Loveling: Amor de madre
Cuando vi hace un par de semanas la horriblemente titulada en español Loveling: Amor de madre (Benzinho, Brasil, 2017), tercer largometraje de Gustavo Pizzi (documental Pretérito Perfeito/2006, premiada opera prima de ficción Riscado/2010, no vistas por mí), anoté a bote pronto en tuiter que se trataba de una película notable que podría haberse realizado en la Época de Oro del cine mexicano y que, contra lo que pudiera pensarse, no olía a naftalina.
En efecto, estamos ante una cinta que, a pesar de su historia archi-convencional, bien anclada en un género muy popular y hasta, dirían algunos, inevitablemente conservador -me refiero al melodrama familiar-, logra trascender y hasta subvertir su propio discurso a través, en primera instancia, de una precisa acumulación de anécdotas, que nos va descubriendo el ethos en el que se mueven todos los personajes, y en segundo lugar, por un brillante manejo de los actores, en el que brilla la seguramente premiada Karine Teles. Hay un tercer elemento adicional: con todo y que, insisto, se trata de un filme que no se sale de los parámetros argumentales de cualquier melodrama de hace medio siglo, la cinta logra representar de manera genuina la vida cotidiana de muchas familias -brasileñas, mexicanas, you name it- del día de hoy.
Irene Ventura (Teles, la ricachona dueña de casa de La segunda madre/Muylaert/2015) es una luchona mamá clasemediera que lidia y carga con un marido buenazo pero fracasado (Otávio Muller), un hijo mayor de 17 años deportista (Kostantinos Sarris), un tranquilo y gordito hijo de en medio que no suelta su tuba (Luan Teles), dos gemelitos irreprimibles de seis años (Arthur y Francisco Teles Pizzi) y, como dirían por ahí ("¡Éramos muchos y parió la abuela!"), hasta con su hermana Sonia (Adriana Esteves), con todo e hijo preadolescente, quien viene huyendo del marido abusivo y golpeador (César Troncoso).
A Irene no le faltan los problemas: la casa en la que vive se está cayendo a pedazos (y no es metáfora), la casa que está construyendo sigue en obra negra quien sabe desde cuando, el changarro del marido -una librería y papelería escolar- dejó de ser negocio, el cuñado violente ronda a Sonia para pedirle (entre ruegos y amenazas) que regrese con él y, para completar el turbulento panorama, el atractivo hijo mayor, Fernando, portero estrella del equipo de balonmano de la preparatoria, le dice a sus padres que ha aceptado la oferta para irse a estudiar y jugar, becado, en cierta universidad alemana.
La estrategia dramática de Pizzi y Teles (antiguos marido y mujer, coautores del guion original y padres de los dos ingobernables gemelitos) es hacernos ver, entre viñeta y viñeta (el encuentro de padre e hijo en el refrigerador, el baile liberador de Irene en la cocina), entre digresión y digresión (la esclarecedora visita de Irene a su antigua patrona), que todas estas broncas -más las que se acumulen en la semana- no representan el fin de mundo para la familia Ventura.
A diferencia de muchos melodramas latinoamericanos de hace tiempo -y no se diga de ahora- no hay un ápice de truculencia ni de tremendismo en este filme de Pizzi y Teles. Tampoco se nos presenta, aclaro, una visión idealizada de las dificultades que afronta esta familia pobretona-clasemediera. Los Ventura tienen problemas, derrotas y decepciones, pero también alegrías, triunfos y algo de esperanza. Por lo mismo, hacia el desenlace, la cámara de Pedro Faerstein se detiene en el rostro lloroso de Karine Teles. Sabemos que sus lágrimas son de tristeza pero, también, de felicidad. Un sentimiento agridulce que toda madre -que toda familia, de hecho- conoce muy bien.
Comentarios
WOW, qué fregonería.
Qué trabajo de la actriz eh, futa.
Amé mil, gracias por la recomendación, esta si no la traía en el radar pero ni de chiste.
PD: ese plano final está cabrón, wow y recontra wow!