Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCLXI



Casa Roshell (México-Chile, 2017), de Camila José Donoso. La casa Roshell del título es un bar gay que es regenteado por la indómita Roshell Terranova, una soberana mujer trans (o travesti, pues) que, ni modo, tiene la voz del Víctor Trujillo de la Beba Galván pero un swing genuinamente arrobador -y si lo duda, vea cómo interpreta el clásico "Soy lo prohibido".
Se trata de un meritorio documental -¿o una ficción documentalizada o una docuficción o...?- en el que conocemos tanto a las mujeres trans que atienden en la casa Roshell como a sus marchantes, heterosexuales que que buscan "otro tipo de mujer" -así se definen-, bisexuales y, por supuesto, homosexuales. La música que acompaña a este filme ("Arráncame la vida", Julio Jaramillo) no podría haber sido elegida con mayor tino. (**)

Voces ocultas (Voices from the Stone, EU-Italia, 2017), de Eric D. Howell. Esta cinta dirigida por el coordinador de dobles metido a cineasta Howell está basado en una novela que, a juzgar por la historia, no es más que un batidillo de referencias literarias (de Jane Eyre a Rebecca pasando por Otra vuelta de tuerca). Un melodrama gótico que no lo salva ni los semidesnudos de la Khaleesi. Mi crítica en la sección Primera Fila del Reforma del viernes pasado. (+)

Camino a Marte (México, 2017), de Humberto Hinojosa Ozcariz. El caso de Humberto Hinojosa Oscariz es lamentable. A partir de su notable debut, Oveja negra (2009), una espléndida comedia ranchera que abrevaba con muy buen juicio de temas, personajes y convenciones de la Época de Oro del cine mexicano, cada nueva película dirigida por él ha ido minando la esperanza que había despertado su opera prima. Vea si no: su segundo largometraje, I Hate Love (2012) era un disparejo melodrama juvenil; el tercero, Paraíso perdido (2016), un fallido thriller en escenarios naturales y, ahora el cuarto, Camino a Marte, una road-movie femenina con elementos cursi-fantásticos que, por desgracia, es lo peor que ha dirigido hasta el momento.
La desahuciada Emilia (Tessa Ia) se escapa del hospital tijuanense en donde está internada, apoyada por su amiga del alma, la locochona Violeta (Camila Sodi exagerando el acento norteño), y en la carretera, rumbo a la playa de Balandra, en Baja California Sur, las dos muchachas se encuentran con un extraño tipo que resulta ser un extraterrestre -o eso dice él- y que ha venido a la Tierra a destruir el planeta. Ahí nomás pa'l gasto.
El guion escrito por el propio cineasta y Anton Goenechea trata de fusionar el melodrama de una enferma terminal que quiere morir bajo sus propias condiciones con la road movie femenina en los bellos espacios abiertos sudbajacalifornianos y, finalmente, con la presencia de un alien (Luis Gerardo Méndez) que viene de una civilización superior en la que no hay sexo, que conoce planetas en los que no hay pasado ni futuro y que, además, tiene la capacidad de probar la música y saber a qué huele el color amarillo. Sinestesia, le dicen. Bueno, también le dicen cursilería. O sea, estamos ante una suerte de versión nacional de Hombre mirando al sudeste (Subiela, 1986) -en este caso, mirando a Baja California Sur.
Algo es cierto: el aún joven cineasta es realmente inquieto y en cada nueva película trata de no repetirse y, al contrario, explorar otras fórmulas, otros géneros. Lástima que los resultados, tanto en Paraíso perdido como ahora, en Camino a Marte, sean tan fallidos. (+)


Comentarios

Joel Meza dijo…
¿Y de qué estaba enferma Tessa Ia en la de Cuando un burro llegue a-Marte? Exacto: del cliché de la tos sangrona.

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