Cine en televisión para el domingo 4 de noviembre
Los Lunes al Sol (México-España-Italia, 2002), de Fernando León de Aranoa. Esta es la cinta que le ganó en su propio terreno (en San Sebastián y en los premios Goya) a la obra maestra almodovariana Hable con Ella (2002). Curiosamente, fuera de España la película de Almodóvar cosechó elogios y premios al por mayor (Oscar y BAFTA al Mejor Guión, BAFTA y Globo de Oro a Mejor Película extranjera, César a Mejor Película de Europa), mientras que el filme de Fernando León de Aranoa fue prácticamente ninguneado.
La razón es, creo, muy simple. Aunque muy bien realizada, con un guión sencillo pero inteligente, y un reparto uniforme y efectivo, Los Lunes al Sol cuenta una historia poco original, que hemos visto en pantalla en otras ocasiones, sea en los filmes marselleses de Robert Gediguian, en las cintas militantes de Ken Loach o hasta en exitosas “feel-good movies” como Todo o Nada (Cattaneo, 1997). En contraste, la cinta de Almodóvar no se parece a nadie (sólo al propio Almodóvar) y su originalidad es tan atractiva como provocadora. Por lo mismo, ¿cómo explicar que a pesar de esto los propios españoles recibieron mejor a la película de León de Aranoa que al filme almodovariano? La razón, también, es sencilla: Los Lunes al Sol es una cinta que trata un problema político actual, importante y creciente en la España contemporánea (el famoso paro y el cierre de fuentes de trabajo), mientras que la cinta de Almodóvar es una obra de autor no muy preocupada por la realidad. Con todo, menospreciar el filme de León de Aranoa por ser inferior (en logros y originalidad) al de Almodóvar es absurdo: Hable con Ella y Los Lunes al Sol son, al fin de cuentas, dos animales cinematográficos diferentes. Puede ser que la cinta de León de Aranoa no sea competencia en el terreno de la originalidad, pero la ejecución de su historia es, de todas formas, irreprochable.
Estamos en el puerto de Vigo, en Galicia. Las políticas liberales de los gobiernos españoles recientes han propiciado el cierre de los astilleros en donde trabajaban el rebelde Santa (Javier Bárdem, infalible) y su grupo de amigos, quienes ahora se reúnen en un bar a tomar, ver fútbol, discutir, quejarse del mundo y… a muy poco más. La supervivencia de ellos es precaria: uno depende de la mujer que trabaja como obrera, otro ha conseguido un trabajo como vigilante, alguno más sigue desempleado y tratando de ocultar sus años tiñéndose el cabello, aquél oculta el abandono de su mujer tras el alcohol y este otro es el dueño del bar en donde todos pasan sus días, tardes y noches.
El tercer largometraje de León de Aranoa (Familia, 1997; Barrio, 1998) está formado por una cálida serie de viñetas en donde alcanzamos a vislumbrar el carácter y el estado emocional de todos los personajes, que no es más que un reflejo de la propia situación socioeconómica de ellos. Así, la frustración se canaliza infantilmente quebrando una farola, dando hilarantes clases de marxismo a un niño de cuatro años, cantando alegremente en algún karaoke o embriagándose hasta terminar gateando, siempre esperando lo peor (la cárcel por desacato, el abandono de la esposa, el suicidio) a la vuelta de la esquina.
Los Lunes al Sol dista mucho de ser un filme deprimente. León quiere mucho a sus criaturas como para dejarlas en el abandono emocional, no es riguroso con ellas y deja que se salgan con la suya, y la crítica al sistema económico que permite el crecimiento del paro no se extiende a los propios personajes, quienes quedan, al final, a la deriva (literal y metafóricamente) porque, hasta cierto punto, así quieren estar. Es cierto, tal vez a León le haga falta ser más duro con ellos, pero no lo podemos culpar: sus personajes son demasiado humanos como para rechazarlos de un plumazo.
La razón es, creo, muy simple. Aunque muy bien realizada, con un guión sencillo pero inteligente, y un reparto uniforme y efectivo, Los Lunes al Sol cuenta una historia poco original, que hemos visto en pantalla en otras ocasiones, sea en los filmes marselleses de Robert Gediguian, en las cintas militantes de Ken Loach o hasta en exitosas “feel-good movies” como Todo o Nada (Cattaneo, 1997). En contraste, la cinta de Almodóvar no se parece a nadie (sólo al propio Almodóvar) y su originalidad es tan atractiva como provocadora. Por lo mismo, ¿cómo explicar que a pesar de esto los propios españoles recibieron mejor a la película de León de Aranoa que al filme almodovariano? La razón, también, es sencilla: Los Lunes al Sol es una cinta que trata un problema político actual, importante y creciente en la España contemporánea (el famoso paro y el cierre de fuentes de trabajo), mientras que la cinta de Almodóvar es una obra de autor no muy preocupada por la realidad. Con todo, menospreciar el filme de León de Aranoa por ser inferior (en logros y originalidad) al de Almodóvar es absurdo: Hable con Ella y Los Lunes al Sol son, al fin de cuentas, dos animales cinematográficos diferentes. Puede ser que la cinta de León de Aranoa no sea competencia en el terreno de la originalidad, pero la ejecución de su historia es, de todas formas, irreprochable.
Estamos en el puerto de Vigo, en Galicia. Las políticas liberales de los gobiernos españoles recientes han propiciado el cierre de los astilleros en donde trabajaban el rebelde Santa (Javier Bárdem, infalible) y su grupo de amigos, quienes ahora se reúnen en un bar a tomar, ver fútbol, discutir, quejarse del mundo y… a muy poco más. La supervivencia de ellos es precaria: uno depende de la mujer que trabaja como obrera, otro ha conseguido un trabajo como vigilante, alguno más sigue desempleado y tratando de ocultar sus años tiñéndose el cabello, aquél oculta el abandono de su mujer tras el alcohol y este otro es el dueño del bar en donde todos pasan sus días, tardes y noches.
El tercer largometraje de León de Aranoa (Familia, 1997; Barrio, 1998) está formado por una cálida serie de viñetas en donde alcanzamos a vislumbrar el carácter y el estado emocional de todos los personajes, que no es más que un reflejo de la propia situación socioeconómica de ellos. Así, la frustración se canaliza infantilmente quebrando una farola, dando hilarantes clases de marxismo a un niño de cuatro años, cantando alegremente en algún karaoke o embriagándose hasta terminar gateando, siempre esperando lo peor (la cárcel por desacato, el abandono de la esposa, el suicidio) a la vuelta de la esquina.
Los Lunes al Sol dista mucho de ser un filme deprimente. León quiere mucho a sus criaturas como para dejarlas en el abandono emocional, no es riguroso con ellas y deja que se salgan con la suya, y la crítica al sistema económico que permite el crecimiento del paro no se extiende a los propios personajes, quienes quedan, al final, a la deriva (literal y metafóricamente) porque, hasta cierto punto, así quieren estar. Es cierto, tal vez a León le haga falta ser más duro con ellos, pero no lo podemos culpar: sus personajes son demasiado humanos como para rechazarlos de un plumazo.
Canal 22; domingo 4 de noviembre, 22 horas, tiempo del centro de México.
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