En línea: Psychokinesis
Al momento de escribir estas líneas no he visto Deadpool 2 (Leitch, 2018), pero he
padecido Avengers: Infinity War (Hermanos Russo, 2018) y como soy bastante escéptico –no tengo grandes
esperanzas de Ant-Man: el hombre hormiga
(Reed, 2015)- me atrevo a afirmar que la mejor y más original película de
súper-héroes del año será Psychokinesis (Yeom-lyeok,
Corea del Sur, 2018), quinto largometraje del ascendente cineasta sudcoreano
Sang-ho Yeon (cintas animadas El rey de
los cerdos/2011 y Estación Zombie:Seúl/2016, filme de acción viva Estación Zombie: Tren a Busán/2016), película disponible desde hace unas semanas en
Netflix.
El
planteamiento es muy similar a cualquier cinta hollywoodense de súper-héroes.
De hecho, el guion –escrito por el propio Yeon- parece una suerte de versión
corregida de los orígenes del Hombre Araña. Vea si no: al igual que Peter
Parker, el protagonista de Pyschokinesis,
el mediocre vigilante bancario Seok-hyeon Shin (Seung-ryong Ryu), recibe sus
extraordinarios poderes por accidente –en este caso, al beber agua de un
manantial contaminado por cierto meteorito que cae en la Tierra-, no tiene en
qué caerse muerto ni manera de mejorar su precaria situación económica y, en
algún momento de la película, descubrirá que “un gran poder conlleva una gran
responsabilidad”.
No
estoy diciendo que Psychokinesis es
un mero pastiche genérico. Al contrario, la convencional premisa ya descrita le
sirve a Yeon para explorar un tema muy caro a sus intereses y ya visto en sus dos
magníficas películas de zombis: las difíciles relaciones paterno-filiales. Así pues,
el centro dramático de la cinta tiene que ver con la complicada relación que
tiene Shin con su hija Ru-mi (Eun-kyung Shim), a quien había abandonado diez
años atrás. Ante la repentina muerte de su exmujer y madre de Ru-mi, asesinada
por una banda de matones que buscaban desalojarla de su exitoso changarro de
pollos fritos, Shin se acerca a su resentida hija, que no quiere saber nada de
él. Sin embargo, con sus nuevos poderes recién descubiertos –la posibilidad de
mover cualquier objeto a su antojo usando la psicoquinesis del título (que
debería ser, más bien, telequinesis)-, Shin se empieza a ganar el respeto de la
muchacha y, sobre todo, del resto de los amigos de ella, quienes enfrentan la
amenaza de ser desalojados a la mala de cierto popular mercadito.
El
villano del filme no podría ser más prosaico: una poderosa compañía
constructora dirigida por una implacable ejecutiva (Yu-mi Jung robándose la
película en un par de escenas) que contrata a un malandrín de copete
peñanietista (Min-jae Kim) y a su grupo de matones para que desalojen a los
honestos dueños de los pequeños changarros de cierta galería comercial. Como se
imaginará, Yeon toma una posición claramente populista: de un lado esa empresa
rapaz y sin rostro; del otro, los luchones clasemedieros sudcoreanos con su
Super-Barrio psicoquinético.
Yeon
se mueve ágilmente entre el melodrama –la relación padre/hija-, la comedia –el
asombro inicial del propio Shin ante sus poderes, el retrato de la villanesca
ejecutiva, la reacción de un policía cuando le enseñan un video de Shin- y el
cine de acción –la última parte del filme, cuando Shin se enfrenta a
malandrines y cuicos cual Supermán populachero.
Hacia
el final, Yeon da un último irónico giro de tuerca: el triunfo o fracaso
depende menos de la buena voluntad de nuestros héroes –Shin, Ru-mi y los demás-
que de la maldad sin rostro pero devastadora que se esconde tras el más rapaz
capitalismo. Y es que cuando la perra corrupta y neoliberal es brava, hasta a
los de la casa muerde.
Comentarios