Guadalajara 2012/Día cinco



Hacia la mitad de La Cebra (México, 2011), opera prima de Fernando Javier León, le comenté a mi vecino de asiento, el colega Óscar Uriel, que estábamos viendo la que debería haber sido la película del Centenario de la Revolución, no el fallido omnibús-film Revolución (2010), no la aún más lamentable El Atentado (2010).
La Revolución Mexicana vista a través de la esperpéntica mirada del debutante León no es más que "la bola" en la que abundan la muerte, la traición, la rapiña, y escasean los ideales revolucionarios que, en todo caso,  pueden resumirse como tener mucho dinero, un buen pedazo de tierra y muchos peones para trabajar. O sea, hay que estar en la Revolución -y con el grupo "ista" que gane- para, cuando la bola termine, ser como el patrón. 
Eso lo tienen muy claro los pícaros protagonistas de esta dispareja pero muy divertida farsa "robolucionaria", Leandro y Odón (Jorge Adrían Spíndola y Harold Torres), dos aventureros que le roban la cebra del título ("potrillo rayado", "caballo joto", "cuaco gringo") a los sobrevivientos de un circo quemado por algunas de las gavillas obregonistas o villistas o zapatistas o carrancistas -da lo mismo- que plagan el seco Bajío mexicano.
La cinta tiene momentos muy logrados, el rapport cómico entre Spíndola y Torres es de primer nivel, pero en su segunda parte la cinta languidece un poco -creo que se estanca en el segmento en el que nuestros protagonistas terminan sirviendo a una rídicula banda de militares con apellidos presidenciales- y el epílogo es realmente muy malo. Aún así, insisto, esta es la cinta que se debió haber exhibido hace un par de años, en pleno festejo revolucionario. 
En cuanto a La Noche de las Flores (México, 2011), opera prima de Adrián -hijo del fallecido Archibaldo-, Burns, hay muy poco qué decir. Sobre un guión original escrito en los años 70 por su fallecido padre, quien quería a Dolores del Río o María Félix en el papel protagónico, Burns hijo nos entrega una solemne y sobredialogada historia de amor lésbico entre madrastra (Diana Bracho) e hijastra (Jimena Guerra en el que papel que, se supone, debería haber hecho Diana Bracho en los años 70s) con papá/marido bulto (Fernando Becerril) enmedio. Inenarrables los ridículos sueños/pesadillas que tienen los personajes.
Por fortuna, después llegó Carrière, 250 Metros (México, 2011), el más reciente largometraje documental de Juan Carlos Rulfo. Perdón de antemano por el mal chiste, pero esta película pasa con muy alta calificación,  no De Panzazo (Rulfo y Loret de Mola, 2011). Es decir, estamos ante un espléndido filme, entre el ensayo sobre la creación literaria/cinematográfica, la auto-biopic fílmica y el diario de viajes. Rulfo sigue al guionista de Buñuel, al entrañable amigo de Milos Forman, al compañero de trabajos teatrales de Peter Brooks por su ciudad natal, sus lugares claves (México, la India, Nueva York, París) y su memoria. Sin duda, la mejor película mexicana que vi en Guadalajara. Sería un escándalo que no ganara algo.
Chalán (México, 2012), mediometraje para televisión de 60 minutos dirigido por Jorge Michel Grau, fue exhibido fuera de la competencia. Se trata de un experimento interesante: la producción de películas hechas especialmente para la televisión -Canal 22, para ser específico- y dirigidas por cineastas con oficio, como es el caso de Grau.
Noé Hernández es el chalán del título, el siempre humillado corre-ve-y-dile de cierto diputado corrupto y prepotente (¿del PANAL?), bien interpretado por Juan Carlos Remolina. La escena en la que éste y un diputado ¿panista? (Ari Brickman) discuten por la aprobación de cierta ley está impecablemente escrita y actuada. Esperemos ver en televisión abierta el estreno de este fime y, hasta donde entiendo, de otros tres más. Esto necesita la televisión mexicana. Y el cine mexicano. Que se vea donde sea, pero que se vea.

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