Ambulante 2014/V



Exhibida dentro de la sección "Reflector", la opera prima de la artista sueca Anna Odell, El Reencuentro (Aterträffen, Suecia, 2013) no es tanto una película documental sino un exorcismo personal, una provocación narrativa, una catarsis urbi et orbi y en pantalla grande. 
En la primera parte del filme, "El Discurso", vemos a la cineasta llegar a su reunión de excompañeros de escuela, 20 años después de que todos salieron de preparatoria. Todos están muy alegres, todos muy saludadores, todos más o menos sorprendidos de verse como se ven, todos ellos recordando anécdotas, apodos, aventuras. Una reunión de verdaderos amigos, ¿cierto? No, no es así: si no, no habría película.
A la primera oportunidad, Anna toma la palabra y delante de todos recuerda los maltratos recibidos por algunos de ellos, la indiferencia de otros, la complicidad tácita de aquellos. Para Anna, los nueve años que pasó con esas mismas personas dos décadas atrás fue una suerte de infierno: abusos verbales, psicológicos y físicos. Por supuesto, ya todos son adultos y pueden aceptar que les digan sus verdades, ¿no es cierto? Además, estamos en Suecia, el paradigma del desarrollo y la tolerancia, ¿no es así? No exactamente: llegado el momento, los excompañeros de Anna, hartos del comportamiento disruptivo de ella, se comportarán, otra vez, como la misma runfla de abusones que fueron... y que, en el fondo, siguen siendo. La intensidad de las actuaciones, la inmediatez de la puesta en imágenes (ágil cámara de Ragna Jorming), la rudeza de forma y contenido, llevan a un clímax demasiado temprano en el filme
Cuando la segunda parte inicia, "Los Encuentros", nos queda claro que el primer segmento no fue una reconstrucción de algo que sucedió, pues aunque el reencuentro de amigos sí existió en la realidad, Anna no fue invitada. Así, ya que no tuvo la oportunidad de encontrarse con sus excompañeros para desahogarse con/contra ellos, la artista visual ideó la forma de representar dramáticamente su frustración y, al mismo tiempo, su "sanamiento". 
En esa segunda sección, Odell se da a la tarea de contactar a esos compañeros que no la invitaron para, de manera individual, mostrarles la película que está haciendo -es decir, la primera parte, la de la reunión ficticia- y pedirles su opinión. Algunos van, otros no, hay quien se niega por teléfono, hay otra que se muestra a la defensiva cuando Anna la visita en su lugar de trabajo y el otro más, el bully mayor, abordado en la puerta de su edificio de departamento, se niega siquiera a hablar seriamente sobre el tema. Sin embargo, es obvio -en otra vuelta de tuerca más- que, aunque esto realmente sucedió, lo que estamos viendo es otra representación actuada e interpretada, en todo el sentido del término. Dicho de otra manera: El Reencuentro se debate entre la ficción imaginada (¿y deseada?) y la realidad ficcionada (¿y falsificada?).
El problema -si es que puede ser llamado así- es que la segunda parte, tan auto-reflexiva sobre el fondo y la forma, mitiga el impacto emocional de la primera sección. De tal manera que después de la sacudida del primer segmento, lo que vemos es una deconstrucción formal, una meditación sobre el cine, la ficción, la realidad y su interpretación, que termina diluyendo, inevitablemente, el impacto inicial. No es tanto un error, acaso, sino una característica de esta pieza visual bien pensada y mejor ejecutada. 

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