Cuéntamela otra vez/XXXVIII
¿Era necesaria otra versión del clásico animado
La Cenicienta (Cinderella, EU,
1950)? Pregunta retórica: ninguna película es “necesaria”, mucho menos un
remake. En todo caso, es claro que la Casa Disney ha apostado a explotar al
público femenino-infantil después del trancazo económico y cultural de Frozen: una Aventura Congelada (Buck y
Lee, 2013). Y, al parecer, la apuesta ha resultado fructífera: en el momento de
escribir estas líneas, la taquilla mundial de Cenicienta (Cinderella, EU, 2015) en apenas diez días, es de 250
millones de dólares con varios mercados todavía por explotar.
El
décimo-cuarto largometraje del excineasta shakespeariano vuelto eficaz artesano
hollywoodense Kenneth Brannagh (de Enrique
V/1989 a Código Sombra: Jack Ryan/2014,
pasando por Mucho Ruido y Pocas Nueces/1993
y Thorito/2011)
es un cuidadoso remake del filme animado de 1950, con todo y unos ratoncitos digitales,
incluyendo al gordinflón de Gus-Gus.
El
filme animado presume como fuente de inspiración la versión de Cenicienta
escrita por Charles Perrault y no la mucho más violenta de los Hermanos Grimm,
que castiga a las hermanastras no solo con las mutilaciones de sus pies con tal
de calzar la zapatilla mágica –una de ellas se corta el talón; la otra, una de
los dedos-, sino que incluso, las dos muchachas son atacadas por los pajaritos
amigos de Cenicienta, quienes les sacan los ojos a picotazos. O sea, Los Pájaros (Hitchcock, 1963) avant-la-lettre.
Por
supuesto, la Casa Disney de 1950 no podía permitirse asustar a las niñas con
mutilaciones y pájaros asesinos, así que en el filme de hace 65 años a lo
máximo que se llega es a mostrar a la pérfida madrastra en la oscuridad, con
unos siniestros ojos verdes idénticos a los de su malvado gato Lucifer.
La
animación de La Cenicienta no es particularmente
notable –aunque hay algunos buenos momentos, cuando Cenicienta es vista a
través de grandes ventanales, como si estuviera en una prisión- y las
canciones, a excepción de la celebérrima “Bibbidi-Bobbidi-Boo”, completamente
olvidables.
En
la versión de 2015, escrita por el impredecible Chris Weitz (guionista de HormiguitaZ/Darnell y Johnson/1998, co-director
de Tu Primera Vez/1999, director de Un Gran Chico/2002 y Una Vida Mejor/2011), toma algún
elemento del cuento de los Hermanos Grimm pero, por lo demás, sigue fielmente la ya mencionada
versión animada de 1950, basada en el relato de Charles Perrault.
Eso
sí, como en estos tiempos de “empoderamiento” femenino un personaje tan pasivo
como la Cenicienta original no es políticamente correcto –ni sería aconsejable,
comercialmente hablando-, la Cenicienta interpretada por Lily James (la prima
rebelde y coqueta de Downton Abbey)
es una muchacha, sí, de buen corazón y gentil, pero también valiente. La
primera vez que conoce al Príncipe (Richard Maden, el Robb Stark de Games of Thrones), en lugar de caer
rendida a sus pies, le reclama por practicar la bárbara costumbre de la
cacería.
Por
lo demás, no hay mayor desviación en la bien conocida historia: Cenicienta es
maltratada por su madrastra (Cate Blanchett), abusada por sus dos hermanastras
bellas pero ruines (Sophie McShera y Hollyday Grainger, graciosas) pero
protegida por su hada madrina (Helena Bonham Carter), quien la manda al baile
con suntuoso vestido azul, zapatillas de cristal, una calabaza convertida en
carroza y unos ratoncitos transformados en briosos corceles blancos.
La
escena del baile es el money-shot del
filme, no solo por lo evidente –suntuoso diseño de producción del tres
veces ganador de Oscar Dante Ferretti, elegante vestuario de la también tri-oscareada
Sandy Powell- sino porque los dos protagonistas, especialmente Miss James,
interpretan con una sinceridad contagiosa a sus personajes de cuento de hadas.
De hecho, es un espectáculo ver bailar el vals a Miss James, siempre sonriente,
echando su cabeza hacia atrás, dejándose llevar por la música, exultante de
amor.
Por
su parte, Blanchett es una villana perfecta que, cual Yago shakespeariano
-¿guiño de Brannagh a sus lejanos orígenes fílmicos?-, cuando es confrontada
por Cenicienta, no puede o no quiere dar las razones de su maldad. Solo falta
que dijera: “No me preguntéis. Lo que sabéis, sabéis”. O sea: “Soy mala porque
sí. Y porque estamos en un cuento de hadas”. Y en un buen cuento de hadas, por
cierto.
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