Un lugar en silencio
Un lugar en silencio (A Quiet Place, EU, 2018), tercer largometraje como cineasta
del actor de cine y televisión John Krasinski, inicia con una leyenda en la
pantalla –“día 89”- que indica el tiempo que ha pasado desde que el mundo
cambió radicalmente. Pronto sabremos qué ha sucedido desde entonces: el planeta
ha sido invadido por una especie de campamochas enormes con cabeza de cangrejo
(o algo así) que han resultado ser feroces depredadoras de todo lo que se
mueva. Como los aliens en cuestión son ciegos, se guían por su extraordinario
sentido del oído, lo que ha condenado a los sobrevivientes al silencio total,
so pena de ser detectados por los terribles insectos cazadores.
En el
prólogo –uno de los mejores que he visto en lo que va del año, al lado de los
de La maldición de Thelma (Trier,
2017) y Ok, está bien (Sandoval,
2018)- somos testigos de las consecuencias que puede sufrir una familia cuando
el hijo más pequeño no se está quieto. No vemos gran cosa pero, como en todo
buen filme de horror que se precie de serlo, no se trata de lo que ves, sino de
lo que imaginas.
Después
de esta secuencia inicial, saltamos al día 400ytantos. La familia protagónica,
Evelyn (Emily Blunt), Lee (el director Krasinski) y sus dos hijos, la
adolescente Regan (Millicent Simmonds) y Marcus (Noah Jupe), de unos diez años
de edad, viven en una granja en algún lugar del este americano. Sabemos poco o,
más bien, nada de ellos: acaso ella es maestra –o por lo menos le da clases a
su hijo- y seguramente él es ingeniero –pues tiene conocimiento técnicos notables-,
pero lo que importa aquí son las dinámicas internas que, con monstruos o sin
ellos, son inevitables en cualquier núcleo familiar.
Así, la sordomuda Regan –elemento dramático clave,
pues toda la familia sabe comunicarse a través del lenguaje de señas- se siente
relegada y cree tener algo de culpa por la tragedia sucedida en el inicio,
Marcus está convencido que es incapaz de sobrevivir en este nuevo mundo por más
que su padre se empeña en entrenarlo, el concentrado paterfamilia Lee quiete
mantener a todos unidos y la cálida y amorosa Evelyn… ¡está a punto de parir!
Como ya sabemos que cualquier ruido es mortal, pues las campamochas alienígenas
cazan “a oído”, la gran tensión dramática del filme está planteada: ¿cómo dar a
luz sin hacer ruido?, ¿y ya nacido el bebé, como hacer para que no berree cada
vez que quiera comer o dormir?
No he
visto ninguna de las dos cintas anteriores de Krasinski pero por lo menos aquí
queda más que claro que estamos ante un cineasta hecho y derecho: al carecer la
película de diálogos hablados –la mayoría los leemos en subtítulos cuando los
personajes se comunican a través del lenguaje de señas-, el actor/director echa
mano de un eficaz diseño sonoro, mientras la cámara de Charlote Bruus
Christensen alterna encuadres en los que se privilegia el rostro de los actores
para transmitir las emociones más primitivas, con planos abiertos perfectamente
coreografiados para provocar suspenso y transmitir la inminencia del peligro mortal
que rodea a la familia.
El
desenlace contenido en el argumento original de Bryan Woods y Scott Beck es,
además, ejemplar. Se diría que casi dostoievksiano en su planteamiento de que
todo lo que hemos visto es apenas el prólogo de otra historia muy diferente: la
de la “regeneración progresiva” de una familia, la de “su paso gradual de un
mundo a otro”. Pero esa, por supuesto, es otra historia y, sospecho, nunca será
más interesante que la que acabamos de ver.
Comentarios
Algún día Don Ernesto me dijo: “ahora que eres papá empezarás a ver y sentir el cine de forma muy distinta”
Y sí, cada película de este tipo me pega cabron. Ser papá es darte cuenta y saber que, llegado el momento, si tienes que dar la vida por tus hijos, lo tienes que hacer sin chistar, si no estás preparado y listo para eso, ni para qué los traigas al mundo...
Y hablando de eso, que copiones de Train To Busan! jaja
Saludos