En línea: El autor




Nominada a nueve Goyas de la academia española de cine este mismo año –de los cuales obtendría dos- y ganadora del FIPRESCI en la sección Presentaciones Especiales de Toronto 2017, El autor (España-México, 2017), el más reciente largometraje del consolidado cineasta andaluz Manuel Martín Cuenca (inquietante Caníbal/2013), acaba de aparecer entre las novedades del pasado fin de semana en Netflix. Es decir, ante la falta del pan de las salas de cine, he aquí las tortillas del estreno hogareño. Pero no me quejo: así más gente podrá ver esta notable sátira literaria basada libremente en El móvil (1987), la primera novela de Javier Cercas.
Álvaro (irreconocible Javier Gutiérrez, mejor actor en los Goya 2018) es un pobre diablo que trabaja en alguna notaría sevillana. Lo único que le interesa es poder escribir “gran literatura” y no ser un mero escritor de best-sellers, como su infiel esposa Amanda (María León), a la que termina abandonando para irse a vivir a un departamento rabón, solo y su alma. Bueno, con su computadora… pero sin talento ni inspiración alguna.
El problema, le dice su brusco profesor de literatura (Antonio de la Torre) es que Álvaro no tiene vida más allá de las cuatro paredes de la oficina notarial y de las páginas de los libros que lee. Así que, siguiendo los consejos pagados de su destemplado tutor (“Para escribir hay que vivir, mirar y escuchar”), Álvaro empieza a convivir con los vecinos de su nuevo hogar: la rechoncha portera (Adelfa Calvo, ganadora del Goya 2018 a Mejor Actriz de Reparto), cierto anciano franquista (Rafael Téllez) y una pareja de inmigrantes mexicanos en plena crisis económica-matrimonial (Tenoch Huerta y Adriana Paz). El asunto es que Álvaro no solo “mira” o “escucha” sino que empieza a involucrarse en la vida de los demás. Y a todo esto, si la gran literatura puede nacer de algún crimen, ¿por qué no provocar alguno?
Como nos advierte aviesamente el epígrafe de Flaubert con el que inicia la novela original de Cercas (“Para encontrar oro no me detengo ante nada”), Álvaro se transformará, pues, del patético hombrecillo del inicio -engañado por la esposa, despedido del trabajo, maltratado por su profesor- en un auténtico monstruo manipulador, todo sea por escribir esa gran novela que, piensa él, guarda dentro de sí.
Al igual que en Caníbal, Cuenca se muestra aquí en pleno dominio de todos sus recursos como narrador cinematográfico: un capcioso diseño de producción –el departamento semivacío de Álvaro como señal de la ausencia de ideas, los abigarrados pisos de la portera y del anciano fascista como signos de esa otra España que nunca se ha ido- es acompañado por una serie de encuadres sugerentes –las sombras de la pareja mexicana espiada por Álvaro, el contundente plano abierto del final-, mientras que la historia está interpretada por un reparto impecable, que es capaz de crear una tensión irresoluble a partir de un mero intercambio de miradas (los encuentro de la Irene de Adriana Paz con Álvaro) o que puede llevar a sitios inesperados a su personaje (la impresionante Adelfa Calvo).
La vuelta de tuerca del desenlace no solo funciona a nivel estrictamente narrativo, sino que termina resultando el perfecto comentario final a la doble historia que hemos estado viendo, es decir, la que ha ido construyendo Álvaro con sus insidias y la que vemos nosotros frente a la pantalla. “El final es mucho mejor así”, dice un sorprendido y admirado Álvaro por lo que acaba de pasar. Más bien, por lo que le acaba de pasar. Y sí, sin duda, es un mejor final. Mucho más cruel. Pero mejor.

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