The Shop Around the Corner
Segundo largometraje sucesivo realizado por Ernst Lubitsch para la MGM -después de su largo paso de una década por la Paramount-, The Shop Around the Corner (EU, 1940) es una rareza en la obra madura del gran cineasta berlinés-hollywoodense. Por principio de cuentas, se trata de una de las pocas comedias dirigidas por Lubitsch que no están ambientadas entre las clases altas, los artistas o la nobleza; y, en segunda instancia, con el reparto que presume, la historia que cuenta y el ingenio que el cineasta despliega en la realización, no se entiende por qué la película no tuvo el éxito económico que se auguraba. Vamos: uno entiende el fracaso taquillero posterior de To Be or Not To Be (1942), una comedia de humor negro adelantada a su época, pero me sigue pareciendo un misterio que el público americano de los años 40 no conectara con The Shop Around the Corner, una de las más calidas, humanas y delicadas comedias que dirigiera Lubitsch.
La trama -luego refriteada libremente en la entretenida Tienes un e-Mail (Ephron, 1998)- está centrada en un serio y profesional jefe de vendedores, Alfred Kralik (James Stewart meses antes de The Philadelphia Story/Cukor/1940), quien no soporta a su nueva compañera de trabajo, Klara Novak (Margaret Sullavan), contratada por el lunático dueño de la tienda, el señor Matuschek (formidable Frank Morgan). Alfred y Klara no pueden estar más en desacuerdo en todo lo que dicen o hacen aunque, comedia romántica obliga, esto los convierte en la pareja perfecta para enamorarse. De hecho, ya están enamorados: sin saberlo, los dos se cartean anónimamente y a través de los arrebatados mensajes que se envían, están convencidos que sus respectivos y misteriosos corresponsales son sus genuinas almas gemelas.
El guión de Samson Raphaelson -con la colaboración no acreditada del gran Ben Hecht- podrá ser todo lo previsible que se quiera, pero los diálogos y las situaciones no lo son tanto. Es cierto, la película no está realizada en el típico ambiente sofisticado del más conocido cine de Lubitsch -sus personajes son vendedores clasemedieros de Budapest, no ricos socialités de Nueva York o París-, pero el típico "toque Lubistsch" aparece aún en estas circunstancias "exóticas". Así, por ejemplo, vea la desternillante forma en la que reacciona cierto empleado cuando Matuschek exige que le haben "directamente" y "con honestidad", la cínica complicidad que se nos exige como espectadores cuando escuchamos la manera en la que Alfred se echa flores a través de una carta que le envía como enónimo enamorado a Klara, la hilarante llamada telefónica que tiene que responder un empleado cuando tiene al furioso Matuschek frente a él o el desmayo en plano general de Klara cuando se da cuenta que Alfred es el nuevo gerente de la tienda.
Y, al mismo tiempo, este ingenio de Lubitsch se empata con una calidez humana que, esa sí, no era tan común en el cineasta alemán americanizado: véase la conmovedora generosidad con la que se trata al anciano solitario y engañado Matuschek al final, o esa humillación que tiene que aguantar Alfred ante cierto cruel dicho de Klara, lo que justificará la distancia marcada entre esas dos almas gemelas que están a un beso, a uno solo, de distancia.
Comentarios
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No sabía que Nora Ephron se había fusilado a esta película. Como que esa es (era) su gracia, ¿no? Como en Sleeples in Seattle, que se la pasan referenciando (el guión y los personajes dentro de la película) An affair to remember.
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Por cierto, hace poco me hice del DVD de To be or not to be, la versión de Mel Brooks. No he visto la de Lubitsch; la de Brooks tiene escenas muy chistosas e ingeniosas, Anne Bancroft es una delicia y hay varias escenas en donde la calidez de los personajes me ablandó completamente el corazón.
Chin. Me debo estar haciendo viejo.