Morelia 2017: Competencia oficial/IV



La competencia oficial de la sección de largometrajes de ficción continuó este martes con Sinvivir (México, 2017), opera prima de Anaïs Pareto Onghena, una película a la que no le faltan problemas de construcción argumental pero que también presume no pocos elementos meritorios.
Jairo (Pedro Hernández) tiene como invitado en su casa a su compadre Hugo (Antonio Lopeztorres), un médico legista que fue echado de su casa por infiel ("nomás tantito") y, seguramente, también por ojete. Además, el tipo resulta ser un encajoso, pues lleva a la misma casa a Moi (Horacio García-Rojas), un primo que intentó suicidarse hace unos días, y se lo encarga a Jairo, que no toma de muy buen grado que le impongan la compañía de un tipo catatónico y depresivo. No es que Jairo sea el tipo más alegre del condado: para variar, a él también lo abandonó la esposa -"se fue de hippie a la India"- y no hace otra cosa más que trabajar en su carpintería, haciendo ya un banquito, fabricando ya un bote.
El rapport entre los tres actores es ejemplar y la debutante Pareto dirige con funcionalidad la historia, pero argumentalmente la película tiene algunos problemas: el cambio de conducta de Jairo hacia Moi -de una actitud desinteresada al cuidado súbito del fallido suicida- no está suficientemente justificada y la vuelta de tuerca cerca del desenlace -un coqueteo innecesario con el tremendismo- solo parece haber sido pensada para llegar a la obvia y previsible imagen final. De todas manera, lo mejor del filme es la interacción entre los tres personajes y la forma en la que van cambiando su perspectiva de vida -para bien, para mal- a lo largo del filme. Un debut meritorio.
En cuanto al documental mexicano, aunque su promedio de bateo sigue siendo superior a la ficción, la verdad es que aún no he visto entre la competencia de este año al equivalente de Tempestad (Huezo, 2016). Igual, me faltan varios por ver. De todas formas, como ha pasado en los últimos años, es raro el documental nacional que no sea de interés.
Tómese el caso de Rush Hour (México, 2017), tercer largometraje documental de Luciana Kaplan (La revolución de los alcatraces, 2013). La directora nos muestra tres vidas -la de una mujer que vive en Ecatepec, la de otra mujer que vive en Estambul y la de un joven ingeniero que vive en Los Ángeles- limitadas por las horas que tienen que pasar en el transporte, de su casa al trabajo, del trabajo a su casa -si es que pueden regresar a ella.
En algún momento, el ingeniero -que alguna vez soñó con ser músico- hace unas cuentas escalofriantes: pasa 5 horas diarias en promedio de su casa al trabajo y de regreso, lo que significa que vive 25 horas semanalmente en su auto, solo transportándose. En otras palabras, cada semana pierde un día de su vida. La mujer mexicana tiene otro problema, además del tiempo perdido: vive en una de las zonas más peligrosas del país, en donde la tasa de feminicidios es superior en 48% al resto de México (de hecho, ella fue asaltada, golpeada y violada hace un par de años). Por su parte, la turca vive preocupada por sus hijos, que se crían solos mientras ella tiene que trabajar en alguna tienda departamental en la zona europea de Estambul.
No hay nada que no sepamos o no nos podamos imaginar de lo que significa vivir en una gran metrópolis como la Ciudad de México, Los Ángeles o Estambul, pero la realización de Kaplan es muy fluida y no faltan algunos momentos particularmente iluminadores, como cierta conversación entre la protagonista mexicana, Elena Martínez, y una de sus clientas en el salón de belleza en donde trabaja. La mujer en cuestión ni siquiera es capaz de pronunciar bien Ecatepec, ya no se diga imaginarse cómo vive Elena, la mujer que la está atendiendo.

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