Distrital 2014/II
Hasta el momento, habiendo revisado algo así como poco menos de la mitad
de la programación de Distrital 2014, creo que la mejor sección del festival es
Archipiélagos, dedicada a una retrospectiva del joven cineasta bonaerense
Matías Piñeiro. Hasta donde entiendo, está será la primera vez que se vea en
México prácticamente toda su obra -tres largometrajes, un mediometraje y su más
reciente filme, La Princesa de Francia,
anunciada como un work in progress-,
por lo que las funciones, programadas en la Cineteca, son de asistencia
obligada.
Sus dos primeras cintas, El Hombre Robado (2007)
y Todos Mienten (2009), pueden verse como meritorios
ejercicios de sus posteriores obras mayores y mucho más logradas. Me refiero a
los fascinantes ejercicios fílmico/teatrales/meta-shakespearianos Rosalinda (2011) y Viola (2012).
El Hombre Robado y Todos Mienten comparten
más o menos la misma premisa: los encuentros/desencuentros, engaños y
manipulaciones entre un grupo de jóvenes bonaerenses. En el primer caso, todos
ellos trabajan en algún museo o jardín botánico, estudian arte -música, teatro-
y son tan verbosos y articulados como personajes de Rohmer o Allen. La puesta
en imágenes, basada en la toma extendida en la que en más de una ocasión los
personajes no son visibles dentro del encuadre -otra vez al estilo del Allen de
los 80/90-, fluye de manera funcional y el reparto, en especial el femenino,
aparece suelto, relajado, consciente del juego moral/intelectual que está
jugando.
Con todo, el hecho de que las dos cintas estén llenas de citas
históricas-culturales de la Argentina del siglo XIX -los textos del político y
escritor Domingo Faustino Sarmiento aparecen una y otra vez, como parte de los
diálogos, como contrapunto narrativo- hace que un espectador no familiarizado
con la época -como quien esto escribe- se pierda inevitablemente.
Rosalinda y Viola no tienen ese problema. Las dos
cintas funcionan como una suerte de gozosa
reflexión/representación/extrapolación de una pequeña parte del universo cómico
shakespeariano. En los dos filmes, todos los personajes hacen más o menos lo
mismo: un grupo de jóvenes actores ensaya unas comedias de Shakespeare y
los múltiples enredos ideados por el poeta isabelino se repiten, en mayor o en
menor medida, en el "mundo real" en el que viven estos pesonajes que
es, por supuesto, la película que estamos viendo.
En Rosalinda, ocho actores están en una casa a las afueras
de Argentina, en el Delta del Tigre, un escenario adecuadamente pastoral
-árboles, un riachuelo, una cabaña rústica- en el que ensayan la octava comedia
shakespeariana, Como Gustéis. Las mujeres, Luisa/"Rosalinda"
(María Villar) y Fernanda/"Celia" (Agustina Muñoz) lo hacen bastante
mejor que sus contrapartes masculinas -la excepción es Alberto Ajaka y su
"Orlando"-, pues no sólo tienen bien aprendidos sus diálogos sino que
parecen haber sido poseídas por el espíritu, más que por las palabras, de los
personajes de Shakespeare. Así, los distintos engaños, ocultamientos y enredos
de la obra se repiten en el campo, en un arroyo, en la casa, con todo y sus
(des)encuentros erótico-amorosos, coronados por esa sucesión de parejas -¡y un
trío!- besándose.
En Viola, tenemos a cuatro jóvenes actrices -entre ellas,
nuevamente a la guapa Agustina Muñoz- que están interpretando siete obras de
Shakespeare en algún pequeño teatro experimental de Buenos Aires. Otra de las
actrices, Sabrina (Elisa Carricajo), está a punto de cortar la relación con su
novio, Agustín (Alessio Rigo de Righi), y ante ello, Cecilia (Muñoz) ha
decidido, con la anuencia de las otras dos compañeras actrices,
"ayudar" a Sabrina a ese rompimiento, a través de una táctica
típicamente shakespeariana de conquista/engaño/juego, mientras las dos
muchachas ensayan una y otra vez algún diálogo de Noche de Reyes,
también conocida como La Duodécima Noche.
La Viola del título no es, por cierto, la "Viola" de Noche
de Reyes, sino una Viola de carne y hueso (nuevamente María Villar), que
tiene un negocio de películas y discos "pidatas" que entrega a
domicilio, cruzando la ciudad en su bicicleta. Viola se topará con los otros
personajes ya mencionados -Agustín, Sabrina, Cecilia- que, a su vez, tendrán
que ver con la relación que Viola tiene con su novio Javier (Estebán
Bigliardi). Nuevamente, como en Rosalinda, los (des)amores y
(des)encuentros shakespearianos tendrán su extrapolación en el mundo real de
Viola. O lo que es lo mismo, "Viola" y Viola terminarán fundiéndose
en una sola.
Después de revisar esta cuatro cintas de Piñeiro, el joven bonaerense
demuestra ser un cineasta hecho y derecho: un espléndido director de actores
-o, más bien, de actrices- y un maestro en el manejo del espacio fílmico y del
encuadre, bien apoyado por la elegante y fluida cámara de Fernando Lockett, que
no pierde un solo detalle del rostro de sus actrices, de cómo se mueven, de
cómo sonríen, de cómo (nos) miran. Uno termina enamorándose de nuevo de los
textos de Shakespeare después de ver Rosalinda y Viola.
Y, también, de pasada, de las bellas, graciosas y esquivas actrices de
Piñeira.
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