ratos, su registro actoral es nulo, por lo que hay un constante falta de balance en pantalla. No falta tampoco el grito de "corte" que viene desde fuera del encuadre, como para recordarnos que estamos viendo una película. Sí, eso es lo que estamos viendo aunque, al final, con todo y la buena fotografía de Lisa Tillinger, el asunto no me pudo interesar menos. Olaizola, en efecto, no juzga a sus personajes ni sus adicciones, pero esto no es una virtud. Es nomás un hecho.
Medianeras (Argentina-España-Alemania, 2011) es, dijera mi estimado colega Óscar Uriel -aunque esto lo dijo con respecto a otra cinta-, como un tecito: ligerito, agradable, pero sin sustancia. En efecto, esta comedia romántica que une a un par de solitarios treintañeros, tiene a dos actores atractivos y simpáticos (Javier Drolas y Pilar López de Ayala), unas cuantas frases ingeniosas (la narración en off sobre la personalidad arquitectónica de Buenos Aires, la reflexión sobre lo que significa la bandeja vacía de correo electrónico en nuestra época) y la infaltable cita woodyalleniana -se ve Manhattan (1979) en la tele, para que todo mundo sepa de dónde proviene la inspiración.
Tengo entendido que esta cinta, opera prima de Gustavo Taretto, se expandió a partir de un corto que dirigió el cineasta debutante en el 2005, con el mismo Javier Drolas como actor protagónico. Tengo la sospecha que con esa duración original de 28 minutos, la historia funciona mejor. Aquí, se nota muy calculado todo el asunto y, el final, demasiado caprichoso para resultar simpático. De todas formas, lo acepto, se deja ver sin mayor problema. ¿Seguirá un remake en forma en estilo indie gringo? En una de esas, en una de esas...
Otra cinta que se expandió a partir de un corto fue Americano (Francia, 2011), opera prima de Mathieu Demy. Al parecer, el casting de Americano tuvo que ver con una condición: ser hijo de alguien muy importante en la industria fílmica. Aparecen Chiara (hija de Catherine Deneuve y de Marcello) Mastroianni, Geraldine (hija de Charles) Chaplin, Carlos (hijo de Pilar) Bardem y el propio cineasta/guionista debutante, además de actor protagónico de su propio filme, Mathieu (hijo de, nada menos, Agnès Varda y Jacques) Demy. Bueno, y también, en la última media hora, aparece Salma Hayek, que no es hija de ningún personaje fílmico pero que tiene más billetes que todos los demás juntos.
Lástima que tanto nombre importante no sirva para maldita la cosa. El corto del que salió este malogrado filme fue realizado por la mama del joven Demy, Agnès Varda, cuando esta santa señora estaba acompañando a su marido, Jacques Demy, en el Hollywood de los años 70. De esa aventura americana, Demy papá no sacó en nada en concreto, pero Varda, para no aburrirse, hizo un corto centrado en la relación de una madre con su hijo, encarnado por el propio Mathieu Demy. Escenas de aquella lejana curiosidad filmada por Varda aparecen en Americano, en la forma de vagos recuerdos que tiene de esa época Martin (Demy junior), quien tiene que viajar de París a Los Ángeles cuando se entera que su madre acaba de fallecer. Martin no tuvo buena imagen de su mamá, quien se separó de su padre para quedarse a vivir en América. Sin embargo, cuando llega a Los Ángeles para hacer los trámites funerarios y recoger su herencia –una casa y un lote de cuadros pintados por ella-, se entera que su mamá le heredó la casa a Lola (Hayek), una mexicana a la que, aparentemente, la mujer veía como una hija. Como la tal Lola ya no vive en Estados Unidos por haber sido deportada, Martin tiene que cruzar a Tijuana para buscar a Lola, convertida en prostituta.
No tiene a culpa ella, pero es un hecho que cuando Salma aparece, la película empeora. Sí, es cierto, su rutina de table-dance todavía hace que uno detenga su respiración, pero el personaje de Salma, la relación que tiene con Martin y la manera en que termina va de lo previsible a lo arbitrario, si no es que a lo francamente ridículo. De lo peor que vi en el Riviera Maya.
En contraste, de lo mejor que vi, exceptuando la extraordinaria Una Vida sin Principios (To, 2011), fue Rebelión (L’ordre et la morale, Francia, 2011), el más reciente largometraje del actor y ocasional cineasta Mathieu Kassovitz. El mismo cineasta encarna al protagonista, el profesional capitán de la GIGN francesa Phillippe Legorjus, quien fue enviado por el gobierno francés en abril de 1988 a sofocar/negociar un levantamiento ocurrido en el territorio francés de Nueva Caledonia, un pequeño archipiélago ubicado en el Océano Pacífico.
Los insurrectos, liderados por el rebelde Alphonse Dianou, han secuestrado a un puñado de gendarmes franceses y Legorjus, un tipo serio y consciente, ha llegado a negociar su liberación. Sin embargo, estamos a unos días de la segunda vuelta en la elección presidencial, entre el Presidente Miterrand, que quiere re-elegirse, y el Primer Ministro Chirac, que quiere llegar al poder. Así pues, el operativo en Nueva Caledonia se vuelve rehén de diversos intereses políticos, partidistas y militares, por lo cual Legorjus está destinado a fracasar. No estoy echándole a perder nada: esto lo sabemos porque el filme está basado en hechos reales –en las memorias del verdadero capitán Legorjus, para acabar pronto- y porque, además, el Capitán Legorjus interpretado por Kassovitz nos informa desde el inicio que todos sus esfuerzos han sido en vano y que no pudo evitar la masacre que estamos viendo en ralentí y en reversa.
La Rebelión es un sólido filme bélico que se transforma en thriller político –o al revés, as you wish- en el que el capitán Legorjus, los halcones militares que quieren sangre y los idealistas e ingenuos líderes de la independencia de Nueva Caledonia, son meros peones de la lucha electoral entre Miterrand y Chirac quienes, en su último debate por la presidencia, toman a esa pequeña colonia llena de níquel como arma política. Terminaría re-eligiéndose Miterrand, por cierto, pero sobre la sangre de varios ciudadanos franceses. Es lo que acostumbran hacer los políticos. Si lo sabremos en México.
A propósito de nuestro país: pude ver la única película que me faltaba de la competencia nacional, Lecciones para una Guerra (México, 2011), de Juan Manuel Sepúlveda, un documental sobre los miles de desplazados guatemaltecos por la guerra de los años 80/90, quienes se han refugiado y sobrevivido en las montañas del norte de Guatemala desde entonces. De la mano de una impresionante fotografía, Sepúlveda logra los mejores momentos de su película cuando la propia gente frente a él se involucra directamente en la realización del filme.
Así, lo que en otra cinta podrían ser las escenas borradas o los “extras” del DVD, aquí son el centro de la película: dos tipos que voltean a la cámara y empiezan a burlarse en lengua ixchil del equipo de filmación que, seguramente, dicen los cábulas, no entienden nada: “son como animalitos, nomás nos ven”; en otra parte, dos hombres empieza a discutir en dónde se van a acomodar para platicar lo que tienen que platicar, como tomando la dirección de la cinta; en otro momento, una mujer regaña acremente a su marido, porque nomás se está luciendo “para la cámara”; y en otra ocasión, otro hombre que acaba de presidir una ceremonia religiosa, sabe del encuadre para advertirles a otras personas del pueblo que vigilen “a los de la filmación”, que quien sabe qué quiereen; no hay que tenerles tanta confianza.
Sin embargo, acaso porque fue la última película del día –y la última del festival- la sentí repetitiva y redundante, con algunas escenas de más. Por eso, la duración de 95 minutos –más que razonable en otro contexto- me pareció exagerada. A lo mejor merece que la revise de nuevo en alguna otra ocasión, cuando esté más descansado.

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