Guadalajara 2015/V
Del cine mexicano que he podido ver -fuera y dentro de la sección oficial- ha habido una cinta notable (600 Millas), dos películas simpáticas (El Jeremías y La Delgada Línea Amarilla), una película visible (Ella Es Ramona) y varios petardos, como siguen:
Estrellas Solitarias (México, 2014), segundo largometraje del egresado del CCC Fernando Urdapilleta (opera prima Los Reyes del Juego/2014, no vista por mí) es una una cinta desparpajada a la que le faltó, por un lado, más disciplina y, por el otro, más desmadre.
Me explico: la cinta sigue los ires y venires de dos travestis, el gordo inocente y bobalicón Juanito/Joana (Jorge Arriaga) y el rubio oxigenado, bravero e ingobernable Valentín/Valentina (Dana Karvelas). El gran problema de la película es que nunca logra aterrizar un tono identificable: inicia como comedia boba pero muy pronto la historia se desvía por terrenos del melodrama para terminar convertido en una especie de thriller con mujeres y travestis vengadores, sin faltar los numeritos musicales ad-hoc y hasta el cliché en el que Valentina habla continuamente con su consejera invisible -para los demás-, una famosa cantante retirada que se convirtió en mormona.
A esta falta de disciplina en el guion hay que sumarle que no hay suficiente desparpajo en la ejecución de la cinta: es decir, si se trataba, como dice la sinopsis oficial del filme, de contar una historia "al ritmo del punk y el pop", habría que llegar mucho más lejos en el delirio, en la provocación, en la irreverencia, en el franco desmadre. Ni la historia ni la puesta en imágenes corresponde a lo que pudo haber sido Estrellas Solitarias: una suerte de Lucy, Pepy y Bom y Otras Chicas del Montón (Almodóvar, 1980) mexicana... y 35 años después.
Aún más fallida es Alicia en el País de María (México, 2014), cuarto largometraje de Jesús Magaña, que parece estar dispuesto a hacer la misma película una y otra vez, con pequeñas variaciones. Y es que si exceptuamos su filme anterior -la meritoria Abolición de la Propiedad (2012)- todas las demás cintas de Magaña tratan de lo mismo: el rompimiento amoroso de un cineasta/escritor (más o menos) ojete llamado Tonatiuh con una mujer inalcanzable, María, de la que se obsesiona de forma enfermiza. La María de esta ocasión es la guapísima Bárbara Mori y la mujer con la que quiere sustituirla el protagonista es Stephanie Sigman, quien tiene el ingrato papel de hacer una amnésica a la que, en determinado momento, el tal Tonatiuh (Claudio Lafarga), la quiere transformar en María, cual Scottie Región 4.
Y si en su opera prima Sobreviviente (2003) Magaña echaba mano de una animación de René Castillo, esta vez el "rompimiento" estilístico va del lado de una serie de efectos visuales que tratan de ilustrar la subjetividad obsesiva (y relamida) de Tonatiuh... que es la del mismo Magaña. En la historia hay, ya comenté, una amnésica, tres accidentes, un regreso de la memoria y un anuncio espectacular de Bárbara Mori que resulta ser bien maligno.
Pero, bueno, por lo menos Alicia en el País de María no está en la competencia oficial iberoamericana, algo que sí sucede con Cuando den las Tres (México, 2014), de Jonathan Sarmiento, un tremendista thriller ubicado en el Michoacán de la virtual guerra civil entre los narcos, el gobierno y las auto-defensas.
Dos hombres, el maduro Pedro y el joven Nacho (Hugo Hoeflich y Luis Fernando Peña), mantienen desde hace días o semanas secuestrada en algún lugar recóndito de tierra caliente a la hija de un político importante mientras sus superiores -los líderes de las autodefensas- negocian con el gobierno. Los dos tienen sus razones para haber llegado hasta eso: Pedro sufrió la extorsión del narco y la posterior eliminación de su mujer e hijas, mientras que Nacho era un intelectual idealista que sintió que tenía que hacer algo por su tierra.
La cinta no despega nunca: los diálogos son obvios y pesados -como de mitin de Morena o el PT-, los dos actores compiten para ver cuál se sale más de madre y hay situaciones argumentales francamente absurdas, que van de la risa loca -Pedro tortura a Nacho porque el joven fuma mota, pero cuando él le dice que no se la compra a los narcos, sino que él cultiva su propia yerbita, Pedro lo suelta y le dice "ah, bueno"- al tremendismo más gratuito y ramplón, por el que termina muriéndose hasta el perico -bueno, no exactamente el perico, pero sí el pajarito de Nacho (albureros, abstenerse).
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