Cuéntamela otra vez/XLV
Eso (Ed. Viking Press, 1986), la monumental novela de más de mil páginas de Stephen King, fue publicada en 1986 y no había pasado un lustro cuando fue llevada a la pantalla chica en una teleserie homónima, Eso (It, EU, 1990), dirigida por el artesano televisivo Tommy Lee Wallace.
La teleserie –que está disponible en Cinepolis Klic, por si alguien quiere revisarla- es un producto entretenido, pero fatalmente quebrado: trata de permanecer más o menos fiel a la estructura general de la novela (ubicada en dos escenarios temporales, los años cincuenta y los años ochenta del siglo pasado) al mismo tiempo que traiciona, inevitablemente, varios elementos claves de la historia escrita por Stephen King.
En un ensayo reciente publicado en The New Yorker, Joshua Rothman subraya con toda precisión el profundo sentido alegórico del texto de King –el mal enraizado en ese pueblito de Maine llamado Derry es casi cósmico y prácticamente invencible- al mismo tiempo que señala, perspicazmente, la cualidad meta-narrativa del libro, pues el protagonista infantil, Bill Denbrough (Jonathan Brendis) crecerá para convertirse en un afamado escritor (Richard Thomas) de novelas de horror, claro alter-ego del propio King. De hecho, Eso, la novela, se puede leer como una suerte de exploración del propio King sobre el origen de las propias historias de horror que él –o que Bill, pues- imagina.
La teleserie se concentra solo en lo primero, en la mera anécdota que da pie a la lectura alegórica ya mencionada. Es decir, me refiero a la presencia del “eso” del título, que cada 27 años regresa a Derry a alimentarse básicamente de sus pobladores, niños o adultos. “Eso”, que toma múltiples formas, entre ellas la de un payaso que se hace llamar Pennywise (Tim Curry), es la perfecta alegoría de todo lo podrido que esconde el American Dream al que aspiran los protagonistas, siete niños baby-boomers que son acechados por el abuso, la violencia, el racismo, la indolencia y la crueldad de los adultos.
Vencido por la unión de los sietes chamacos liderados por Bill, quien había perdido a su hermanito de seis años a manos del mismo “Eso”, Pennywise regresará 27 años después, cuando los siete miembros del “Club de los Perdedores” son cualquier cosa menos perdedores. De hecho, solo uno de ellos, Mike (Marlon Taylor), se ha quedado a vivir en el pueblo, pues los otros siete han triunfado en la vida: Bill es escritor, otro es arquitecto, aquel es dueño de una empresa de limusinas, este otro es un prestigiado contador y la única niña del grupo, Beverly (Emily Perkins) ha crecido (Annette O’Toole) para convertirse en una importante diseñadora de ropa.
Así pues, de regreso al olvidado Derry debido a cierto juramento infantil que apenas recuerdan, los siete amigos –en realidad solo seis- tendrán que enfrentar a sus propios miedos si quieren vencer de nuevo (¿pero nunca para siempre?) a Pennywise y detener así la plaga de asesinatos y desapariciones infantiles que han asolado al pueblo de nuevo.
La teleserie se deja ver sin mayor problema, sin duda, pero la adaptación escrita por el propio director en colaboración con Lawrence D. Cohen se concentra demasiado en el monstruo mismo y no lo suficiente en la fuerza alegórica de la historia, algo que la nueva versión, Eso (It, EU-Canadá, 2017, dirigida por el ascendente argentino Andy Muschietti (notable opera prima Mamá/2014) logra evitar con inteligencia.
El guion escrito por Cary Fukunaga, Chase Palmer y Gaby Dauberman, está centrado, en esta primera parte –todo parece indicar que habrá una secuela ubicada en nuestra época-, en el verano de fines de los años 80 en el que nuestros siete protagonistas se enfrentan a “Eso”. Al elegir esta estructura narrativa lineal, Muschietti y sus guionistas evitan los saltos temporales de la teleserie –y de la novela, de hecho- para concentrase en los niños, la interacción entre ellos y su relación con el mundo adulto que es el auténtico creador de “Eso”.
Los adultos en Eso no ayudan mucho o, incluso, son parte de la amenaza. Pueden ser indiferentes con sus hijos –el caso del protagonista, el tartamudo Billy (Jaeden Lieberher)-, pueden ser sobreprotectores y asfixiantes –la manipuladora mamá del hipocondriaco Eddie (Jack Dylan Grazer)-, pueden ser abusivos –el padre policía del patético bully del pueblo Henry (Nicholas Hamilton)-, pueden ser francamente incestuosos –el horrendo papá de Beverly (sensacional Sophia Lillis)- o no estar presentes –los padres fallecidos del continuamente perseguido, solo por ser negro y pobre, Mike (Chosen Jacobs).
Son ellos, los adultos, y todos los vicios que han dejado crecer en su interior –la indiferencia, la indolencia, la crueldad, el racismo, más lo que se acumule en la semana- lo que alimentan a “Eso”, lo que hacen que aparezca cada 27 años a quemar un orfanato, a hacer estallar alguna caldera o a propiciar una epidemia de asesinatos desde tiempos inmemoriales, desde la misma creación de Derry, cuyos fundadores desaparecieron sin dejar huella.
La metáfora contenida en la novela de King queda más que clara hacia el desenlace, cuando los siete “perdedores” deciden salvar a uno de ellos, en contra de los "racionales" consejos de “Eso” convertido en Pennywise (Bill Skarsgard, efectivamente siniestro y cabuleador). Para sobrevivir hay que voltear hacia otro lado, no dejar que lo malo que pasa alrededor te afecte, darle la espalda a quien necesita ayuda y, ¿por qué no?, hasta ser partícipe de la crueldad, del abuso, de la mentira.
Cuando llegamos hacia el desenlace de esta primera parte, el enfrentamiento de nuestros héroes y Pennywise se ha tornado en algo más que una entretenida –aunque algo oscura- aventura fantástica. La lucha contra “Eso” se ha convertido en un imperativo moral para estos siete niños “fracasados” y para el propio el espectador –o por lo menos para el espectador que ha escrito esto- que, a estas alturas de la historia, está atrapado por el carisma de los siete chamaquitos.
La elección de los siete protagonistas infantiles y la espléndida dirección de actores de Muschietti es el arma (no tan) secreta para el triunfo de esta película. Los siete chamacos sostienen sin mayor problema sus respectivas historias de amor –la torpeza del gordito Ben (Jeremy Ray Taylor) al conocer a Beverly es genuinamente conmovedora-, de horror –la relación de Beverly con su abusador papá-, de culpa –Bill y su búsqueda de expiación por la muerte de su hermanito Georgie (Jackson Robert Scott)-, de rebeldía –el falsamente enfermizo Eddie gritándole a su chantajista mamá-, de crecimiento –el adolescente negro Mike (Chosen Jabos) aprendiendo a enfrentar el odio racial, el serio judío Stan (Wyatt Oleff) lidiando con su paso religioso a la adultez- y hasta de humor –el chistosito Richie (Finn Wolfhand), con la boca más rápida del condado.
Es el rapport, pues, entre todos ellos lo que provoca que las más de dos horas de la película se vaya como agua y, más importante aún, lo que causa que uno esté interesado de verdad en los personajes y genuinamente emocionado en el desenlace. Y, también, que la metáfora de la novela de King dé en el blanco y más aún al haberse estrenado este fin de semana en un país en el que violan y matan a una muchacha y hay gente que voltea para otro lado, que dice que no pasa nada o, peor aún, que opina, dice y escribe que la víctima se lo merecía o que es, de alguna forma, culpable de su terrible fin. Pennywise estaría orgulloso de esta gente.
Comentarios
Háznosla buena! 🙏🙏🙏
De regalo post-sismo para el susto plis!
Eljack13: Esa no la vi. Pero Dreamcatcher es otra novela de King, ¿no? Por cierto, hay algo del "otro mundo" de Eso que se puede ver en la serie "Stranger Things". De alguna manera, hay una influencia ahí (y, bueno, por los chamacos y hasta uno de los niños que aparece también en "Eso").
Y algunos pequeños cambios no me funcionaban mucho... hasta revisar tu texto. Vaya, me has dado una nueva lectura sobre la cinta. Y sin irme lejos ni extenso, la forma en que describes el fondo de la cinta. Sí, así era en la novela, todo el pueblo estaba maldito, todos sus habitantes adultos, permisivos, egoístas, complacientes, todos estaban malditos. Bueno, hasta algunas estructuras, construcciones y decisiones de construcción lo estaban. Por mencionar un ejemplo, los papas de Mike no están muertos en la cinta y no entendía bien porque la decisión de estarlo en la cinta, hasta leerte. Y, efectivamente, cada cambio que sucede en la cinta trabaja para esa reflexión, a pesar de mis reproches porque "así no era en el libro, pipipipipipipi"
Aunque algo que sí me quedo a deber, fue la interacción de Penniwyse con los niños, como los provoca, los tortura, los asfixia, mediante muchos diálogos... pero detalle menor, supongo. Volveré a verla con este nuevo entendimiento. Gracias por la reseña