Riviera Maya 2014/III



El chadiano Mahamat-Saleh Haroun es conocido en México por su cuarto largometraje, Un Hombre que Llora (2010), que fue exhibido, hace algunos años, en la Cineteca Nacional. El Riviera Maya 2014 ha programado su siguiente largometraje, Grigris (Ídem, Francia-Chad, 2013), en la sección "Planetario", destinada a mostrar filmes comprometidos con los problemas que aquejan al mundo en el que vivimos. 
Y, en efecto, Grigris cumple con creces el objetivo de la sección. La historia, escrita por el propio cineasta, está centrada en el "Grigris" del título, el apodo "de buena suerte" que lleva un joven chadiano llamado en realidad Souleymane Démé (él mismo). 
"Grigris" vive en condiciones precarias en N'djamena, la capita de Chad. Se gana la vida ayudando a su padrastro en su (dizque) estudio fotográfico o a su mamá que lava ajeno y, por las noches, se desata bailando cual John Travolta discapacitado en algún antro, para que la entusiasmada concurrencia lo premie con algunos billetes. He escrito "discapacitado" porque "Grigris" tiene su pierna izquierda paralizada, aunque esto no impide que, en la pista de baile, se aviente unas explosivas rutinas en las que usa, de hecho, su propia pierna inservible como parte del espectáculo.
La enfermedad de su padrastro -a quien ve como su propio padre-, la deuda impagable con el hospital, la falta de dinero y la aparición de Mimi (Anaïs Monory), una bellísima jovencita que sueña con ser modelo, impelen a "Grigris" a trabajar en negocios sucios con un gangster local (Cyril Guei), con los trágicos resultados previsibles.
Las premisas melodramáticas son obvias y más aún las vueltas de tuerca que encaminan al quinto largometraje de Haroun a los terrenos del thriller, pero la cinta se deja ver sin problemas hasta su -ese sí- inesperado desenlace, en gran medida por la atractiva personalidad del joven Démé, un actor no profesional que, por lo que he leído, fue descubierto por el cineasta precisamente por sus impresionantes habilidades dancísticas. Por él vale la pena ver la película.
También bastante convencional pero más lograda es Blindaje de Paja (Wara no tate, Japón, 2013), chorrogésimo largometraje del incansable y versátil Takeshi Miike. La cinta estuvo en competencia en Cannes 2013 -al igual que Grigris, por cierto- pero creo que este filme de Miike pertenece más a los multiplexes de todo el mundo que al estirado festival francés.
La historia, escrita por Tamio Hayashi basada en una novela de Kazuhiro Kiuchi, es una suerte de western (¿o eastern?) urbano. Un sádico violador y asesino de niñas, Kunihide Kiyomaru (Tatsuya Fujiwara, muy en su papel de andrógino pervertido), es capturado por la policía de Fukuoka. La última víctima del criminal fue una niña de 7 años, nieta de Ninagawa (el veterano Tsutomu Yamasaki, el viejo funerario de Violines en el Cielo/Takita/2008), uno de los hombres más ricos del Japón que, muy enfermo, ha colocado una recompensa por la muerte de Kiyomaru por mil millones de yenes -unos 130 millones de pesos, ahí nomás pa'l gasto. 
Cinco policías nipones, encabezados por el atormentado pero honorable teniente Mekari (Takao Ohsawa), tendrán la responsabilidad de llevar a Kiyomaru de Fukuoka a Tokio en menos de 48 horas para que sea juzgado, con todo Japón dispuesto a echarse al plato al desalmado criminal por toda esa billetiza. Más aún: Ninagawa está dispuesto a pagar 100 millones de yenes solo por el intento de asesinar a Kiyomaru, de tal forma que los cinco sufridos cuicos tendrán que detener a un guardia de la prisión, a una enfermera, a un chofer de un trailer repleto de nitroglicerina, a otros policías comprados por Ninagawa, al papá de otra de las víctimas y así hasta llegar a las dos horas de duración, mientras pasan de un camión blindado a un tren a un auto particular a un taxi a andar a pata, hasta llegar al agotador desenlace.
Por supuesto, estamos ante una suerte de derivación de algún western clásico (El Tren de las 3:10 a Yuma/Daves/1957, por ejemplo) realizado y producido con el vigor típico de Miike. Las escenas de acción se suceden con eficacia, los actores están muy justos encarnando a sus respectivos clichés y todo el asunto es, insisto, bastante convencional pero compulsivamente visible. Se antoja que alguien le comprará los derechos a Miike para hacer el remake hollywoodense respectivo.
Más difícil de refritear por Hollywood es Detective Ciego (Man Tam, China-Hong Kong, 2013), el más reciente largometraje del también muy prolífico cineasta hongkonés Johnnie To. Aunque se antoja que una adaptación gringa podría funcionar, lo cierto es que el cine de To tiende a estar mucho más enraizado en los géneros nacionales hongkoneses y en su arbitraria mezcla tonal.
Detective Ciego es muchas cosas a la vez: buddy-movie policial, comedia slapstick, farsa desatada, película de acción violenta, historia de amor y algunas otras cosas más. No se trata de falta de disciplina por parte de To y sus cuatro guionistas -uno de ellos, el infaltable Ka-Fai Wai- sino de uno de los elementos distintivos del cine comercial hongkonés, que gusta de este tipo de mezclas excéntricas. Si uno está acostumbrado a este tipo de narraciones -con todo y sus digresiones que, al final de cuentas, resulta que sí agregan información o interés a la historia central-, entonces Detective Ciego resultará irresistible, con todo y sus limitaciones y servidumbres.
El detective ciego del título, Johnston (la estrella Andy Lau), está retirado de la fuerza policial por desprendimiento de retina, pero de todas formas es usado por su antiguo compañero Szeto Fat-Bo (Tao Guo) para capturar a los más elusivos malandrines, pues Johnston tiene una capacidad intelectual sin parangón y una suerte de sexto sentido que le ayuda a resolver los casos más complicados. Johnston es contratado por una joven policía en ascenso, Ho (la también estrella Sammy Cheng), para que le ayude a encontrar a Minnie, una antigua amiga de la adolescencia que un buen día desapareció sin dejar rastro. 
La búsqueda de Minnie es interrumpida por los casos que Johnston va resolviendo en el camino -un asesinato cometido en las oficinas del forense, la captura de un asesino serial de mujeres abandonadas-, mientras que Ho, irremediablemente, se va enamorando del extravagante y tragón Johnston que, para rizar el rizo de las digresiones genéricas, también trata de volverse a encontrar con cierta despampanante maestra de tango del que se enamoró cuando todavía podía ver. 
To no solo va mezclando un género tras otro mientras avanza la cinta, sino que echa mano de innumerables recursos narrativos -algunos de ellos, poco usados en este tipo de filmes, como que las víctimas de los asesinatos "hablen" con Johnston para darle pistas o reclamarle sus errores-, de tal forma que el interés en la película no decae nunca. Es cierto que To ha hecho cosas mucho más interesantes y de alcances más serios que Detective Ciego -digamos, Una Vida sin Principios (2011), vista en el primer Riviera Maya- pero, vaya, nadie hace obras maestras todos los años. Ni siquiera To. 

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