En línea: Tres vidas y una sola muerte
Tres vidas y una sola muerte (Trois
Vies et une Sole Morte, Francia-Portugal, 1995), fascinante ejercicio
narrativo/actoral del gran maestro chileno fallecido Raúl Ruiz (1941-2011) está
disponible, para su revisión, en MUBI (mubi.com). Si no se conoce la obra de Ruiz,
esta película es la ideal para un primer acercamiento.
La
cinta inicia cuando Mateo (el divino Marcello Mastroianni), un anciano amable y
dicharachero, se encuentra en un bar con André (Feodor Atkine), quien está
casado con María (Marisa Paredes), la ex-esposa de Mateo. Éste había abandonado
a María 20 anos después y está dispuesto a volver con ella. Poco después, conocemos
al profesor Georges Vickers (otra vez Marcello), quien un buen día decide
abandonar a su madre para convertirse en un exitoso pordiosero. En esa condición,
conoce a Tania (Anna Galienna), una guapa prostituta que se revela posteriormente
como una rica ejecutiva que accede a las perversiones de su enfermizo marido.
También sabemos de la vida de un mayordomo mudo (Mastroianni again) que atiende
a una joven pareja (Chiara Mastroianni –hija de Marcello, claro- y Melvil
Poupaud) que heredó una inmensa casa de un benefactor desconocido que, acaso,
pueda ser el millonario Luc Lallemand (Mastroianni ¿quién más?) que habla continuamente
con un niño imaginario que es él mismo (¿o de plano ellos mismos?).
Por
supuesto, como usted habrá imaginado, Tres
vidas y una sola muerte trata sobre un hombre que padece de personalidad múltiple:
es un rico negociante de armas, un niño de 8 años, un pordiosero, un amable
anciano, un profesor de "antropología negativa", un mayordomo mudo, más
los que se acumulen esta semana. Sin embargo, a diferencia de los filmes
hollywoodenses que han tratado el mismo tema (Los 3 rostros de Eva/Johnson/1957, Sybil/Petrie/1976, el reciente thriller Fragmentado/Shyamalan/2016), a Ruiz no le interesan los aspectos médicos,
melodramáticos o terroríficos del desorden mental sino el juego narrativo y
actoral que se propicia con la susodicha premisa.
La
cinta, de hecho, es solo un enorme ejercicio de ilustración de cierto narrador
radiofónico (Pierre Bellemare) que nos va contando las extraordinarias -pero
"verdaderas"- historias de Mateo, Luc, Georges y compañía. En este
sentido, la película avanza con una fluidez ejemplar de una historia a otra y
de ahí a la siguiente, llenando con sagacidad los huecos narrativos que van
apareciendo y resolviendo con destreza las claves y sugerencias que se van dejando
caer desde el principio. Tres vidas… es, pues, un ejercicio narrativo de primer
orden: inteligente, sugerente, ambiguo, realizado con talento y buen humor.
El
filme, además, funciona, como un extraordinario minifestival Mastroianni.
Pareciera que las varias personalidades que interpreta Marcello le sirvieron a él
-y a Ruiz, por supuesto- para recordar los distintos tipos de actuaciones que
el italiano perfeccionó a lo largo de su ineludible filmografía. Ahí están el
amable anciano de sus últimos años en Sostiene
Pereira (Faenza, 1995) o Todos
estamos bien (Tornatore, 1990), el ejecutivo con problemas existenciales que
podría haber salido de alguna cinta de Antonioni, el mayordomo que hubiera
aparecido en algún filme de Ferreri, el profesor devoto de su madre -personaje fellinesco
si los hay- y hasta el mendigo quisquilloso que pertenece a la comedia italiana
que tan bien representó Marcello durante tantos años.
En
suma, Tres vidas y una sola muerte
es una perfecta vía para recordar –o conocer- a Ruiz y una mejor manera, aún,
para recordar a Marcello.
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