Philomena



Al inicio de Philomena (Ídem, EU-GB-Francia, 2013), vigésimo-segundo largometraje del cada vez más prolífico y versátil cineasta inglés Stephen Frears (de Mi Bella Lavandería/1985 a La Reina/2006 pasando por Relaciones Peligrosas/1988 o Alta Fidelidad/2000), el sangronazo periodista corrido del gobierno laborista de Blair, Martin Sixsmith (Steve Coogan), afirma con toda la arrogancia de la que es capaz, que las "historias de interés humano" solo las leen las personas "vulnerables e ignorantes", así que eso sería lo que último que él haría, ahora que se quedó sin trabajo.
Pero, qué remedio, hay que pagar cuentas, distraer la depresión y cuando cae en sus manos una "historia de interés humano", la ve como una posibilidad para volver al periodismo. Se trata de una historia muy común: en los años 50, una jovencita llamada Philomena Lee (Sophie Kennedy Clark) fue enviada al convento católico de Roscrea, manejado por las Hermanas de la Misericordia, ya que quedó embarazada después de hacer un rapidín en la feria del pueblo. Ahí, en el convento, Philomena dio a luz sin anestesia, fue convertida en esclava de las monjitas misericordiosas y, llegado el momento, le fue arrebatado su hijo de tres años para darlo en adopción a alguna pareja gringa. Ha pasado medio siglo de eso y Philomena, una setentona enfermera retirada (Dame Judi Dench, justicieramente nominada al Oscar), le ha confesado a su hija (Michelle Fairley) su secreto y ella ha contactado a Sixsmith. El periodista, que no tiene nada mejor que hacer y necesita trabajo, decide ayudar a esta mujer simple (pero nunca simplona) a encontrar a su hijo y, de pasada, escribir un reportaje de "interés humano".
Sobre el libro escrito por el auténtico Sixsmith ("The Lost Child of Philomena Lee") adaptado por el propio actor Steve Coogan en colaboración con Jeff Pope, el director Stephen Frears nos entrega un brillante melodrama con tintes de comedia (¿o es al revés?) sobre uno de los muchos casos reales ya reportados y hasta dramatizados (cf. En el Nombre de Dios/Mullan/2002) acerca de los abusos cometidos por la iglesia católica con las madres solteras en Irlanda. La diferencia que ofrece Philomena es la ausencia de una indignación abierta y militante. Y contra lo que pudiera creerse, esta decisión ayuda enormidades al sentido último de la película.
Esto no quiere decir que Frears y sus guionistas disculpen el comportamiento de la iglesia y de sus autoridades eclesiásticas. Nada de eso: a uno como espectador le queda claro que lo que hacían esas monjas miserables -perdón, de la misericordia- era todo lo contrario a lo que predica el verdadero cristianismo y que monstruos como la Hermana Hildegarde (Barbara Jefford) existían porque no tenían necesidad de ocultar su vileza, ya que esta era inextirpable de su dizque superioridad moral. Sin embargo, el guión de Coogan/Pope y la hábil dirección funcional de Frears nos incitan a estar, desde el inicio, del lado de la creyente, amable, generosa Philomena, y no del ateo, cínico y arrogante Sixsmith. Es decir, el corazón de la cinta es seguir la búsqueda de su hijo de esta santa señora y ella, desde el principio y hasta la última escena, no busca ni quiere pleito con nadie. Sigue siendo católica, sigue creyendo en Dios, sigue pensando que hay bondad allá afuera, ante la estupefacción de su acompañante -y de los descreídos y escépticos, como el que esto escribe.
Esta sagaz posición argumental propicia que los últimos dos golpes maestros de la cinta peguen más fuerte, por más que uno de ellos no sea más que una derivación de la sorpresa final de algún relato detectivo clásico ("La Carta Robada", de Poe). Así, primero nos sorprenden cuando nos damos cuenta del nivel de crueldad a la que puede llegar el fariseísmo representando por la provecta Hermana Hildegarde y, después, se nos desarma -aunque no disminuya nuestra indignación un ápice- con la respuesta de Philomena. Porque es duro perdonar, sin duda alguna, pero, acaso, el perdón es lo que convierte a alguien en un auténtico cristiano.
Al final, el círculo se cierra ingeniosa y aviesamente: nos hemos conmovido con esta historia "de interés humano" que solo le puede gustar a personas "vulnerables e ignorantes". Se mira uno en el espejo y piensa: si esto me hace estar cerca de gente como Philomena, que así sea. Soy vulnerable e ignorante. 

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