El Chico de la Bicicleta
Ganadora en Cannes 2011 del Gran
Premio del Jurado y exhibida en su momento en la 53 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional, en noviembre de 2011, El Chico de la Bicicleta (Le Gamin au
Vélo, Bélgica-Francia-Italia, 2011), octavo largometraje de los hermanos belgas
Luc y Jean-Pierre Dardenne, reaparece ¡finalmente! en un modesto estreno cultural en la propia Cineteca y en salas afines. Ni modo: de lo perdido, lo que aparezca.
Como
en toda la obra anterior de los Dardenne, estamos en Bélgica, en concreto en la
ciudad obrera de Seraing; de nuevo estamos entre los pobres, abandonados y
desposeídos; y, para variar, otra vez presenciamos una relación de padres e
hijos quebrada y/o enfermiza. En cuanto al estilo visual, nuevamente los
Dardenne, en colaboración con su cinefotógrafo de cabecera Alain Marcoen, no se
despegan de sus personajes y mantienen la cámara cercana a ellos, como si estuvieran
captando una realidad directa, sin afeites, imprevisible. En cuanto al reparto,
los actores habituales de los Dardenne (Jérémie Renier, Fabrizio Rongione,
Olivier Gourmet en cameo) rodean al extraordinario jovencito no profesional
Thomas Doret, quien encarna al chico de la bicicleta del título.
Parece,
entonces, que con El Chico de la
Bicicleta los Dardennes han hecho más de lo mismo, que se han repetido sin
pena alguna, que se han negado a salir de una zona de confort que tan buenos
dividendos les ha redituado en Cannes –seis premios, incluyendo dos Palmas de
Oro: una para Rosetta (1999) y otra
para El Niño (2005). En realidad no
es así. O no es así exactamente.
Claro
que los Dardenne se repiten –eso es lo que hace cualquier gran auteur fílmico:
explorar los mismos temas en un estilo similar-, pero esta repetición ofrece varias
novedades. Por principio de cuentas, estamos ante la primera película de los
Dardenne ambientada en verano, en una Seraing llena de luz, aire y calor.
Luego, tenemos la presencia ¡y personalidad! de la primera estrella de cine que
aparece en un filme de estos hermanos belgas: Cécile De France. Y, finalmente, El Chico de la Bicicleta es la película
más “amigable” que han realizado los Dardenne en toda su carrera. Si bien es cierto
que El Silencio de la Lorna (2008) ya
nos anunciaba esta vía –el filme tenía la estructura de una suerte de thriller
moral-, con El Chico de la Bicicleta
los hermanos han dado un paso más para acercarse al gran público: como ellos
mismos lo han declarado, esta película es prácticamente un cuento de hadas
moderno.
El
cinecrítico de The New York Magazine,
David Edelstein, escribió, de hecho, que esta cinta le recordaba a Pinocho. No
está nada errado: el centro de El Chico
de la Bicicleta está ocupado por un niño de once años, Cyril (Doret), que
no desea otra cosa que ser querido. Cuando su desobligado papá (Renier)
renuncia a él (“Es demasiado para mí”), Cyril tiene dos caminos frente a sí:
aceptar el amor incondicional de la noble y guapísima peluquera (¿y hada
madrina de verdad?) Samantha (De France), quien está dispuesta a criarlo como
su hijo; o caer en las redes de complicidad de un joven malandrín llamado Wes
(Egon Di Mateo), quien lo necesita para perpetrar un robo.
¿Qué
elegirá Cyril? ¿Se convertirá en “un verdadero niño” como Pinocho o terminará
siendo una baja más en esta sociedad belga tan desarrollada, tan de primer
mundo, tan bien organizada, pero de ninguna forma inmune a la ausencia de amor,
solidaridad, empatía? Como de costumbre en el cine de los Dardenne, este dilema
moral será planteado y (más o menos) resuelto no a través de discursos o
mensajes, sino de hechos: los personajes actúan y, al hacerlo, revelan su
verdadero ser.
En el
universo de los Dardenne la vida está ahí, en lo que se hace y en cómo se hace:
una moral concreta, práctica, visible y vivible. El ser humano de los Dardenne
se hace a sí mismo en cada decisión que toma. Y, luego, tiene que vivir con
ella. No hay salida. Por lo menos, no una fácil.
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