En línea: Aniquilación




En el prólogo de Aniquilación (Annihilation, GB-EU, 2018) vemos un objeto proveniente del espacio caer en la Tierra, en algún lugar del norte de Florida. Planteada esta premisa, conoceremos a la protagonista del segundo largometraje del guionista convertido en cineasta Alex Garland (notable opera prima Ex Machina/2014): se trata de Lena (Natalie Portman), una profesora de biología de la Universidad John Hopkins, quien todavía no se recupera de haber perdido, un año atrás, a su marido Kane (Oscar Isaacs), quien fue enviado por el ejército a una misión secreta.
Pero he aquí que Kane llega a la casa, vivito, coleando, pero algo desorientado. No se acuerda dónde estuvo, cuál fue su misión, cuánto tiempo estuvo fuera y cuando se refiere a la habitación en donde él y Lena dormían, la llama “el cuarto con cama”. Ah, y cuando toma un vaso con agua, deja un rastro de sangre en el líquido.
Como ya vimos el prólogo espacial ya descrito y Kane se comporta de una forma bastante extraña, como si se tratara de otra persona y no del desaparecido marido de Lena, el espectador se puede preguntar: ¿estamos ante un remake para las nuevas generaciones de Starman: el hombre de las estrellas (Carpenter, 1984)? No exactamente, aunque a lo largo de la cinta dirigida por Garland hay otros muchos guiños a obras centrales de la ciencia ficción de los años 70/80, desde Solaris (Tarkovski, 1972) hasta Aliens, el regreso (Cameron, 1986), pasando por la inevitable Encuentros cercanos del tercer tipo (Spielberg, 1977).
El guion escrito por Garland está basado en la primera novela de una trilogía de ciencia ficción escrita por Jeff VanderMeer, pero como no he leído los libros, no sé si todas esas referencias cinefílicas provienen de las novelas originales o si Garland ha adaptado libremente la historia para acomodarla a sus propios intereses narrativos y visuales –tengo entendido que es lo segundo, pero no podría asegurarlo.
En todo caso, más allá de la (in)fidelidad a la trilogía de VanderMeer –que en sí misma no es una virtud ni un defecto, sino una característica más-, lo cierto es que Garland ha creado un delirante, diríase que casi lisérgico, universo narrativo y visual, pues cuando Lena explora el  misterioso lugar de donde escapó Kane –una zona poseída por una fuerza desconocida bautizada como “el resplandor”-, la mujer, acompañada por un equipo formado por una psicóloga, una paramédica, una física y una antropóloga, se topará con un mundo natural transformado –o mejor dicho, mutado- en algo muy diferente, aunque ¿necesariamente peor?
Garland, bien apoyado en el imaginativo diseño de producción Mark Digby y en el trabajo de cinco compañías de efectos especiales, ha dirigido, pues, una meritoria película de aventuras, de horror y de reflexión existencial. O sea, una canónica cinta de ciencia ficción.
Es una pena, esos sí, que este filme, que merecía haberse mostrado en pantalla grande, haya sido distribuido globalmente en Netflix después de un tímido estreno comercial en Norteamérica. Pero qué remedio, ya basta de gritarle a las nubes: desde hace ratos estamos en plena mutación hacia otro mundo de producción y consumo cinematográficos.

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