Retrospectiva Jan Svankmajer/III y última
La Retrospectiva Jan Svankmajer, presentada por la Cineteca Nacional dentro de Macabro 2010, termina hoy con Sileni (República Checa-Eslovaquia-Japón, 2005), quinto largometraje del maestro checo y, por lo menos en lo que a un servidor se refiere, acaso su filme de larga duración menos logrado.
Mis problemas con la cinta comienzan desde el inicio, con el propio cineasta en pantalla, advirtiendo con una flema digna de Hitchcock que lo que vamos a ver no es una obra de arte, que es una película que trata sobre las dos posiciones radicales frente a las enfermedades mentales -la libertad absoluta o la represión más violenta- y que Sileni -por lo que entiendo, "insania" o "locura" en español- no es más que un pequeño homenaje a Poe y Sade, dos de las influencias más obvias en toda la fimografía del checo. Corte al piso de madera en donde está parado Svankmajer, en donde se mueve, reptando, una enorme lengua en stop-motion.
De alguna manera, en estos minutos iniciales, antes incluso de la secuencia de créditos, Sileni ya dio todo lo que tenía que dar. Las dos horas siguientes son una ilustración de la tesis verbalizada de Svankmajer -que tanto la represión (¿totalitaria?) como la libertad (¿democrática?) son caras de la misma moneda y que hay tantos peligros para la humanidad en una como en la otra-, todo a través de una adaptación dispareja/episódica de un par de relatos de Poe ("El Entierro Prematuro" y "El Sistema del Dr. Alquitrán y el Profesor Pluma"), mezclados con las ideas -aún provocadoras, eso sí- del Marqués de Sade.
El resultado es un tanto cuanto forzado, incluso didáctico: el joven protagonista, Jean Berlot (Pavel Liska), es la víctima pasiva no sólo del perverso Marqués (Jan Tríska), del represor Coulmiêre (Martin Huba), de la traicionera y promiscua Charlota (Ana Geislerová), sino de su propia tontería, de su propia ingenuidad. De alguna forma, su inevitable final trágico, atrapado entre dos fuegos, lo tiene bien merecido. En el mundo de Svankmajer -¿en el mundo real?- no hay espacio para bobalicones de esta naturaleza.
A lo largo del filme, en los intersticios de cada secuencia, aparecen en stop-motion pedazos de carne entera que avanzan doblándose y desdoblándose, lenguas enormes reptantes, ojos que se deslizan hacia cuencas vacías de esqueletos, carne molida que rebosantes sale de distintos lugares... Cual planos-pausa de Ozu, estos interludios cuadro-por-cuadro construyen un interesante discurso visual/filosófico: la carne siempre está viva, por más represión, por más locura, que nos rodee. La carne está viva y palpitante.
Mis problemas con la cinta comienzan desde el inicio, con el propio cineasta en pantalla, advirtiendo con una flema digna de Hitchcock que lo que vamos a ver no es una obra de arte, que es una película que trata sobre las dos posiciones radicales frente a las enfermedades mentales -la libertad absoluta o la represión más violenta- y que Sileni -por lo que entiendo, "insania" o "locura" en español- no es más que un pequeño homenaje a Poe y Sade, dos de las influencias más obvias en toda la fimografía del checo. Corte al piso de madera en donde está parado Svankmajer, en donde se mueve, reptando, una enorme lengua en stop-motion.
De alguna manera, en estos minutos iniciales, antes incluso de la secuencia de créditos, Sileni ya dio todo lo que tenía que dar. Las dos horas siguientes son una ilustración de la tesis verbalizada de Svankmajer -que tanto la represión (¿totalitaria?) como la libertad (¿democrática?) son caras de la misma moneda y que hay tantos peligros para la humanidad en una como en la otra-, todo a través de una adaptación dispareja/episódica de un par de relatos de Poe ("El Entierro Prematuro" y "El Sistema del Dr. Alquitrán y el Profesor Pluma"), mezclados con las ideas -aún provocadoras, eso sí- del Marqués de Sade.
El resultado es un tanto cuanto forzado, incluso didáctico: el joven protagonista, Jean Berlot (Pavel Liska), es la víctima pasiva no sólo del perverso Marqués (Jan Tríska), del represor Coulmiêre (Martin Huba), de la traicionera y promiscua Charlota (Ana Geislerová), sino de su propia tontería, de su propia ingenuidad. De alguna forma, su inevitable final trágico, atrapado entre dos fuegos, lo tiene bien merecido. En el mundo de Svankmajer -¿en el mundo real?- no hay espacio para bobalicones de esta naturaleza.
A lo largo del filme, en los intersticios de cada secuencia, aparecen en stop-motion pedazos de carne entera que avanzan doblándose y desdoblándose, lenguas enormes reptantes, ojos que se deslizan hacia cuencas vacías de esqueletos, carne molida que rebosantes sale de distintos lugares... Cual planos-pausa de Ozu, estos interludios cuadro-por-cuadro construyen un interesante discurso visual/filosófico: la carne siempre está viva, por más represión, por más locura, que nos rodee. La carne está viva y palpitante.
Comentarios
Saludos!
Y, por otra parte, yo prefiero, además de sus cortos, Alice y Conspiradores del Placer, pero estoy de acuerdo: uno de los grandes cineastas europeos de finales del siglo XX. Poco conocido, en general. En México apenas en el terreno de los cineclubes se conoce su obra. Casi podría jurar que comercialmente hablando, no se ha estrenado una sola cinta en nuestro país. Saludos y bienvenido de nuevo.
Cuando empecé a leer estas reseñas de la retrospectiva de Svankmajer (desconozco su obra), Ernesto, lo primero que se me vino a la mente y -malamente- estaba seguro de que en tu reseña de Bajo la Sal lo habías sacado a colación por lo de los segmentos en stop motion. Fui a leerla nuevamente y no, es imaginación mía. Las de Svankmajer, pos serán para morirme bichi, definitivamente.