Los Hombres que No Amaban a las Mujeres
Hacia el desenlace de Los Hombres que No Amaban a las Mujeres (Män som hatar kvinnor, Suecia-Dinamarca-Alemania-Noruega, 2009), quinto largometraje del cineasta danés desconocido en México Niels Arden Oplev, la andrógina heroína excéntrica Lisbeth Salander (Noomi Rapace, todo un descubrimiento) le pide a su socio/amante/protegido/protector Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist) que no sienta lástima por el asesino serial recién desenmascarado, uno de los hombres que no amaban a las mujeres del título en español.
Dicho en otras palabras, la antisocial Lisbeth le pide al carismático periodista Mikael que, por favor, no convierta ahora al victimario en víctima: el tipo que acaban de descubrir es un brutal y sádico asesino y merece su castigo. Más allá de los matices que uno pueda hacerle a esta aseveración, resulta refrescante ver que, en este sólido thriller con serial-killer en ristre, no hay el menor intento de justificar al villano. En todo caso, se le explica; pero nunca se le disculpa.
La primera de tres cintas basadas en el fenómeno mundial literario Millennium escrito por el ya fallecido Stieg Larsson (1954-2004) -extendidos los tres filmes a una miniserie sueca de seis capítulos y con el ineludible remake hollywoodense programado para el año que entra- es un clásico filme de género que no tiene empacho en echar mano de los clichés que le resultan útiles sin que, en ningún momento, la cinta caiga en la mera rutina. A esto ayuda, además de un muy competente reparto, la ágil dirección del cineasta danés Oplev, quien no pierde el hilo de la enredada trama policial, bien ayudado por la espléndida edición de Anne Osterud, que usa todos los recursos a su alcance (disolvencias, fotomontajes, narrativa paralela, documentos en pantalla) para transmitir toda información necesaria sin abrumar al respetable.
El octogenario empresario retirado Henrik Vanger (Sven-Bertil Taube) contrata al famoso pero caído en desgracia periodista de investigación Mikael Blomkvist para que resuelva el enigma de la desaparición y/o asesinato de su sobrina favorita Harriet, sucedida hace más de 40 años en la isla de Hedeby, en donde están las casas de vacaciones de todos los Vanger. El día en que Harriet se evaporó, la única vía de comunicación con tierra firme estaba bloqueada. Henrik cree, por ello, que sólo un miembro de la familia pudo haber asesinado a la muchacha, así que le pide a Blomkvist que, cual Poirot escandinavo, resuelva ese caso que ha enloquecido al anciano desde hace más de cuatro décadas. Blomkvist encuentra nuevos datos y pistas, pero no puede avanzar mucho más hasta que se encuentra con Lisbeth Salander, una hacker delgadita, veinteañera y bisexual, que había sido contratado por Vanger para investigar a Blomkvist antes de ofrecerle la chamba. De alguna manera, Salander -quien puede entrar como Pedro por su casa a la computadora de Blomkvist- se deja contactar por el periodista, quien la convence para que le ayude a resolver ese probable crimen. Así, se formará la pareja detectivesca más extraña desde... desde... ¿desde siempre?
Lo más interesante de Los Hombres que No Amaban a las Mujeres -de la cinta pero también del libro, editado en español por Destino- es el retrato frío y descarnado de una Suecia que, desde los subdesarrollados purgatorios en los que vivimos, siempre hemos idealizado como el parangón de la democracia, el liberalismo y la civilización más avanzada. Sin embargo, en el libro de Larsson -hasta donde entiendo, un periodista reconocido en su país por sus investigaciones sobre la ultraderecha sueca: ¿el Álvaro Delgado de allá?- y también en esta lograda adaptación fílmica, Suecia podrá ser, sí, la séptima nación con mayor índice de Desarrollo Humano de acuerdo con el informe del PNUD 2009 de la ONU, pero también es el mismo país cuya buena parte de su población y de su élite gobernante/empresarial simpatizó abiertamente con los nazis en la Segunda Guerra Mundial, el mismo país cuya brutal misoginia aflora a la primera oportunidad que se presenta, el mismo país cuyos hombres de negocios burlan al fisco o comercian con droga o armas si el Estado se descuida, el mismo país cuyos ejemplares servicios sociales -la envidia del resto del mundo- no evitan que detrás de ellos acechen monstruos como el tutor legal de Lisbeth, un perverso abusador quien recibirá una sopa de su propio y enfermo chocolate en una de las secuencias claves de la película.
Lisbeth Salander -qué gran personaje, por cierto- no quiere tenerle lástima a los verdugos: ni al de ella ni al de las demás. Esperemos que en la adaptación hollywoodense que ya se prepara no nos vayan a pedir que le tengamos conmiseración al asesino. Ya lo han hecho antes con villanos de tanta tradición como Leatherface, Freddy Krueger o Jason Vorhees. Ya nomás falta que nos pidan que le tengamos lástima a Salinas... Yo, por lo menos, paso.
Dicho en otras palabras, la antisocial Lisbeth le pide al carismático periodista Mikael que, por favor, no convierta ahora al victimario en víctima: el tipo que acaban de descubrir es un brutal y sádico asesino y merece su castigo. Más allá de los matices que uno pueda hacerle a esta aseveración, resulta refrescante ver que, en este sólido thriller con serial-killer en ristre, no hay el menor intento de justificar al villano. En todo caso, se le explica; pero nunca se le disculpa.
La primera de tres cintas basadas en el fenómeno mundial literario Millennium escrito por el ya fallecido Stieg Larsson (1954-2004) -extendidos los tres filmes a una miniserie sueca de seis capítulos y con el ineludible remake hollywoodense programado para el año que entra- es un clásico filme de género que no tiene empacho en echar mano de los clichés que le resultan útiles sin que, en ningún momento, la cinta caiga en la mera rutina. A esto ayuda, además de un muy competente reparto, la ágil dirección del cineasta danés Oplev, quien no pierde el hilo de la enredada trama policial, bien ayudado por la espléndida edición de Anne Osterud, que usa todos los recursos a su alcance (disolvencias, fotomontajes, narrativa paralela, documentos en pantalla) para transmitir toda información necesaria sin abrumar al respetable.
El octogenario empresario retirado Henrik Vanger (Sven-Bertil Taube) contrata al famoso pero caído en desgracia periodista de investigación Mikael Blomkvist para que resuelva el enigma de la desaparición y/o asesinato de su sobrina favorita Harriet, sucedida hace más de 40 años en la isla de Hedeby, en donde están las casas de vacaciones de todos los Vanger. El día en que Harriet se evaporó, la única vía de comunicación con tierra firme estaba bloqueada. Henrik cree, por ello, que sólo un miembro de la familia pudo haber asesinado a la muchacha, así que le pide a Blomkvist que, cual Poirot escandinavo, resuelva ese caso que ha enloquecido al anciano desde hace más de cuatro décadas. Blomkvist encuentra nuevos datos y pistas, pero no puede avanzar mucho más hasta que se encuentra con Lisbeth Salander, una hacker delgadita, veinteañera y bisexual, que había sido contratado por Vanger para investigar a Blomkvist antes de ofrecerle la chamba. De alguna manera, Salander -quien puede entrar como Pedro por su casa a la computadora de Blomkvist- se deja contactar por el periodista, quien la convence para que le ayude a resolver ese probable crimen. Así, se formará la pareja detectivesca más extraña desde... desde... ¿desde siempre?
Lo más interesante de Los Hombres que No Amaban a las Mujeres -de la cinta pero también del libro, editado en español por Destino- es el retrato frío y descarnado de una Suecia que, desde los subdesarrollados purgatorios en los que vivimos, siempre hemos idealizado como el parangón de la democracia, el liberalismo y la civilización más avanzada. Sin embargo, en el libro de Larsson -hasta donde entiendo, un periodista reconocido en su país por sus investigaciones sobre la ultraderecha sueca: ¿el Álvaro Delgado de allá?- y también en esta lograda adaptación fílmica, Suecia podrá ser, sí, la séptima nación con mayor índice de Desarrollo Humano de acuerdo con el informe del PNUD 2009 de la ONU, pero también es el mismo país cuya buena parte de su población y de su élite gobernante/empresarial simpatizó abiertamente con los nazis en la Segunda Guerra Mundial, el mismo país cuya brutal misoginia aflora a la primera oportunidad que se presenta, el mismo país cuyos hombres de negocios burlan al fisco o comercian con droga o armas si el Estado se descuida, el mismo país cuyos ejemplares servicios sociales -la envidia del resto del mundo- no evitan que detrás de ellos acechen monstruos como el tutor legal de Lisbeth, un perverso abusador quien recibirá una sopa de su propio y enfermo chocolate en una de las secuencias claves de la película.
Lisbeth Salander -qué gran personaje, por cierto- no quiere tenerle lástima a los verdugos: ni al de ella ni al de las demás. Esperemos que en la adaptación hollywoodense que ya se prepara no nos vayan a pedir que le tengamos conmiseración al asesino. Ya lo han hecho antes con villanos de tanta tradición como Leatherface, Freddy Krueger o Jason Vorhees. Ya nomás falta que nos pidan que le tengamos lástima a Salinas... Yo, por lo menos, paso.
Comentarios
Las novelas negras suecas son así: muchas, pero algunas sobrevaloradísimas. Quizá la mayoría. Claramente su vida es la mesa de novedades, la remesa de botadero y en el inter, su posible venta para la adaptación. Ya entrados en eso, una fregada novela que me extraña que ande perdida por ahí y sin tutor, de esa avalancha de títulos, es la de La Casa de Hielo de Inger Frimansson. Me atrapó más que esta novela de Larsson, y sin tener su boom editorial registrado en no sé cuántos medidores. Y no tiene película. Sniff...
Me sorpendió un poco el trabajo del director: dirección austera en imágenes y con buen manejo del ritmo. Además, como señala Ernesto, mantuvo las convencionaliades del género, pero sin caer en los clichés de Hollywood.
Por otro lado, el iPad y el Kindle son cosas diferentes. El segundo es sólo un lector de libros y el iPad tiene más cosas. Me han comentado que no es buena idea usar el iPad como lector, pues puede llegar a cansar la vista.
Saludos,
Jorge
le dije que el personaje de Lisbet Salander en la versión gringa se lo iban a dar a Ellen Page y ella me sigue y me sigue diciendo que no da el perfil, pero yo digo que si
es bajita, espiritiflautica y tiene el pelo negro,
solo necesita un peinado emo, unos cuantos aretes y tatuajes falsos y listo no?
tu que dices? crees que le den el papel o se lo van a dar a angelina jolie o kate beckinsale o quien crees que daría el perfil?
saludos
eso va estar interesante
Aunque Fincher sea el director, yo no le tengo mucha fe a los productores gringos, mucho menos después de saber que el papel de Mikael Blomkvist se lo dieron al Bond Metrosexual Daniel Craig (¿también en esta cinta hará sus pucheros?)
Salu2