Festival Cinema Europa 2009/III
Opio, Diario de una Mujer Poseída (Ópium: Egy elmebeteg nö naplója, Hungría-Alemania-Estados Unidos, 2007), cuarto largometraje del cineasta húngaro desconocido en México János Szász, tuvo una exitosa corrida festivalera durante el 2007 y 2008 -ganó un premio por allí y otro por allá-, pero conmigo sólo se ganó el más franco tedio. Eso sí, la cinta se ve muy bien -la opaca fotografía en tonos amarillentos de Tibor Máthé es extraordinaria- y las dos actuaciones protagónicas son de llamar la atención por la fiereza y compromiso con la que encarnan a sus respectivos personajes.
Estamos en Hungría, en 1913. A un experimental hospital psiquiátrico manejado por un racionalista y positivista médico, llega el morfinómano Dr. Brenner (el actor danés internacionalizado Ulrich Thomsen), quien lleva una maniática numeralia en su diario: cuántos miligramos de morfina se inyecta al día, cuántas coronas ha ganado hasta el momento, cuántas se ha gastado, cuántos coitos ha tenido... Una de sus pacientes, la intensa y pálida Gizella (Kisti Stubo) escribe más compulsivamente aún: en decenas de cuadernos arrumbados en su celda, la mujer, recluida en ese hospital desde hace más de diez años, narra en sus diarios de qué manera es poseída y amenazada por un demonio que la lleva a masturbarse con el lápiz con el que frenéticamente escribe. La fascinación de Brenner por Gizella es inmediata: él mismo es un escritor que pasa por un bloqueo creativo y no puede sentir más que admiración por el prolífico trabajo de su paciente. Si a eso le agregamos que Brenner se encama con todo lo que se mueva y que Gizella es lo mejorcito que hay por ahí... ya usted se imagina lo que pasará.
Los elegantes encuadres de Máthé, las notables actuaciones de la pareja protagónica y la morbosa recreación de la práctica psiquiátrica de la época (¿de verdad existieron todos esos aparatos?: no lo dudo un instante) logra que el espectador se quede fijo, expectante, frente a la pantalla, pero llega un momento en el que el tedio termina ganando la partida. La monotonía de todo el asunto -las confesiones de Brenner, los diarios de Gizella, los encuentros de médico y paciente- se rompe de vez en cuando con alguna escena que coquetea con el hard-core, pero ni aún así logré despertarme del todo. Mea culpa.
Opio... se exhibe hoy sábado y mañana domingo en la Cineteca Nacional.
Estamos en Hungría, en 1913. A un experimental hospital psiquiátrico manejado por un racionalista y positivista médico, llega el morfinómano Dr. Brenner (el actor danés internacionalizado Ulrich Thomsen), quien lleva una maniática numeralia en su diario: cuántos miligramos de morfina se inyecta al día, cuántas coronas ha ganado hasta el momento, cuántas se ha gastado, cuántos coitos ha tenido... Una de sus pacientes, la intensa y pálida Gizella (Kisti Stubo) escribe más compulsivamente aún: en decenas de cuadernos arrumbados en su celda, la mujer, recluida en ese hospital desde hace más de diez años, narra en sus diarios de qué manera es poseída y amenazada por un demonio que la lleva a masturbarse con el lápiz con el que frenéticamente escribe. La fascinación de Brenner por Gizella es inmediata: él mismo es un escritor que pasa por un bloqueo creativo y no puede sentir más que admiración por el prolífico trabajo de su paciente. Si a eso le agregamos que Brenner se encama con todo lo que se mueva y que Gizella es lo mejorcito que hay por ahí... ya usted se imagina lo que pasará.
Los elegantes encuadres de Máthé, las notables actuaciones de la pareja protagónica y la morbosa recreación de la práctica psiquiátrica de la época (¿de verdad existieron todos esos aparatos?: no lo dudo un instante) logra que el espectador se quede fijo, expectante, frente a la pantalla, pero llega un momento en el que el tedio termina ganando la partida. La monotonía de todo el asunto -las confesiones de Brenner, los diarios de Gizella, los encuentros de médico y paciente- se rompe de vez en cuando con alguna escena que coquetea con el hard-core, pero ni aún así logré despertarme del todo. Mea culpa.
Opio... se exhibe hoy sábado y mañana domingo en la Cineteca Nacional.
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¡Salvemos a Ni-Cholas Cage!