La Versión de Mi Vida
Como no he leído la novela de Mordecai Richler en la que está basada La Versión de Mi Vida (Barney's Versión, Canadá-Italia, 2010), tengo que remitirme a quien sí la ha leído y ha encontrado un pequeño problema en esta adaptación fílmica, escrita por Michael Konyves y dirigida por el director y productor televisivo Richard J. Lewis.
La novela original es, como su el título lo indica, la autobiografía de un productor televisivo que, al final de su existencia, y abandonado por la tercera de su esposas -y la única a la que realmente amó y sigue amando-, escribe su propia versión de todo lo que le ha sucedido. El elemento interesante es que el autobiografiado tiene problemas con la memoria, confunde las cosas o de plano las va olvidando, por lo que en el libro interviene de manera constante el editor para hacer las aclaraciones pertinentes. Este juego intertextual, típicamente literario, es imposible de llevarlo al cine como tal -aunque Christopher Hampton pudo saltar sin problemas un problema similar en la adaptación de Expiación, Deseo y Pecado (Wright, 2007)-, por lo que el guionista y el cineasta de La Versión de Mi Vida optaron por una solución mucho más clásica o, si se quiere, más convencional.
Así, en lugar del complejo entramado intertextual de la novela -que no se pudo o no se quiso adaptar a la pantalla grande- lo que queda, de todas formas, es una muy lograda crónica existencial de un tipo común que tiene una vida extraordinaria. El Barney del título en inglés -encarnado por Paul Giamatti- es un exitoso productor televisivo en Montreal, que entre tragos de whiskey y chupadas a sus enormes puros, recuerda sus tres matrimonios, sus relaciones con sus amigos y un sospechoso accidente -¿o asesinato?- del que él es, acaso, responsable.
La realización de Lewis -un veterano de la televisión que aquí dirige apenas su segundo largometraje- es apenas funcional y nunca llama la atención sobre sí misma. Lo que sostiene el filme en su larga duración -133 minutos, nada menos- es la historia en sí, sus agudos diálogos y el intachable trabajo de todos los actores. Giamatti merecía, de hecho, por lo menos una nominación al Oscar -sí, ganó el Globo de Oro 2011, pero ¿a quién le importa?-, Rosamund Pike aprovecha a la perfección su primer papel importante desde... ¿siempre? y Dustin Hoffman, en el papel del ingobernable papá de Barney, se roba cada escena en la que aparece.
Lewis se distingue por esto precisamente: por el impecable manejo de su extenso cuadro de actores, incluyendo algunos que encarnan personajes muy secundarios -el anciano tío de Barney, el ojete papá de su primera esposa, una avejentada actriz televisiva, un detective que está obsesionado con él, cierto médico italiano-, lo que mantiene despierto el interés del espectador hasta el último instante. ¿Qué extraño personaje veremos ahora?, ¿qué imprudente one-liner soltará Barney esta vez? No se despegue de la pantalla: Barney nos sorprenderá hasta el último minuto.
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atte. @sabassbo