Salvando al Soldado Pérez
Supongo que no puedo sacarle más la vuelta. La última vez que revisé, Salvando al Soldado Pérez (México, 2011), quinto largometraje del cineasta sinaloense avecindado en Guadalajara Beto Gómez (El Sueño del Caimán/2001, Puños Rosas/2004), ya había pasado de los dos millones de espectadores con más de 80 millones de pesos en taquilla. Es decir, estamos ante el que será, muy probablemente, el taquillazo del cine nacional del año -aunque en esto de los números hay que ser cuidadoso y habría que revisar cuál es el promedio por sala para medir el auténtico logro económico del filme.
Debo confesar que dejé que la película pasara por la cartelera -cosa que no sucedió, obviamente-, con el fin de no reseñarla pues desde que la vi me pareció de muy poco interés cinematográfico. Se trata de una comedia de acción que, aunque bien producida para los estándares nacionales, nunca la encontré lo suficientemente graciosa. Más allá de algún pero moral (acaso moralista) del que luego trataré, mi gran objeción a la película es que no me pareció todo lo chistosa que debió haber sido.
La trama –escrita por el propio cineasta en colaboración con Francisco Payó González- me hizo recordar no tanto el melodrama bélico spielbergiano al que alude su título, sino un viejo filme de acción viril, Los Gansos Salvajes (McLaglen, 1978), en el que un grupo de mercenarios veteranos van a un violento país africano en una operación de rescate, dejando atrás a uno de ellos en el camino. Aquí, en la cinta de Gómez, los mercenarios son un grupo de matarifes del narcotráfico liderados por el capo sinaloense Julián Pérez (perfecto Miguel Rodarte), quienes viajan a Irak a rescatar al soldado Pérez del título (Juan Carlos Flores), un joven ciudadano americano, prisionero de guerra y, por supuesto, hermano menor del poderoso narco Don Julián. Como éste ha sido rechazado casi in extremis por su correosa madre (Isela Vega, ¿quién más?), la única forma de ganarse de nuevo a la autora de sus días será rescatando a su heroico hermano.
Más allá de las citas cinefílicas más o menos pertinentes, de los buenos recursos de producción –la película fue filmada en varias locaciones mexicanas y en Turquía- y de un reparto competente –en el que brillan, sobre todo, Jesús Ochoa y Miguel Rodarte-, el problema es que la comedia no pasa del exabrupto chistosón (“¿Dónde chingados está Irak?”), que el ¿inevitable? cameo de Adal Ramones no lleva a ningún lado (sí, Ramones no está mal, pero igual pudo haberse borrado su personaje de la película y no habría pasado nada), que la mayoría de los flash-backs son superfluos y que, por lo menos desde mi muy particular sentido del humor, la cinta no es lo suficientemente graciosa. Aunque, admito, en esto debo estar muy alejado del público promedio que va al cine, pues varios espectadores me han dicho que el filme los hizo reír a carcajadas.
Hay un último detalle, acaso moralista, pero no puedo dejar de mencionarlo. Al final de cuentas, el héroe de este filme, el hijo perfecto, el hermano valiente, el mexicano norteño hecho y derecho, es un criminal: un narcotraficante, pues. Ya sé, estamos ante una comedia con tintes de farsa y no habría que tomarla muy en serio. Pero lo cierto es que el propio Gómez sabe el difícil terreno que está pisando, pues antes de los créditos finales un letrero nos anuncia que después de haber cumplido con su heroica tarea, Julián Pérez fue asesinado por alguno de sus enemigos. Con esa aclaración pareciera que los realizadores de Salvando al Soldado Pérez quisieron curarse en salud: sí, el narco es el héroe pero lo van a matar al final porque, usted sabe, es narco y el que la hace la paga, como en cualquier viejo filme de mafiosos de la casa Warner de los años 30.
Demasiado tarde: la glorificación del estilo de vida del narcotraficante y de sus valores –en especial, la unión familiar, tan cara en la cultura mexicana- ya ha sido subrayada una y otra vez a lo largo del filme. No se me escapa que mi alegato puede tener un tufo moralino y lo acepto como tal: pero en un país con 40 mil muertos regados por todo el territorio en los últimos años, me causa escozor esta visión idílica del narco, aunque sea en tono de farsa fallida y poco graciosa.
Comentarios
¿y Jaime Camil? UFFFF se ve divinoooooooo
si, es imposible reirse pensando que eso pasa muy lejos de aqui
Miguel Rodarte rulea y muy bien ;)
a mi me gustó y como no vi la de Salvando al soldado Ryan...
Por otro lado, creo que nuevamente estamos ante la discusión de que estamos todavía muy lejos de que el crimen en México sea "bien" abordado en el cine. Por lo que cuentas, me parece que Beto Gómez hizo mejor trabajo al respecto con Puños Rosas.
Con esta nueva, parece seguir el camino de Luis Estrada con El Infierno: si alguien se ofende, se asusta o se enoja, siempre está la disculpa "¿qué no ven que es guasa?"
Dicho lo cual, todo está muy bien pero, ¿quién le pone el cascabel al gato?
---
No quería dejar de comentar: correosa, quién más, Isela Vega; si se hicieran más películas en México me gustaría verla en otro tipo de papeles. Entre Isela Vega, Jesús Ochoa y últimamente Joaquín Cossío están llenos los repartos para los tres papeles que siempre los invitan a interpretar.
Tyler: Lemon Films... Películas Limón me suena a La Banda del Recodo de los pobres.
Pos ya la ví y qué mala. Las escenas "de acción", ni siquiera para los estándares nacionales, en mi opinión. La comedia falla una y otra vez. Los flashbacks, todos serios y sí, superfluos, pertenecen a otra película.
Y finalmente el centro moral. A ver: la mamá rechazó a su hijo desde que decidió dedicarse al crimen. Cuando le regresa al niño perdido, no sólo lo perdona; lo acepta sin condiciones y ella y el hermano departen alegremente en la finca producto del crimen que originalmente, supuestamente, provocó el rechazo. Por lo tanto, el criminal, el asesino, el hijo desterrado, deja de serlo cuando sirve para salvar al otro hijo y nos invita a todos a una carnita asada.
Ya tengo para una buena discusión con mis papás.
Y, claro, el centro moral es inexistente. y peor aún: la cinta es contradictoria.
Acabo de ver Fair Play y aunque se nota lo tendenciosa que es, deja en claro su punto sin dejar de ser una película que a) cuenta su historia y b) entretiene.
En ese sentido, podemos complementarla con The Green Zone y adjuntarla con In the Valley of Elah y tenemos una radiografía bastante coherente y actual de lo que es Estados Unidos hoy para un norteamericano democrata.
Veo el Soldado Pérez y el Infierno y solo pienso que mis impuestos se tiran en placeres onanistas de unos que hasta el fetiche de verse en el espejo tiene. Lamentable.
Falta Miss Bala, que por más que me la vistan de seda, en este corral seguramente se queda.